Don Arturo, un militante de todas las batallas

Treinta años de la muerte de un intelectual apasionado y comprometido. Jauretche sacrificó varias veces la gloria personal para batirse en todos los terrenos.

BUENOS AIRES.- Arturo Jauretche, de cuya muerte se cumplieron ayer treinta años, desarrolló una vida plena de pasión militante, de compromiso con los que él llamaba afectuosamente «mis paisanos», y a través de ella sacrificó varias veces la posible gloria personal para batirse en todos los terrenos: la polémica en medios gráficos, la discusión de la mesa redonda e incluso, el cuerpo a cuerpo de la trifulca universitaria o la lucha con las armas en la mano.

BUENOS AIRES.- Arturo Jauretche, de cuya muerte se cumplieron ayer treinta años, desarrolló una vida plena de pasión militante, de compromiso con los que él llamaba afectuosamente «mis paisanos», y a través de ella sacrificó varias veces la posible gloria personal para batirse en todos los terrenos: la polémica en medios gráficos, la discusión de la mesa redonda e incluso, el cuerpo a cuerpo de la trifulca universitaria o la lucha con las armas en la mano.

Como Fierro entró en todas las batallas pero no en «las listas de cobranza». Cuando tuvo posibilidades de ser candidato a diputado provincial por el conservadorismo, a los 25 años, abandonó ese partido para insertarse en el mundo del radicalismo irigoyenista. Así también, renunció a la posible fama del mundo literario que le ofrecía «La Nación» -donde publicó sus primeros cuentos- para pasar a los versos de combate del «Poema al Paso de los Libres».

Como Fierro entró en todas las batallas pero no en «las listas de cobranza». Cuando tuvo posibilidades de ser candidato a diputado provincial por el conservadorismo, a los 25 años, abandonó ese partido para insertarse en el mundo del radicalismo irigoyenista. Así también, renunció a la posible fama del mundo literario que le ofrecía «La Nación» -donde publicó sus primeros cuentos- para pasar a los versos de combate del «Poema al Paso de los Libres».

Después, fue puente -a través de FORJA- entre los dos grandes movimientos nacionales: radicalismo y peronismo. De 1946 a 1950, presidió el Banco de la Provincia de Buenos Aires, al cual renunció por disidencias con los planteos económicos liberales del ministro Gómez Morales. Sin embargo, apenas derrocado el peronismo, en 1955, regresó a la lucha desde periódicos de vida efímera como El líder» o «El 45», en defensa del pueblo proscripto y del patrimonio nacional en peligro.

Después, fue puente -a través de FORJA- entre los dos grandes movimientos nacionales: radicalismo y peronismo. De 1946 a 1950, presidió el Banco de la Provincia de Buenos Aires, al cual renunció por disidencias con los planteos económicos liberales del ministro Gómez Morales. Sin embargo, apenas derrocado el peronismo, en 1955, regresó a la lucha desde periódicos de vida efímera como El líder» o «El 45», en defensa del pueblo proscripto y del patrimonio nacional en peligro.

Colaboró luego en la campaña electoral a favor de la candidatura de Arturo Frondizi, pero cuando éste llegó al gobierno y modificó su programa bajo la presión de los mandos militares y los Estados Unidos, volvió a disentir. A partir de allí, desde diversos periódicos y revistas, continuó polemizando sobre los graves problemas de un país dependiente, especialmente desnudando las falacias de diversos economistas, desde Prebisch, Pinedo y Alsogaray hasta Krieger Vasena y Alemann.

Colaboró luego en la campaña electoral a favor de la candidatura de Arturo Frondizi, pero cuando éste llegó al gobierno y modificó su programa bajo la presión de los mandos militares y los Estados Unidos, volvió a disentir. A partir de allí, desde diversos periódicos y revistas, continuó polemizando sobre los graves problemas de un país dependiente, especialmente desnudando las falacias de diversos economistas, desde Prebisch, Pinedo y Alsogaray hasta Krieger Vasena y Alemann.

