Divisoria de aguas

por ARNALDO PAGANETTI

arnaldopaganetti@rionegro.com.ar

Que se metan la marcha peronista en el c…!, pontificó con pose de matón el ministro del Interior, Aníbal Fernández. Descalificó así, en nombre del gobierno, no a la oposición declarada del justicialismo, sino al sector que responde a Eduardo Duhalde con la pretensión de condicionar al presidente Néstor Kirchner y a su esposa, Cristina Fernández.

¡Que ese exabrupto no vaya ser lo que significó la quema del cajón por parte de Herminio Iglesias!, replicó con tono amenazante, en una charla informal con periodistas, el dirigente gastronómico Luis Barrionuevo, quien con su caracterización del conflicto en el principal partido político, alimentó las teorías confabuladoras, exageradas y cargadas de la angurrienta búsqueda de ganar o preservar poder.

A las sobreactuaciones de Kirchner denunciando oscuros pactos desestabilizadores que en apariencia le significaban un avance en las mediciones populares, siguieron discursos más moderados y menos confrontadores que habrá que ver cuanto le duran. Es que al meter en la bolsa del complot a los radicales Federico Storani y Leopoldo Moreau (lo hizo el gobernador Felipe Solá) y al descalificar cualquier posibilidad de disenso – normal en una sociedad que se precie de republicana -, el santacruceño no hizo otra cosa que «ladrarle a la luna», como bien señaló la arista Elisa Carrió.

«Lilita» es una mimada de la clase media que se entusiasma con la negociación de la deuda externa, los cambios en la Corte y la recuperación económica lograda por K, pero lo recela por su práctica de humillar al que no piensa como él.

En General Roca, vivado el jueves por unas 30 mil personas, Kirchner ensayó un nuevo personaje: marcada la cancha al duhaldismo y casi desactivada la rebelión piquetera extrema (un dirigente clasista, Juan Carlos Alderete había prometido inmolarse para impedir los actos de campaña oficialistas, aunque luego se retractó), avanzó en los logros de su gestión, que no son irrelevantes ni pocos. Trató de ponerse por encima de las facciones, habló de un proyecto esperanzador y tuvo una mirada integradora con Brasil, de Lula; Uruguay, de Vázquez; Chile, de Lagos y Venezuela, de Chávez.

En el avión que lo llevó desde Buenos Aires a la ciudad rionegrina, Kirchner derrochó optimismo ante los ministros Aníbal Fernández, Julio De Vido y Oscar Parrilli, el senador Miguel Pichetto y el diputado Osvaldo Nemirovsci.

En contra de las encuestas que maneja Duhalde (éste afirma que «Chiche» está sólo 5 ó 6 puntos debajo de Cristina en territorio bonaerense), Kirchner, auguró una gran ventaja en el interior de la provincia.

«Matamos también en el primer cordón y en muchos municipios dominados por el duhaldismo, como Lanús, Avellaneda y Tres de Febrero», habría expresado un eufórico Kirchner. Sus asesores presagian un 45 por ciento de votos en el principal distrito, pero él más medido, dijo conformarse transitando la franja que va de 35 a 40 por ciento.

Celebró una y otra vez la designación del intendente de Neuquén, el radical Horacio «Pechi» Quiroga como jefe de campaña en el distrito que pilotea su adversario patagónico, el emepenista Jorge Sobisch. «Pechi Nos va a dar un gran impulso en el futuro», señaló de muy buen talante. Con una sonrisa a flor de labio, le recomendó a Aníbal que no siguiera «diciendo esas cosas» (por la grosería de la marcha) y bromeó sobre su pasado político, así como también acerca de la vieja militancia juvenil de Parrilli en el grupo «Encuadramiento», virado a la derecha.

Las declaraciones del diputado Ricardo Falú a este diario, sobre las presiones que recibió desde el gobierno para no avanzar en el juicio político al último juez de «la mayoría automática menemista», Antonio Boggiano, porqué su voto debía ser útil para la pesificación, como reclamaba el FMI, merecieron un comentario lacónico del Presidente. «Yo no tuve nada que ver», sentenció. Luego Aníbal Fernández le reclamaría al tucumano que haga nombres de los que lo «apretaron», sabiendo de antemano que éste no se animará a revelar con qué funcionarios de la Jefatura de Gabinete y la Secretaría Legal y Técnica, había conversado del tema.

Nada alteró el excelente ánimo de Kirchner. Quiso saber como marchaban las cosas en el Congreso, se preparó para hacer las paces con el intendente de Roca, Carlos Soria, al que elogió y se mostró muy confiado en la evolución sobre la economía. «Cada día irá todo mejor», indicó.

Alguien le hizo notar que hay que ser prudentes sobre la transferencia que tendrá su alta imagen en la opinión pública a los distintos hombres y mujeres que hoy apoyan la variante kirchnerista. «Una cosa es Kirchner y otra los distintos candidatos», reflexionó un adepto al que no le gustan los bandazos.

Sobrevoló el tema de la reelección, pero no hubo precisiones. Se destacó la renovada alianza con el santafesino Carlos Reutemann, al que se le volvió a pronosticar «un destino nacional». Y se redoblaron las expectativas por Cristina en su desafío bonaerense: ¿trampolín para 2007?

Con la divisoria de aguas levantada, Eduardo Duhalde se prepara para conversar después del 23 de octubre. Si conserva un piso del 20 por ciento en la provincia de Buenos Aires, tiene el propósito de relanzar el Movimiento Productivista Nacional, cuyas bases sentó con Raúl Alfonsín (piensa en volver a ser jefe de la UCR a fin de año) en 1998.

Por ahora, todos le escapan a Carlos Menem. Lo consideran una verdadera «lepra». Y Duhalde y Alfonsín se niegan a ser emparentados con la derecha dura que encarna el comisario Luis Patti, quien sí colabora, lícitamente, para incrementar las papeletas que irán a «Chiche» senadora.

Empeñado en romper las viejas alianzas históricas corporativas, Kirchner debe demostrar en siete semanas que no tiene «el poder prestado» y que es capaz con un caudal propio, ejercer un liderazgo democrático, con alianzas sociales y sin pactos ilegales.


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