Dos soldados alemanes
por Jorge Gadano
En los mismos días de esta semana en que Joaquín Hardt, un ex soldado alemán de la IIa. Guerra Mundial, moría en Bariloche, se pasaba una vez más en televisión el filme «Masacre en Roma», protagonizado por Richard Burton y Marcello Mastroiani. El vínculo entre ambos acontecimientos consistió en que Erich Priebke, también barilochense y alemán, capitán de las SS, tuvo un papel activo en la masacre perpetrada en Roma, el 24 de marzo de 1944, que segó la vida de 320 italianos.
Un día antes, el 23 de marzo, en la vía Rasella de la capital italiana, un atentado partisano había matado a 32 soldados tiroleses que, bajo el mando alemán, cumplían funciones policiales. Hitler, informado de inmediato, ordenó que por cada muerto fueran ejecutados diez italianos. La orden debía cumplirse dentro de las 24 horas siguientes al atentado.
La matanza fue ejecutada por tropas SS al mando del coronel Herbert Kapler. Los rehenes asesinados fueron sacados de la cárcel Regina Coeli y de otros sitios de detención. Se incluyó a varios judíos en la nómina para completar el total fijado por el Führer. El lugar elegido para el cumplimiento de la orden fue una cantera abandonada en las afueras de Roma, conocida con el nombre de «Fosas Ardeatinas». Cada uno de los SS, Priebke entre ellos, debió matar a cinco rehenes de un tiro en la nuca. Concluida la faena, las fosas fueron dinamitadas, con lo cual sirvieron de tumba colectiva a los muertos. Después de la guerra, la Italia democrática removió los escombros, identificó a las víctimas e instaló en el lugar un monumento funerario.
Priebke fue identificado como criminal de guerra en mayo de 1994 por un periodista norteamericano. Extraditado a Italia, fue juzgado y condenado a prisión perpetua por un tribunal romano. En su defensa dijo que no estaba de acuerdo con la orden de Hitler pero que era su deber cumplirla.
En una entrevista publicada en «Río Negro» el 19 de setiembre de 1994, Hardt dijo que Priebke, si de verdad estaba en desacuerdo, pudo escapar o pedir que lo enviaran al frente ruso.
Para Hardt el pueblo alemán, que marchó alegremente a dos guerras mundiales, fue «una Nación de tarados». El, que sí combatió en el frente ruso, pasó por experiencias desagradables que le tocó vivir en la Argentina a raíz de los crímenes del nazismo. Contó que una vez, en el hotel Tronador, una mujer a la que fue presentado le preguntó si había estado en la guerra, a lo que contestó que sí, como también que había sido herido. «Qué lástima que no lo mataron», replicó la mujer.
«Era una mujer judía», explicó Hardt. «Yo no sé -siguió- si le mataron a la madre, al tío, una cosa así, pero tenía el odio hasta acá arriba. Caímos todos en la misma olla. Yo me opongo a que nos pongan a todos en la misma olla, me opongo porque no fuimos, no fuimos, todos no fuimos Priebke».
Seguramente, durante todo el tiempo que convivieron en Bariloche, Hardt alimentó un sordo desprecio contra su compatriota, quien gozó de un cómodo destino en Roma -que, por haber sido declarada «ciudad abierta» quedó al margen de la guerra- en lugar de ir como voluntario al frente como lo hizo él, empujado por sentimientos patrióticos de los que abominó después: «Cuando yo escucho «la patria», «murió por la patria», ya se me sube la mostaza».
Por espíritu de aventuras, Hardt quiso estar en la guerra y falsificó la firma de su madre -su padre había muerto- para poder ingresar al ejército, porque por su edad necesitaba autorización para hacerlo.
Durante la batalla de Stalingrado estuvo durante unos tres meses en las trincheras, «cultivando piojos». Recordó «tremendos daños, gente muerta, gente herida, toda esa tragedia, el sufrimiento físico, un ambiente de invierno, de frío, nieve, sin comida, todas esas cosas. Ahí, poco a poco le entraba a uno la sensación de qué era realmente la guerra, qué locura es».
Desde la trinchera, con una bala en la pierna y cargando un compañero herido en el vientre, hizo unos 40 kilómetros hasta el primer auxilio». Después de esa experiencia tuvo «un miedo pánico» que lo acompañó hasta el último día de la guerra». Así, uno entre millones, llegó a 1945 un soldado alemán.
Una experiencia distinta fue la de Priebke, quien eligió una carrera segura y bien retribuida en las SS, una organización criminal pero exenta de los peligros y sufrimientos de la guerra. Y seguramente hubo otros jóvenes alemanes más conscientes, los menos, que prefirieron escapar al horror.
Hombres y mujeres hacen la historia y hacen su propia historia. Más o menos condicionados por las circunstancias son, no obstante, responsables de sus actos. Priebke, muy probablemente con ayuda vaticana, pudo escapar al castigo y vivir casi medio siglo como un ciudadano honorable en Bariloche. Pero ahora, arrumbado en una prisión romana, debe de estar arrepentido del destino que eligió. Hardt, en cambio, tuvo una muerte serena en su casa, junto al Nahuel Huapi.
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