Más allá de los reveses, como su fracaso cuando se postuló a senador por la Capital Federal en 1961, Don Arturo mantuvo siempre enhiestas sus banderas, con esa peculiaridad de sus escritos que él denominaba «el arte de combatir alegremente».

Más allá de los reveses, como su fracaso cuando se postuló a senador por la Capital Federal en 1961, Don Arturo mantuvo siempre enhiestas sus banderas, con esa peculiaridad de sus escritos que él denominaba «el arte de combatir alegremente».

En sus últimos años, Jauretche sumó, a su larga trayectoria de lucha, una persistente y rica campaña centrada en el cuestionamiento de las ideas dominantes o, usando su lenguaje, en contra de la «colonización pedagógica», es decir, el sometimiento ideológico, especialmente de los sectores medios, a los intereses del privilegio interno y externo. Habló, entonces, de «zonceras», es decir, mitos y fábulas difundidos por los tres niveles de la enseñanza y ratificados por las academias y los «maestros de la juventud», así como por los diversos medios de comunicación, dirigidos a impedir que el hombre argentino tome conciencia histórica y política, es decir, para convertirlo en «zonzo».

En sus últimos años, Jauretche sumó, a su larga trayectoria de lucha, una persistente y rica campaña centrada en el cuestionamiento de las ideas dominantes o, usando su lenguaje, en contra de la «colonización pedagógica», es decir, el sometimiento ideológico, especialmente de los sectores medios, a los intereses del privilegio interno y externo. Habló, entonces, de «zonceras», es decir, mitos y fábulas difundidos por los tres niveles de la enseñanza y ratificados por las academias y los «maestros de la juventud», así como por los diversos medios de comunicación, dirigidos a impedir que el hombre argentino tome conciencia histórica y política, es decir, para convertirlo en «zonzo».

Abordaba esta tarea no desde una supuesta sapiencia iluminista sino desde las tres condiciones que exigía para acercarse a sus compatriotas desorientados: humildad, humildad y humildad. Por eso decía: yo no soy un «vivo», soy apenas «un gil avivado», que he descubierto ciertas verdades y las ofrezco a mis compatriotas.

Abordaba esta tarea no desde una supuesta sapiencia iluminista sino desde las tres condiciones que exigía para acercarse a sus compatriotas desorientados: humildad, humildad y humildad. Por eso decía: yo no soy un «vivo», soy apenas «un gil avivado», que he descubierto ciertas verdades y las ofrezco a mis compatriotas.

Este mensaje fue recibido con entusiasmo por aquella sociedad argentina de fines de los sesenta, signada por la hipocresía política: para asegurar la democracia, se prohibía concurrir a elecciones al partido mayoritario, de modo tal que los votos en blanco predominaban en las urnas.

Este mensaje fue recibido con entusiasmo por aquella sociedad argentina de fines de los sesenta, signada por la hipocresía política: para asegurar la democracia, se prohibía concurrir a elecciones al partido mayoritario, de modo tal que los votos en blanco predominaban en las urnas.

Su libro «El medio pelo en la sociedad argentina» alcanzó más de diez ediciones en pocos años y lo sacó a Jauretche del silenciamiento a que había sido sometido hasta entonces.

Su libro «El medio pelo en la sociedad argentina» alcanzó más de diez ediciones en pocos años y lo sacó a Jauretche del silenciamiento a que había sido sometido hasta entonces.

Sus opiniones, enriquecidas por la ironía («animémonos… y vayan»), sus dichos contundentes («que al salir, salga cortando»), sus conclusiones apelando a su «sociología con estaño» («hay que barajar y dar de nuevo») influyeron notablemente en la «nacionalización» de las clases medias, a partir de 1966.

Sus opiniones, enriquecidas por la ironía («animémonos… y vayan»), sus dichos contundentes («que al salir, salga cortando»), sus conclusiones apelando a su «sociología con estaño» («hay que barajar y dar de nuevo») influyeron notablemente en la «nacionalización» de las clases medias, a partir de 1966.

