Despertar

El senador y el PJ exigieron cambios. El gobernador se resiste.

Redacción

Por Redacción

DE DOMINGO A domingo

adrián pecollo adrianpecollo@rionegro.com.ar

El Frente para la Victoria, tal como se lo conoció, marcha hacia su extinción. Se está en la postrimería de esa experiencia electoral y de gobierno. Carlos Soria, su gestor, está muerto. Alberto Weretilneck y Miguel Pichetto están enfrentados, con un quiebre de confianza. Ya no hay allí retrocesos ni retornos posibles. La terquedad de ambos es la mejor expresión que nada ni nadie es igual a lo que fue. Soria aprovechó el hastío por el radicalismo y su arenga reformista fueron sus mejores virtudes electorales. No tuvo tiempo para mostrar cuánto de aquello tallaría en su gobierno. Todo el sueño se esfumó en esa madrugada del 1º de enero en su chacra de Paso Córdoba. La federación de voluntades que armó y azuzó no pudo sostenerse frente a la carencia de un diseño colectivo. Después de él, cada dirigente creyó que tenía un proyecto para administrar y cumplir con las promesas de campaña. ¿Qué pasó en ocho meses para que el mando del PJ rompiera con el gobernador que repite que su gobierno “fue, es y será del justicialismo”? Se rompió el vínculo de Weretilneck y Pichetto. ¿Qué ocurrió? Sí, el senador redobló sus gestiones en Nación a favor de la nueva administración. Y sí, el mandatario no introdujo cambios de funcionarios, incluso incorporó al hijo de Pichetto al gabinete. Desapareció el diálogo franco y la política quedó reducida a su tramo mezquino y engañoso. Lapidario para una sociedad política tan frágil después del asesinato de Soria. No hay inocentes en esta frustración. Pichetto impone este presente y desplegó su fuerza para acorralar a Weretilneck. El error del gobernador está en haber llegado hasta aquí con poca atención en la unión con el senador y la dirigencia justicialista, contrapuesta a los renovados lazos con viejos socios, frágiles pero reales. ¿Qué pasó en la relación entre Weretilneck y Pichetto? Existe un racimo de razones y hechos. El senador ya no le cree. “Ya no hay confianza”, confiesa, narrando diferentes sucesos. Soria impuso esa confidencia cuando entronó a Weretilneck en la fórmula, a pesar de que Pichetto mantenía un histórico recelo del cipoleño por su pasado. Hoy quebrado el trato entre ellos, cada expresión desciende al complejo entramado de especulaciones. El último contacto (telefónico) fue hace casi tres semanas –el lunes 23 de julio–, cuando abundaron los reproches. El derrumbe se consolidó al otro día: Pichetto realizó críticas declaraciones a la gestión que profundizó el enfado del gobernador, ya existente por una inicial carga del intendente Javier Iud. Weretilneck contraatacó: ignoró al senador que estaba en Viedma, no lo convocó al acto del acuerdo con UPCN y no concurrió a la entrega de subsidios organizada por el senador. Hay un detalle personal. El mandatario no dimensiona bien cómo conmueve en el senador cada desplante y el repliegue que aquél le dispensa a su hijo, Juan Manuel. El joven arribó al gabinete como garantía de los nuevos vínculos. Los augurios de proyección para Pichetto Jrs. transmutaron en la actual degradación. El desdén a su hijo agita cualquier rasgo racional del senador. En realidad, Weretilneck siempre aplica esa técnica de aislamiento como sanción política o producto de su concentración de las decisiones. Es cierto que mantuvo el gabinete original, pero vació de manejo a la mayoría de los ministros. ¿Se sabe qué hace César del Valle en Obras Públicas? ¿O Ángel Rovira Bosch en Turismo? ¿Y Julián Goinhex en la Secretaría General? Pichetto Jrs. mantiene ciertas labores por lo que le ofrece la administración nacional. Así compartirá mañana con Weretilneck el palco cuando llegue a Viedma el ministro de Agricultura, Norberto Yauhar. En el proceso pos-Soria, el senador entendió que su función sería medular en el nuevo gobierno. Entonces, su andar se percibía como “el gobernador en la sombra” pero, a los pocos meses, volvió a su acotado cometido de gestión ante la Nación. Casi la misma misión relegada que mantuvo durante los gobiernos radicales. La autonomía de Weretilneck se tornó evidente frente al anuncio de los subsidios para la fruticultura y se consolidó con la resolución de la zona desfavorable. Estas pautas están fijadas, pero el presidente del PJ y del bloque de