Dos virtuosos llenos de música y alegría
César Lerner y Marcelo Moguilevsky acercaron con sensibilidad y calidad los sones klezmer a Neuquén.
César Lerner, frente al piano, parece olfatear el aire, los ojos cerrados. Marcelo Moguilevsky, de pie con su clarinete, da pasos cortos y se contorsiona como un músico de jazz. Disfrutan de lo que hacen hasta reírse. Son dos virtuosos que contagian no sólo la intensidad de su arte sino también la alegría con la que lo ofrecen.
«Como le decían a Piazzolla, esto no es tango. Es cierto. Esto no es klezmer», dice al final Moguilevsky dirigiéndose a los más viejos del público, los que tararearon, nostálgicos y felices, una sentimental canción del folclore judío, esa creación del pueblo hebreo en la diáspora que el dúo refrescó de modo admirable. La mayoría judíos, los espectadores se compactan en las gradas, los pasillos y el piso de la pequeña sala del Espacio de las Artes.
El doble espectáculo que este sábado ofreció Activart fue una regalo para la sensibilidad: «Locas Margaritas» mostró primero la calidad interpretativa de sus bailarinas, en cuadros de inspiración religiosa y festiva que componen «Ishá» y que permiten lucir la gracia y hasta el humor de los cuerpos en movimiento; Lerner-Moguilevsky, luego, con un repertorio tan generoso como brillante.
Pueden pasar de un pianíssimo a un fortíssimo de un instante al otro, crear climas casi místicos y, enseguida, desatar el fervor de un baile, pueden tocar sin pronunciar una palabra durante media docena de temas, como lo hicieron aquí, porque ya lo han dicho todo.
Se reunieron en este espectáculo a iniciativa de Mariana Sirote, la directora de «Locas…», que utiliza en «Ishá» dos temas del dúo y los invitó a tocar aquí. Marcelo se alegró del encuentro porque «cuando uno hace un trabajo no sabe si lo va a tomar alguien, hasta dónde va a volar».
Es una opinión modesta: hace 18 años que juntos estudian y ejecutan música klezmer con la persistencia de un sacerdocio, son los más reconocidos músicos del género en el país y figuran entre las mejores bandas del mundo en un disco que editó la Cruz Roja suiza para las víctimas de Kosovo. Para el 2000, los espera una gira por Hong Kong, Toronto, Berlín y Cracovia.
En la presentación en Neuquén, mostraron además el don de un inmenso talento del que no alardean y que, probablemente, desarrollaron desde la raíz de una cultura que los identifica y los «dignifica», como dice Moguilevsky.
Ninguno de los dos practica la religión judía pero Moguilevsky reconoce haberse apropiado de «cierta filosofía, que tiene que ver con la ética, con ser un buen tipo».
Así se los percibe en esta charla con «Río Negro» antes del concierto. Sencillos, abiertos, buenos tipos. Resulta admirable, después de verlos y escucharlos, que su formación musical haya sido «autodidacta absoluta», como afirman. Marcelo empezó a tocar a los 8 años la flauta dulce, uno de los instrumentos con los que se acompasa en el escenario. La otra extensión de su cuerpo es el clarinete, pero toca también el saxo, la armónica, la gaita y usa la voz y el silbido, en algunas sensibles interpretaciones como las que ofreció aquí.
Su compañero César, «desde muy chiquito», empezó su amorosa relación con el piano y el acordeón, y aunque tomó esporádicas clases con «profes de barrio», no tuvo mucha suerte con la educación sistemática y se formó solo en la profesión.
Ambos son compositores: Moguilevsky de música para teatro, cine y ballet; Lerner para teatro, cine, publicidad y televisión. El año pasado, con el filósofo y escritor Santiago Kovadloff, trabajaron a sala llena en un recital de música y poesía llamado «Babel». Acaban de editar su segundo disco, «Basavilvaso», cuyas ventas equipararon en un mes las que logró el primer disco, «Klezmer en Buenos Aires», al cabo de un año.
Ambos son conscientes de que una moda étnica puede favorecerlos, pero la constancia de su trabajo proviene de un legado ancestral al que adhieren no religiosamente sino con religiosidad. «En nuestra música hay mística, no necesariamente religión», dice César. Y Marcelo: «Es como una religiosidad, ese estado que yo creo, que yo compongo para mí, para mi cosa espiritual, para conectarme con lo que me rodea». Los dos acuerdan con que la belleza del arte es indiferente a las modas y que, como expresión de sentimientos auténticos, trasciende fronteras y etnias. Esto dicen del arte estos artistas.
En fiestas y sinagogas
«Klezmer» es la conjunción de dos palabras cuyo significado es «instrumento de tocar».
La palabra se aplicó luego a los ejecutantes de música klezmer, un verdadero furor en el gusto del mundo hace ya unos diez años, pero conociéndose hace apenas uno en el país.
El encanto de sus melodías tan delicadas como ásperas y potentes, siempre conmovedoras, procede de siglos de espiritualidad del pueblo judío disperso por Europa central y oriental.
De los países de esta región tomó aires de la música griega, rusa, húngara, polaca, yugoslava, rumana, y fue amasándose en un género que acompañó todo tipo de actividad humana, desde los quehaceres domésticos hasta los rituales religiosos, desde una boda hasta un velorio.
«Para nosotros, dicen a «Río Negro» César Lerner y Marcelo Moguilevsky, la música klezmer fue la posibilidad de encontrar, desde la raíz, algo propio y personal, como lo universal y lo singular».
Al contrario de lo que se cree vulgarmente, la música klezmer no consiste solamente en composiciones litúrgicas y su origen desmiente esa creencia.
Según explica Lerner, cerca del 1600 el movimiento religioso jasidista, del que proviene esta música, «intentaba encontrarse con la divinidad a través de la vivencia, de chupar y bailar. El klezmer es profano, el jasidismo es religioso».
En el primer disco, el dúo siguió más o menos literalmente los cánones tradicionales del género.
En la nueva producción, dicen que pudieron encontrarse más con ellos mismos y desarrollar «algo más propio todavía».
De aquellos judíos errantes que confortaban sus sufrimientos al son de violines dolientes y gozosos acordeones, a estos jóvenes descendientes llenos de alegría y talento, mucha historia ha conmovido al mundo.
César Lerner, frente al piano, parece olfatear el aire, los ojos cerrados. Marcelo Moguilevsky, de pie con su clarinete, da pasos cortos y se contorsiona como un músico de jazz. Disfrutan de lo que hacen hasta reírse. Son dos virtuosos que contagian no sólo la intensidad de su arte sino también la alegría con la que lo ofrecen.
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