Dos guerreros junto al precipicio
Escribe Claudio Andrade.
OPINION
La pelea entre Sergio “Maravilla” Martínez y Julio César Chávez es la reencarnación de otros encuentros pugilísticos – desesperantes, legendarios – que se han desarrollado a lo largo de la historia del boxeo.
El propio Julio César Chavez padre tuvo una pelea de película en diciembre de 1987 con Edwin Rosario por entonces campeón de la AMB. El final llegó para Rosario recién el undécimo round luego de que Chávez lo demoliera con una sensacional partitura de golpes de toda gama y color.
Lo suyo había hecho un año antes Sugar Ray Leonard frente a un deslucido Marvin Hagler. Hagler, un boxeador aparentemente imbatible, debió soportar una colección horrorosa de impactos en el cuerpo que aunque no lo conmovieron si lo pusieron en evidencia.
“Maravilla” siguió el libreto que se encuentra escrito desde hace milenios en el gran libro del boxeo. Hasta el round 10 pudieron su velocidad y sus increíbles reflejos contra los muy especulativos golpes mortales de Chávez. Pero en los siguientes dos episodios sintió el rigor, todas esas manos durísimas que atentaron contra sus abdominales y su rostro. Hasta el 10, Chávez no había conectado más de tres golpes certeros. Pero con tres le bastó para herir a “Maravilla”.
Cuando “Maravilla” se quedó sin piernas la historia de la pelea tomó un giro hacia lo épico. En la teoría el boxeador argentino debía ganar con cierta solvencia puesto que Chávez jamás lo iba a alcanzar. De todas maneras “Maravilla” había especulado con que sí ocurría lo contrario y debía aceptar el cuerpo a cuerpo, él sabría mantenerse en pie. Fantaseaba. Si Chávez lo hubiera calzado en el round 11 y no en el 12, tal vez, otro sería el cuento. Pero sucedió en el final.
Perdido por perdido, en el 12, Chávez se dirigió ciego como un rinoceronte hacia “Maravilla”. Tuvo suerte, conectó lo que lanzó. Cansado como estaba el púgil nacional no fue capaz o se negó a salirse de aquel impensado infierno y besó la lona.
Nadie esperaba este epílogo de locos excepto el propio “Maravilla” que secretamente parecía haberse preparado para el peor de los escenarios. El boxeador se levantó a gatas e hizo lo único que un hombre de su tipo sabe hacer en estos casos: enfrentar al oponente. Golpe por golpe. Ha quedado tatuado en su pecho: su destino es americano y no griego. Su heroisismo es propio de Rocky Balbo.
Con la mano quebrada, la rodilla deshecha, “Maravilla” aguantó. Chávez canceló también todas sus energías en su postrero intento. Si ambos hubieran tenido algo más que dar lo hubieran dado hasta caer juntos al precipicio.
Claudio Andrade
candrade@rionegro.com.ar
Foto: AP.-
OPINION
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