senadores no está resignado a quedar excluido, como asoma, de otros pasos estructurales: la renovación de los contratos petroleros y la puesta en marcha de la explotación minera. Weretilneck avanza en su propuesta petrolera y, en cambio, paraliza cualquier proyecto minero. Pichetto tiene miradas totalmente contrarias, argumentando la obligada consonancia de Río Negro a las reglas nacionales. Se insinúa otro pleito –igual de conflictivo en los Estados– que radicaría en las concesiones de los casinos. Además, Weretilneck y Pichetto se muestran opuestos en su percepción de la desatada crisis rionegrina y, consecuentemente, de la mediación nacional. Ya no quedan indiferentes en los alineamientos en Río Negro. Una postura intermedia sí permanece en el intendente Martín Soria, con reproches a las conductas de uno y de otro, pero pregona un Estado no rupturista con el gobierno. Igual, imbuido en su tragedia personal y política, el roquense lejos está de involucrarse más. El gobernador sectoriza la crítica interna y relativiza lo que ocurre. Allí está su táctica política. Sólo está inquieto por la reacción del poder K, pues ya ha detectado alguna. Así encomendó al ministro Alejandro Palmieri para que viaje a Buenos Aires a explicar el impacto salarial de la “zona desfavorable” a su par nacional Hernán Lorenzino, después de las quejas de Economía. Weretilneck está especialmente temeroso por lo que ocurra con su principal nexo, el jefe de Gabinete, Juan Manuel Abal Medina. Habló con él pero, según parece, el cipoleño sólo empuñó referencias que el funcionario habría realizado sobre las reacciones de Pichetto más allá de la turbación que Abal Medina le transmitió por el panorama provincial. Ese acotado testimonio lo tranquilizó cuando el mandatario apuesta a la prescindencia de Casa Rosada. Ocurre que la maquinaria principal de Pichetto reside en la reacción nacional, para lo cual llevó sus temores y sus visiones a Olivos. La presidenta Cristina Fernández lo escuchó pero le pidió tiempo para su intervención. Le habló de los riesgos. El senador los conoce. “Que suceda, ahora, lo que tenga que suceder”, replica, aceptando que la disputa vaticina desenlaces inciertos. Weretilneck está amarrado a la escena que “no hay nada de nada” desde Nación. Esta mirada sirve a su relato para Río Negro. “Sólo lograron reunir a 13 legisladores y tres no quieren romper al bloque”, repitió el viernes frente al quiebre del Frente para la Victoria. Las apariencias sirven para la política, pero no bastan para la gobernabilidad, ni escriben la historia. El último intento de aproximación fracasó el viernes cuando Weretilneck recibió al rector de la UNRN, el justicialista Juan Carlos Del Bello. Aquél se liberó de culpas e insistió en su confusión a partir de las conductas del senador. “Qué quieren, que deje todo. Lo hago”, ensayó. No lo piensa hacer y así se los dijo a sus diputados. Va a “resistir” y, seguramente, asumirá el reclamado “cambio de rumbo”. Lo hará y lo orientará a recambios en el gabinete, sin la participación del pichettismo. La búsqueda de otros peronistas sería la premisa. El otro sector espera una rendición albertista, que no ocurrirá, y prepara la renuncia del ministro Pichetto y funcionarios allegados al senador. En resumen, todo marcha para ahondar las diferencias y persisten en el recuento de lealtades que, por ahora, aflora como la única preocupación y ocupación de ambas colectividades. Increíble. La encrucijada se profundiza porque falta plan B, entonces emerge la rara opción electoral, silenciada en público pero analizada en privado. Esta alternativa es aún un absurdo, aunque es evidente que el oficialismo aceleró los tiempos del 2015 y se introdujo en la reformulación del poder. Esta fase promete capítulos súbitos. El radicalismo lo advirtió. Por eso, mitigó odios internos y se está forzando en la recuperación de ciertos diálogos, como el de Saiz con Bautista Mendioroz. Igualmente, la historia por escribir todavía pertenece a la dirigencia que con Soria logró el respaldo electoral al discurso desplegado para consolidar los servicios del Estado, barrer las injusticias y restablecer la moral pública. Claro que todo parece resuelto para que permanezca siendo sólo un sueño cuando su concreción no asoma y su dirigencia se sumergió en la peor disputa interna.


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