Dos hurras sólo para bancos centrales independientes

Por Paul A. Samuelson

La economía no es una ciencia exacta. Tiene leyes importantes y mucho de sensatez, pero rara vez es simple.

He aquí un importante ejemplo. Entre 1850 y 1931, gran parte del mundo trabajaba bajo el estándar del oro.

Aquello funcionaba lejos de la perfección, pero fue una época en que el comercio mundial creció, confiriendo beneficios tanto a los exportadores como a los importadores. Hoy, algunos partidos políticos urgen a los países de Latinoamérica a establecer consejos cambiarios que relacionen su divisa local con el dólar estadounidense -lo cual a veces resulta parecido a los viejos tiempos del estándar de oro-.

¿Es una buena idea? No puede darse una respuesta simple a una pregunta así. Si su sociedad tiene la tradición de un siglo de inflación, si sus votantes no pueden confiar en sí mismos y en su capacidad para mantener a los líderes corruptos y ambiciosos alejados del poder, si la mayoría se da cuenta de que los sentimentalismos imprácticos resultarán electos y entonces casi con toda seguridad intentarán alcanzar programas más altruistas que los que acabarán realizando -son grandes condicionantes-, entonces incluso un estándar imperfecto de oro podría ser el menor de los males factibles.

¿A qué tendrán que renunciar Inglaterra o Suecia, si en el futuro deciden sumarse a la Unión Monetaria Europea y reemplazar al Banco de Inglaterra y al Banco de Suecia por el nuevo Banco Central Europeo en Frankfurt? Después de todo, ninguno de estos países va peor macroeconómicamente en este nuevo siglo que Francia o Alemania, comprometidos con la nueva divisa euro. Bueno, si acaso Europa cae en una seria depresión, entonces podrá evitarse que Inglaterra y Suecia utilicen la herramienta de la devaluación cambiaria, que en esos dos casos ayudó a alcanzar una acelerada recuperación denegada a Francia en los «30, cuando insistió en permanecer bajo el estándar del oro a la tasa de cambio tradicional.

He aquí un segundo ejemplo. ¿Son algo bueno los bancos centrales verdaderamente independientes? Unos pocos gobernadores, nunca electos en ningún proceso democrático, en teoría tienen libertad de decidir cuáles políticas crediticias deben prevalecer en Gran Bretaña, en Japón y en Nueva Zelanda. Esto podría funcionar bien. O mal. Allá por 1929, cuando Montague Norman era el monarca absoluto del Banco de Inglaterra, cometió egregios y tercos errores. Muchos creen que incluso llegó a mentir a los primeros ministros electos de la época. Sí, pero se deben recordar también otros lugares o épocas, cuando los banqueros centrales fueron esclavos de los políticos, con gran frecuencia dados a imprimir excesivas cantidades de dinero para financiar los gigantescos déficit perpetrados por las democracias populistas. Uno debe alcanzar el consenso entre los males. Todo este fondo para el último escándalo. Recientemente el Japón estableció su banco central como entidad independiente tanto de los burócratas del Ministerio de Finanzas como del gabinete parlamentario de la Dieta. El gobernador del Banco de Japón, sin una experiencia doméstica o internacional extraordinaria, ha estado por mucho tiempo amenazando con elevar la tasa de interés a corto plazo por encima del piso casi cero al que ha caído como resultado del prolongado estancamiento japonés en los «90.

Ahora lo ha hecho, demostrando su independencia frente a la oposición tanto del ministro de Finanzas como del primer ministro: muchos expertos, en el Japón y en el extranjero, consideran esto prematuramente arriesgado. Sí, Japón muestra señales de recuperación. ¿Pero es frágil esta recuperación? ¿Podría la estrechez en el crédito poner en peligro e incluso llevar a la Nación de vuelta a una recesión? ¿Justifica la considerable inflación ahora al alza esta acción del Banco de Japón? ¿Sería mejor para el Japón subir su tasa de cambio del yen, y tiene probabilidades esta estrechez en el crédito de alcanzar la misma meta?

Permítaseme, como académico profesional en economía, tratar de responder a estas preguntas. No me voy a preocupar por la posibilidad de que el mismo gobernador vaya a «hacer el ridículo» si no demuestra -para bien o para mal- su independencia.

Primero, no puede decirse que en 1999 y en el 2000 Japón esté sufriendo de inflación o de la probable amenaza de inflación en el futuro cercano. Las estadísticas no lo demuestran así. El Banco de Japón no ha emitido nuevos reportes que digan que éste es el caso. Segundo, una encuesta de expertos en macroeconomía con toda probabilidad habría de reportar que la mayoría de ellos piensa que es algo bueno que el Japón tenga éxito en el reemplazo de una ligera deflación con una ligera inflación. Esto habría, al corto plazo, de aumentar un poco el necesario estímulo al ritmo de la recuperación japonesa. Luego de que ese nuevo estímulo hubiese quedado claro, en adelante aquellos que ahora critican al gobernador del Banco de Japón estarán aplaudiendo el que entonces aumente las tasas de interés al corto plazo por arriba de cero. Para 2003, si Japón iguala la rápida tasa de crecimiento promedio de los líderes del G-7, un Banco de Japón sensato querrá ayudar a que sus tasas de interés se aproximen a los niveles de los principales países del extranjero. Me gustaría que se comprendiera que no estoy seriamente alarmado por lo que probablemente sea un error del Banco Central de Japón en su primera muestra de independencia. Sospecho que la recuperación de Japón no es tan frágil. (La mayoría de nosotros nos hemos equivocado varias veces al creer que está a punto de salir del bache. Esta podría ser una ocasión más así). Hay un nuevo punto técnico. Cuando una Nación mal administrada ha caído en una «trampa de liquidez» -como lo que ocurrió en Japón en 1993-2000-, los cambios en las tasas de interés, ya hacia arriba o hacia abajo, pierden mucha de su potencia usual para afectar las tasas reales de crecimiento y los niveles nominales de precios. Las bancarrotas a corto plazo son otra cosa. Algunas corporaciones y bancos, al margen de la insolvencia, caerán en una explícita bancarrota si las tasas de interés se endurecen prematuramente mientras las demandas del consumidor y de la inversión no hayan regresado todavía a sus niveles normales. Allá en los «80, se escuchaba con bastante respeto a los funcionarios del Japón en las reuniones del G-7. No puede decirse lo mismo acerca de las reuniones de esta década. Tengo que admitir que la tempestad en un vaso de agua provocada por el errático gobernador del Banco de Japón probablemente exacerbará la pérdida en status de la segunda economía más grande del mundo. Es una lástima. Y, vaya, un desarrollo innecesario. En unos cuantos años más todo esto estará olvidado, una vez que Japón pueda alcanzar las tasas de crecimiento de Corea, Finlandia, Irlanda, Australia y las principales naciones de América del Norte en su recuperación.

(c) 2000, Los Angeles Times Syndicate.


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