Dones naturales, ingenio humano

Coincidente con anuncios de que en nuestro país se constatan novedades alentadoras sobre shale gas en Neuquén, una nota periodística nos ilustra sobre la experiencia norteamericana en la explotación del recurso.

HÉCTOR CIAPUSCIO (*)

Una nota en “The New York Times” del 3 de este mes se abre comentando eufóricamente que Estados Unidos se halla frente a otra bendición de su geología. Dispone ahora de importantes yacimientos de gas no convencional explotables gracias a innovaciones que se acumularon a partir de los 80 y los 90. El artículo se titula “Shale Gas Revolution” y lleva la firma de David Brooks, un prestigioso columnista habitual. El artículo describe una nueva situación para el país en un tono, sin perjuicio de algunos reparos, resueltamente optimista en cuanto al futuro inmediato y al lejano. En el origen del proceso de innovación destaca la figura del empresario George P. Mitchell (la P. es por Phidias), un hijo de griegos –multimillonario ahora y filántropo de vanguardia– que puso en marcha la empresa pionera en promover y aplicar una nueva tecnología de perforación horizontal para el aprovechamiento de gas natural atrapado en esquistos. Esa técnica, combinada con fracturación hidráulica de rocas, ha hecho posible la extracción económicamente positiva de gas no convencional. El método ha resultado en un proceso ampliamente retributivo. En el 2000 el shale gas significaba sólo el 1% de la provisión de gas natural del país; en el 2011 es de un 30% y crece. Un libro que describe esta historia de innovación técnica se titula “The Quest” (la búsqueda) y Daniel Yergin, su autor, le ha asegurado al periodista que cambia totalmente el juego, transforma el mercado energético. Estados Unidos parece poseer, en consecuencia de la nueva fuente, 100 años de disposición del más favorable de los recursos fósiles. Limpio y barato, este combustible bien puede ser, especula el periodista, el puente de progreso hacia formas ideales de energía ecológica como la solar y la eólica. Provee otras ventajas. Ya ha dado trabajo a medio millón y hay en perspectiva muchos más centenares de miles de puestos para pronto. Las inversiones en industrias como la química y la metalúrgica de tubos de acero son sustantivas; así las comprometidas, entre varias, por Dow Chemical y la Valourec francesa por miles de millones distribuidos en varios estados. Pueden contarse otras ventajas: mejores precios para los consumidores y menor dependencia del país en cuanto a importación de combustibles desde fuentes extranjeras. Las sombras a que alude el artículo para “estas tremendas buenas noticias” residen en cosas como la polarización que existe internamente entre los conservadores que corean “¡Perfora, baby, perfora!” pero sospechan de cualquier nueva regulación y ambientalistas que parecen mirar a los combustibles fósiles como moralmente corruptores e imaginan fácil virar de golpe hacia energías ecológicas. Esta revolución, por otra parte, desafía a la industria del carbón, hace antieconómicas nuevas plantas nucleares y cambia la faz económica de empresas de energías renovables que ven ahora más lejos su viabilidad. Juzga el autor que estas fuerzas se han de reunir contra el shale gas con resultados predecibles. Ya los choques entre la industria y los ambientalistas se están volviendo muy fuertes, deshumanizando a cada contendiente. Previniendo problemas de contaminación en ciudades (camiones, ruidos, etcétera) muchos activistas “Nimby” (“Not in my backyard”, no en mi patio trasero) están organizando la resistencia al ritmo de anunciantes apocalípticos. En la nota se reconocen riesgos en el método de fracturación; por ejemplo, que la inyección de grandes volúmenes de agua con químicos en la entraña geológica podría inducir contaminación en aguas frescas. Pero si el peligro pudiera ser real en casos de empresas imprudentes, no sería insuperable. El propio Massachusetts Institute of Technology (MIT) estudió el problema y concluyó que “con 20.000 pozos de shale perforados en los últimos diez años el resultado de esas experiencias es en su mayor proporción satisfactorio”. En otras palabras, los riesgos inherentes pueden ser manejados si hay un régimen de regulación razonable y si el público en general adopta un sentido realista y balanceado de costos y beneficios. Concluye que el gobierno de Washington, sopesando los argumentos que responden a intereses creados y al empeño opositor de sectores republicanos, está haciendo un buen trabajo en tratar de promover la fracturación sin dejar de investigar las desventajas. Esta crónica nos da lugar para algunas reflexiones. Durante años reinó en el mundo gran preocupación en torno a un agotamiento casi inexorable de los combustibles fósiles, particularmente del petróleo. Y no sólo de ellos. Recordemos el libro del Club de Roma en los 70 que se titulaba “Los límites del crecimiento”, en el que se denunciaba el deterioro de los recursos naturales y un no lejano acabamiento. Nunca han faltado argumentos catastróficos sobre el futuro. Pero realidades ejemplificadas por hazañas tecnológicas como el descubrimiento y la explotación offshore de inmensos depósitos de petróleos presal en el mar brasileño y datos como los de estos importantes yacimientos de gas no convencional en Neuquén, ahora aprovechables, deben hacernos recordar algo que parece un signo de estas épocas. Como escribió Paul Romer, economista de Stanford, “el gran cambio de los nuevos tiempos ocurrió en nuestra cabeza”. Ahora sabemos que la vida material de los hombres está limitada por las ideas más que por las cosas. Nuevas ideas, diseños, técnicas que apliquen los frutos de la ciencia y la innovación permiten redisponer los recursos existentes y hacernos más optimistas en cuanto al futuro humano en el planeta. (*) Doctor en Filosofía


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