Ecos de un reencuentro con Irma Cuña

El homenaje a la escritora neuquina despertó el goce de volver nuevamente a sus palabras. Hoy se realiza en Zapala.

NEUQUéN.- El frío viento neuquino nos convocó. Y, como él, se arremolinó, se estremeció o se atenuó en las voces de Lilí Muñoz, Nancy Köhl, Mercedes Rolla, Guillermo Inda, Guillermo Mascetti (escritores, amigos).

Diferentes, unas más graves, otras más leves, pero todas sutiles y sentidas, para desentrañar la otra «voz», la de la entrañable Irma Cuña, que se permite una poesía visceral, que ejecuta casi todos los tonos, que a veces vuela con abejorros o mariposas ebrias y otras, se desangra en la soledad más infinita.

El homenaje se realizó días atrás -en el Aula Magna de la Universidad Nacional del Comahue, con poemas, glosas y música- para conmemorar el primer aniversario del fallecimiento de la escritora neuquina. El músico Marcelo Piñeiro interpretó obras de la poeta y en piano estuvo Fernando Bertolami.

Quizá la palabra «homenaje» no revele con exactitud lo ofrecido. De alguna manera, creo que este encuentro fue una respuesta inefable a la necesidad imperiosa de disfrutar, conmovernos o incomodarnos nuevamente con la palabra de Irma.

Y para regresar a su mundo poético había que transitar su misma trayectoria, que abarcó desde «Neuquina», pasando por «El riesgo y el olvido», «Cuando la voz cae», «Menos plenilunio», «Maneras de morir», «El extraño», «El príncipe», finalizando con «Angélicos» y «Otros poemas», algunos inéditos. Los textos, combinados acertadamente por las «voces» fueron acompañados por los acordes del piano, que los hacía deslizar por los espacios del aire.

Así en «Neuquina» (1956), la poesía «Cactus» ya revela su deseo de trascendencia: «Y entre tanto oleaje indiferente /de arenales dormidos y caldeados / esa flor lucidísima y despierta / es un ansia potente hacia lo alto».

En «El riesgo y el olvido» (1962) puede reflejarse en otro ser: «Acostado en la música del río mi prisionero calla / Oye las voces de las gotas. / Mi prisionero tiene en las palabras un espectro dormido / en el silencio/ una espada oxidada».

«Cuando la voz cae» (1963) suplica la vigencia de la palabra «No me quitéis el Verbo que me hendía como a los vasos hondos. / Esa quilla de sueños / Impaciente hilandera de manos y de ojos / No. No me lo quitéis./».

En esta etapa de su obra se va observando una producción cada vez más elaborada y si se quiere más hermética. Es en este momento, cuando el maestro Marcelo Piñeiro ejecuta composiciones que musicalizaran poemas de Irma. «Lucero» y «Solo memoria» vibran en la voz y la música compuesta por el intérprete, que supo penetrar en las honduras de la poeta.

En 1964 edita «Menos plenilunio». El mar es la motivación de muchos de estos poemas que expresan el contraste con su tierra natal. «Y habitar frente al mar-siempre-de-espaldas». «Maneras de morir» (1974) quizá exprese su sentir más íntimo: el amor y el dolor ante la ausencia del amado: «Ya no estás en la casa, /ni en el balcón al sol / ni por l calle/…». «El extraño» (1977) remite a los seres más vulnerables: el poeta, el niño, el artista y todos aquellos extraños: «La nostalgia es un signo en la frente de los extranjeros /una persecución de nubes / un edificio de hojas.».

En «Angélicos» (1999) retorna en la cercanía con su nieta la necesidad de trascendencia corporizada en los ángeles. «Angeles /albergues de la noche / y estremecimientos del aire/… Desnudamente / los ángeles cantan en las manos de mi nieta.».

Editado en 1999 pero escrito mucho antes, «El príncipe» nos remite al México primigenio. Las imágenes cuasi-surrealistas nos permiten imaginar la identidad de este príncipe muerto que se trasunta en otra realidad: «El que cierra su párpado otro siglo… ya es el otro».

«Otros poemas», publicados en distintas épocas en revistas y plaquetas, revelan perfiles intimistas pero también regionales. Su ser poético mira hacia lo mapuche: «Estabas en la ráfaga /tensión y escalofrío / y mi niñez abierta / te buscaba /en las hojas de los álamos,/ pero ya te habías ido a otra distancia».

Entre los poemas inéditos encontramos el mismo oscilar: testimonio de lo propio y de su época : «Los nombro a sabiendas /Haroldo Conti /Paco Urondo / Juan Gelman, sobreviviente/,… Y nuevamente su ansiedad a pesar de su ángel guardián: «Angeles inesperados /circulan en torno de mi rostro /no les temo / pero me inquietan/…».

Como cierre el pianista Fernando Bertolami interpretó composiciones de Chopin: «Nocturno Nº 1, op. 72» y de su autoría, con excelente plasticidad y solvencia, sumando emociones a las palabras.

Las voces habían recorrido un camino que trazó huellas vívidas de este reencuentro con la poesía de Irma Cuña. Su exquisita sensibilidad, su amor a la «querencia», su desgarrada tristeza, sus íntimas dudas y afectos, se prodigaron en las palabras de sus transmisores. Ellos lograron lo deseado: perdurar en el sentir y la emoción, revivir los instantes que estremecen las hojas voladoras en el viento tan nombrado-, atreverse a penetrar en las angustiosas oquedades del alma de la poeta, sumergirse en las alas místicas, compartir los latidos del amor y del dolor, y, en fin, permitirnos esperar una nueva cita convocante.

Porque, como en algún momento profetizara Irma: «No me distraigo en el lenguaje. / Lo conozco meteoro y saeta. /Tiende puentes hacia el mar / y no lo sobrepasa. /Aguarda».

Marta Ester Ramos

Profesora en Letras y licenciada en Letras


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