Por entonces, Jauretche realizó un viaje por provincias del interior y regresó entusiasmado porque a sus conferencias iban muchachos y muchachas jó

Por entonces, Jauretche realizó un viaje por provincias del interior y regresó entusiasmado porque a sus conferencias iban muchachos y muchachas jó

venes, pero también militantes y cuadros y veteranos. Alguien le opuso: «No se fíe, don Arturo, de estos últimos: burro viejo no agarra trote…».

venes, pero también militantes y cuadros y veteranos. Alguien le opuso: «No se fíe, don Arturo, de estos últimos: burro viejo no agarra trote…».

La respuesta fue inmediata: «Es cierto, pero hay una excepción: cuando son las calles las que empiezan a trotar y entonces trotan todos, los burros jóvenes y los viejos..». Poco después, el «cordobazo» iniciaba un proceso de alza de masas que conduciría al gran triunfo popular del 11 de marzo de 1973.

La respuesta fue inmediata: «Es cierto, pero hay una excepción: cuando son las calles las que empiezan a trotar y entonces trotan todos, los burros jóvenes y los viejos..». Poco después, el «cordobazo» iniciaba un proceso de alza de masas que conduciría al gran triunfo popular del 11 de marzo de 1973.

Semanas después -el 25 de mayo-, al asumir Cámpora como presidente, Don Arturo no estaba en los balcones de la Rosada sino modestamente, en el balcón de una casa particular, en la esquina de la Diagonal Sur e Hipólito Yrigoyen, con sus ojos verdosos y su lacito federal, contento del triunfo, sin reparar en la invitación que no había llegado.

Semanas después -el 25 de mayo-, al asumir Cámpora como presidente, Don Arturo no estaba en los balcones de la Rosada sino modestamente, en el balcón de una casa particular, en la esquina de la Diagonal Sur e Hipólito Yrigoyen, con sus ojos verdosos y su lacito federal, contento del triunfo, sin reparar en la invitación que no había llegado.

El sabía -y esa convicción había signado su vida- que lo personal resultaba minúsculo y que lo importante era integrar la inmensa caravana de «sus paisanos», a cuyo triunfo él había concurrido con su larga y consecuente lucha. (Télam)

El sabía -y esa convicción había signado su vida- que lo personal resultaba minúsculo y que lo importante era integrar la inmensa caravana de «sus paisanos», a cuyo triunfo él había concurrido con su larga y consecuente lucha. (Télam)

Norberto Galasso (Historiador)

Norberto Galasso

(Historiador)

 

Jauretche hoy

Arturo Jauretche era un peleador, un fligther en términos boxísticos. Por eso peló el cuchillo en un set de televisión ante alguien que lo había ofendido.

Y como buen peleador, la gente lo quiere o lo odia, olvidando que más allá de la caída de sus tesis -parte de la caída de otro país-, su lección epistemológica, que el mismo ubicaba en la orilla de la ciencia o en la pura anécdota del mirón, deja algo básico y perdido: la «lectura concreta de la realidad concreta», es decir los cuidados que hay que tener ante las teorías que fueron elaboradas en otros contextos.

Algo que había aprendido de otro pensador olvidado, Ortiz Pereira, quien había descubierto la tercera invasión inglesa leyendo a los epistemólogos franceses.

Pero no todas sus tesis se perdieron: la colonización pedagógica se acentuó y las zonceras, abundan.

El estilo de Jauretche, ese que caló tanto en la gente, forma parte de un viejo estilo conversacional criollo que en parte se relaciona con Borges, su prologuista en «Paso de los Libres». Pero esto proviene de que, en gran parte, sus libros los dictaba porque en el trato personal, en sus formas de hablar -yo tuve a Borges de profesor-, eran muy diferentes.

De ese estilo criollo forman parte también su gran capacidad de polemista y brulotero, esa línea que en la Argentina tiene su máxima expresión en Ascasubi.

Tal vez también por eso, como por su pasión argentina, Jauretche sea un grande. Alguien que siempre va necesitar nuevas lecturas. Además un grande, por cierto, nada políticamente correcto. (Télam).

 

Aníbal Ford

(Escritor y profesor consultor de la UBA)

 


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