Dos novelas libertarias y un nuevo paradigma ético

COLUMNISTAS

La teoría política libertaria creció en el siglo XX impulsada por la creciente intromisión del Estado en todos los ámbitos de la vida del hombre, económicos y no económicos. Los libertarios sostienen que el individuo tiene derechos que no se pueden violar sin su consentimiento, según la precisa definición que en manos de Nozick adquirió su máximo valor de teoría política.

El capitalismo libertario

En 1957 Ayn Rand, nacida en Rusia pero californiana por adopción, publicó su novela “La rebelión de Atlas” (”Atlas Shrugged”) que se convertiría en el manifiesto del capitalismo libertario. Rand cree que “el hombre (cada hombre) es un fin en sí mismo, no el medio para los fines de otros. Debe existir por su propio esfuerzo, sin sacrificarse a otros ni sacrificar a otros para sí. La búsqueda de su propio interés racional y de su propia felicidad es el más alto propósito moral de la vida”. Rand se toma 1.100 páginas para describir la vida y la obra de pioneros capitalistas que, sin pedir nada a nadie, consagran su talento y esfuerzo a la creación de vastos emporios de riqueza material porque ése es el fin de sus vidas. Sin la menor vacilación frente a sus adversarios ideológicos del socialismo y el estado de bienestar, Rand reivindica un auténtico nietzcheanismo de mercado, una moral que privilegia al más competitivo y a superhombres industriales. En la novela, estos hombres son progresiva y progresistamente acorralados por burócratas políticos, que “saquean” sus empresas en aras de redistribuciones igualitaristas que Rand descalifica como la negación de la libertad individual. Según su concepción, el altruismo es una ética mal entendida: quienes no se valen por sí mismos no tienen derecho a exigir que los pioneros trabajen y vivan para ellos. La consecuencia no se hace esperar: cansados de ser expoliados por gobernantes que son incapaces de producir nada, los mejores industriales, inventores y ejecutivos se rebelan, renuncian a sus empresas, abandonan la sociedad y se esconden en un valle secreto donde los políticos no los pueden molestar. La nación entra en crisis y la producción se paraliza provocando pobreza y hambrunas.

El anticapitalismo libertario

En 1974 Ursula K. Le Guin, californiana por nacimiento y por convicción, publicó su bella utopía ambigua “Los Desposeídos” (”The Dispossessed”), en la que imagina el contrapunto entre un mundo lleno de diversidad y riqueza, Urras, y su yerma y pobre luna, Anarres, a la cual han emigrado voluntariamente miles de anarquistas seguidores de Odo, carismática líder espiritual que ha predicado la asociación voluntaria de los hombres y su mutua cooperación para vivir sin la existencia de Estado, policía, leyes, políticos, clases sociales, diferencias entre sexos, y especialmente sin dinero, comercio, ni propiedades. En Anarres se ha constituido una sociedad de hombres y mujeres libres, cuyo pilar es un elevado sentido de responsabilidad social. Ningún anarresti puede ser coaccionado a ninguna acción, incluso a cooperar. Rand y Le Guin defienden con similar énfasis la libertad del individuo y la búsqueda de la propia felicidad como un valor superior a todo condicionamiento social, pero mientras que Rand basa su ideal social en un laissez-faire radical, Le Guin no hace descansar su ideal utópico en la economía y la producción sino en la conciencia moral de quienes renuncian voluntariamente a las diferencias sociales que engendra la persecución de la riqueza material y cooperan en un pacto contractualista que hubiera entusiasmado a John Rawls. Sagazmente, Le Guin ubica su sociedad libertaria en un mundo muy pobre, que hace imposible la existencia de pioneros. Si los puritanos ingleses hubieran arribado a un territorio desértico y sin vida como Anarres, quizás hubieran dado lugar una sociedad libertaria anticapitalista en vez del floreciente capitalismo de Nueva Inglaterra. Ayn Rand alaba las virtudes de los cruzados del capitalismo liberal: la moderna sociedad industrial es fruto de esa visión. Como su contracara, Ursula K. Le Guin sueña un ideal libertario que relega la sociedad de consumo, pero no recae en una sociedad pretecnológica: “Sabían que el anarquismo era para ellos el producto de una civilización muy desarrollada, de una cultura y diversificación compleja, de una economía estable y una tecnología altamente industrializada”.

Un nuevo paradigma ético

Tal vez el reclamo de un humanismo a la altura del siglo XXI consista en una exquisita armonía de los logros del capitalismo que cantó Ayn Rand con los logros de la conciencia moral que soñó Ursula Le Guin. Y este reclamo tal vez se deba a un sentimiento que crece: las majestuosas verdades de Occidente, libertad y riqueza material, ya no son suficientes para que las nuevas generaciones no se sientan enajenadas en una cultura anémica que no colma sus aspiraciones de vivir en plenitud. ¿No será que necesitamos un nuevo paradigma ético que nos oriente en el callejón sin salida a que ha conducido la reducción del capitalismo al consumismo?

ALEJANDRO POLI GONZALVO

Escritor. Club Político Argentino

ALEJANDRO POLI GONZALVO


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