Economistas e ideólogos

Por Jorge Gadano

Hace algunos días un diario aludió al triunfo del Partido Popular de José María Aznar en España diciendo que se había tratado de una victoria de la economía sobre la ideología. El título fue «En España, la economía sepultó a las ideologías». Lo que es lo mismo, sería como decir que los fanáticos ideólogos fascistas, stalinistas y toda esa ralea de guevaristas gritones malentrazados de los «70 debieron, por fin, dejar su lugar a pulcros y neutros economistas liderados por gobernantes tan modosos y atildados como el presidente del gobierno español.

En favor del éxito de los economistas puede anotarse la composición del gabinete de Fernando de la Rúa. Es un economista, por cierto, el jefe de la cartera económica, pero también lo son el canciller Adalberto Rodríguez Giavarini y el ministro de Defensa Ricardo López Murphy. Sin contar a Rodolfo Terragno, licenciado en Derecho pero, a juzgar por su actuación pública, sapiente en las más variadas materias.

Mario Vargas Llosa, el literato liberal derrotado en Perú por el pragmático ingeniero Alberto Fujimori, se refirió también al resultado de las elecciones españolas. Dijo que esos comicios «muestran a un electorado español moderno y europeo, desideologizado, donde las lealtades políticas tradicionales cuentan menos que el pragmatismo». Admitió que los españoles puedan haber votado «con el bolsillo» y explicó que eso no significa más que «preferir la realidad a la ficción, la experiencia vivida a la retórica del discurso y la proclama, algo que en política es un síntoma de realidad, sensatez y buen instinto democrático».

Para el escritor peruano, serían los españoles «ciudadanos realistas, convencidos de que el progreso y el bienestar no se alcanzan jamás de golpe, sino poco a poco y por partes, en un largo proceso de conquistas graduales que van extendiendo, de manera cada vez más profunda, al mayor número, la libertad, la propiedad, los derechos humanos y la prosperidad».

Bueno, ya es algo. Que el electorado de la madre patria se haya convencido, después de la sangrienta lección que le dio el franquismo, de que la mejor opción son las «conquistas graduales», no puede ser motivo de sorpresa. En la Argentina posdictatorial está pasando algo parecido. Pero por más que los cuentos de gallegos hablen en contra del pensamiento español contemporáneo, el mismo Vargas Llosa admite que los habitantes de la península piensan en algo más que los beneficios materiales que reciben: por ejemplo, en la libertad y los derechos humanos.

Admitirlo no equivale a afirmar que han caído víctimas de una nueva ideología. Es que todo ser humano, en tanto sea humano -esto es, no un robotizado nazi que sólo se mueve por órdenes- piensa. Y en tanto ser pensante, es poseedor de una representación mental más o menos ordenada de cómo son, o cómo le gustaría que fueran, el mundo y la vida. Es poseedor, en fin, de un conjunto de ideas, si no se le quiere llamar ideología.

En su significado más estricto, ideología es sinónimo de ciencia o de estudio de las ideas. Pero en el más extendido el término sirvió para bautizar al pensamiento totalitario de este siglo (el XX, que aún no ha terminado), consistente en un conjunto cerrado e impenetrable de ideas que el líder derrama sobre las masas. Justamente, la «desideologización» (con perdón de la palabra) de la que habla Vargas Llosa es el terreno en el cual siembra el totalitarismo. Los mejores «desideologizadores» son aquellos políticos pragmáticos que levantan consignas del tipo «obras, no palabras». Juan Perón la formuló de otra manera: «Mejor que decir es hacer, mejor que prometer es realizar».

Curiosamente, el más grande ideólogo de los últimos tiempos, Carlos Marx, fue un economista. También lo fue John Maynard Keynes, cuyo pensamiento echó las bases teóricas del añorado «estado de bienestar», al sostener que el remedio para las crisis recesivas y el desempleo era el incremento del gasto público.

Oponer economía a ideología es, por lo tanto y por lo menos, un error. En el campo del pensamiento económico predominante en la actualidad dominan hoy los partidarios del monetarismo y de la economía de mercado. Los que hace décadas predicaban en favor de las devaluaciones y de la intervención del Estado en la economía hoy son muy pocos. Pero que los hay, los hay. Como también existen ciertos «ideólogos», como el austríaco Joerg Haider, que adhieren al liberalismo económico.

Las ideologías totalitarias se derrumbaron en Berlín. En 1945 cayó el nazismo cuando entró el ejército soviético. Y en 1989 le tocó al «socialismo real» cuando cayó el Muro. Pero los humanos no hemos dejado de pensar. Aun los economistas, que aunque muchas veces no lo parezcan, también son seres humanos.

Es verdad que, para muchos españoles de hoy, resulta más conmovedor un plato de mariscos que las tragedias de los africanos que se ahogan en el Mediterráneo tratando de llegar a las costas de Andalucía. Otros pueden manifestarse con más sensibilidad ante tales tragedias, pero no dejan de frecuentar los mariscos, con más el jamón de Jabugo, el queso manchego y el vino de Rioja. Es el gusto por la buena vida, por un «estado de bienestar», algo tan humano como el pensamiento y su producto, las ideas.


Formá parte de nuestra comunidad de lectores

Más de un siglo comprometidos con nuestra comunidad. Elegí la mejor información, análisis y entretenimiento, desde la Patagonia para todo el país.

Quiero mi suscripción

Comentarios