Dólar: atacar la raíz del problema
IDESA (*)
La presión compradora de dólares es un fenómeno previsible dado el crecimiento de precios y salarios muy por encima de los aumentos en el valor de la divisa norteamericana. Esta dinámica lleva a que mucha gente comience a tener la premonición de que futuras devaluaciones son inminentes, sembrando incertidumbre sobre el futuro económico. Imponer barreras administrativas y legales sobre la compra de dólares desnaturaliza el objetivo declarado de combatir la economía informal y, lo peor, es una estrategia condenada al fracaso. El deseo de la población por adquirir dólares persevera, a pesar de los múltiples esfuerzos que realiza el gobierno por obstaculizar administrativamente su compra. Las acciones que toman las autoridades, más persecutorias que persuasivas, no logran el objetivo de desalentar la demanda de divisas extranjeras. Por el contrario, diariamente se producen incrementos pequeños, pero sostenidos, en el valor del dólar, pérdidas de reservas en el Banco Central y fuga de depósitos en el sistema financiero. A medida que la tendencia al alza del dólar se afirma, la demanda de la divisa se retroalimenta. La creciente compra de dólares puede tener diferentes tipos de motivaciones. Una de ellas es que sea una reacción frente a desequilibrios macroeconómicos. Una situación concreta es que, cuando no hay un factor estructural que haga sostenible el crecimiento de precios y salarios por encima de la cotización dólar, como sería el aumento de la productividad, aparecen expectativas de futuras devaluaciones y consecuentemente incentivos a atesorar moneda extranjera como forma de proteger los ahorros. El proceso de encarecimiento de precios y salarios medidos en dólares comienza en el 2002 pero se agudiza en el 2007. Según datos oficiales de inflación de ocho provincias y el Ministerio de Economía, se observa entre el 2007 y el 2011 el siguiente fenómeno: • Los precios de los bienes y servicios de la economía medidos con el índice de ocho provincias argentinas vienen creciendo a una tasa de casi 20% por año. • Los salarios nominales del sector privado formal vienen creciendo a una tasa de casi 27% por año. • Mientras tanto, el valor del dólar apenas crece anualmente 8,4%. Estos datos, extraídos todos de fuentes oficiales, señalan con claridad el intenso proceso de elevación de los ingresos de la población y precios internos en términos de dólares. Esto ha llevado a que en el 2011 los salarios formales medidos en dólares y corregidos por inflación de Estados Unidos sean superiores a los vigentes durante la convertibilidad. Altos precios internos y altos salarios en dólares, sin un sustento en aumentos equivalentes en la productividad, pueden sostenerse con flujos crecientes de entrada de dólares. Esto ocurre fundamentalmente de la mano de las exportaciones del complejo sojero y las ventas de productos industriales a Brasil. Sin embargo, la persistencia de la apreciación cambiaria (es decir: precios y salarios que crecen a tasas superiores a la devaluación) ha ido erosionando también estas fuentes de divisas con riesgo de agotarlas. La voracidad de la población por comprar dólares manifiesta la percepción de que los vertiginosos aumentos en la actividad económica, el empleo y los salarios empujados por la alta inflación y un dólar “planchado” no son sustentables. La percepción tiene un fundamento objetivo, ya que los incrementos sostenidos de precios y salarios muy por encima del valor del dólar fueron socavando la competividad de la producción argentina. Un proceso de este tipo lleva fatalmente a que, en algún momento, la gente empiece a percibir que es oportuno proteger sus ahorros a través de su conversión a dólares. Así se explicitan las consecuencias de la baja calidad de las políticas económicas que se han venido aplicando y se manifiesta la intención de seguir haciéndolo. En lugar de apelar a un manejo prudente y racional de las finanzas públicas y generar incentivos a la inversión productiva, se optó por el despilfarro fiscal y el intento de esconder la inflación a través de la intervención del Indec, controles de precios y persecución a las consultoras privadas. Estos métodos fracasaron, como fracasará el intento de amedrentar a la población para que no compre dólares. Lamentablemente se usa como argumento para justificar una estrategia con fracaso asegurado un objetivo loable, como es combatir la economía informal. Tampoco es solución permitir la aceleración de la devaluación del peso, ya que esto será agregar combustible al vertiginoso proceso inflacionario. Por eso, es urgente dejar de dilapidar esfuerzos atacando a los que compran dólares y comenzar a atacar la raíz del problema, que es la inflación, eliminado el despilfarro de gasto público y generando incentivos para que aumente la inversión productiva. (*) Centro de estudios económicos
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