Ecuación económica y modelos de gestión
China es un fuerte importador y, por ende, un excelente mercado. Contrariamente a lo que muchos suponen, compra más de lo que vende. Pero compra principalmente productos agrícolas -no procesados- y vende mercancías con valor agregado, tales como productos químicos, máquinas y aparatos eléctricos y mecánicos. La Argentina, en tanto, vive un momento trascendente en virtud del alto precio internacional de los alimentos. Sus principales ventajas radican en la venta de productos del agro elaborados o con algún valor agregado local, puesto que permiten sumar a la rentabilidad propia del sector aquellos efectos multiplicadores derivados de la actividad industrial y el consecuente pago de salarios, servicios, transportes e impuestos. En cambio, la comercialización de productos agrícolas sin procesar aporta a un país poco más que el valor final del producto, en virtud de que el incremento de la tecnificación y la ingeniería genética reducen el empleo rural y otros servicios locales. En 2010, los porotos de soja concentraron el 32% del valor total de las importaciones agrícolas de China. Argentina está entre sus 15 principales proveedores agrícolas: de aquí proviene el 7,3% de sus importaciones de ese tipo, según consignó un informe de Omar Odarda y Guillermo Santa Cruz, consejeros agrícolas del ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca elaborado para la Embajada Argentina en China. Según ese estudio, “China se convirtió en 2010 en el segundo socio comercial de Argentina, tanto en origen de las importaciones como en destino de las exportaciones” (detrás de Brasil y antes de Estados Unidos) y el principal mercado de nuestras exportaciones agrícolas si se considera su valor, en gran medida por el alto costo actual de los alimentos. Según sus propias estadísticas, “China importó desde Argentina por US$ 6.802 milones, de los cuales el 84% fueron productos agrícolas. Mientras tanto, exportó a nuestro país por U$S 6.116 millones, siendo la casi totalidad productos no agrícolas (las exportaciones agrícolas llegaron a U$S 36,4 millones)”. Las estadísticas argentinas difieren e invierten el saldo de la balanza de pagos, concluyendo en que existió un déficit para nuestro país. En este marco, la propuesta de la firma Heilongjang Beidahuang de construir obras de regadío en cinco valles de Río Negro y una terminal portuaria es sumamente atractiva, sobre todo por el monto de la inversión y por la escasez de ofertas financieras comparables. Si bien los convenios firmados por Saiz nada dicen del plazo que abarcará la renta de las tierras, sí se habla de un término de 50 años renovable automáticamente, en referencia a la concesión de uso de la terminal portuaria. Es decir que la anunciada inversión implicaría ceder en forma concentrada el control de la producción y la exportación a una empresa, por un término estimado de cien años, en una superficie que rondaría las 300.000 hectáreas de valles irrigables, lo que equivale a seis veces el Alto Valle del río Negro. De esto surge la necesidad de ponderar las decisiones con responsabilidad, información y criterios técnicos, tanto en lo que se refiere al uso del suelo, del agua, al rédito que se obtendrá de la operación y aquellas opciones que quedarán vedadas al optar por este modelo de desarrollo. Nada de esto parece haberse dado en el meteórico proceso de negociación en soledad desarrollado por Saiz, que lo llevó a firmar textos que nueve meses más tarde se presentan como huérfanos de un adecuado estudio de evaluación de impacto económico, ambiental y social.
China es un fuerte importador y, por ende, un excelente mercado. Contrariamente a lo que muchos suponen, compra más de lo que vende. Pero compra principalmente productos agrícolas -no procesados- y vende mercancías con valor agregado, tales como productos químicos, máquinas y aparatos eléctricos y mecánicos. La Argentina, en tanto, vive un momento trascendente en virtud del alto precio internacional de los alimentos. Sus principales ventajas radican en la venta de productos del agro elaborados o con algún valor agregado local, puesto que permiten sumar a la rentabilidad propia del sector aquellos efectos multiplicadores derivados de la actividad industrial y el consecuente pago de salarios, servicios, transportes e impuestos. En cambio, la comercialización de productos agrícolas sin procesar aporta a un país poco más que el valor final del producto, en virtud de que el incremento de la tecnificación y la ingeniería genética reducen el empleo rural y otros servicios locales. En 2010, los porotos de soja concentraron el 32% del valor total de las importaciones agrícolas de China. Argentina está entre sus 15 principales proveedores agrícolas: de aquí proviene el 7,3% de sus importaciones de ese tipo, según consignó un informe de Omar Odarda y Guillermo Santa Cruz, consejeros agrícolas del ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca elaborado para la Embajada Argentina en China. Según ese estudio, “China se convirtió en 2010 en el segundo socio comercial de Argentina, tanto en origen de las importaciones como en destino de las exportaciones” (detrás de Brasil y antes de Estados Unidos) y el principal mercado de nuestras exportaciones agrícolas si se considera su valor, en gran medida por el alto costo actual de los alimentos. Según sus propias estadísticas, “China importó desde Argentina por US$ 6.802 milones, de los cuales el 84% fueron productos agrícolas. Mientras tanto, exportó a nuestro país por U$S 6.116 millones, siendo la casi totalidad productos no agrícolas (las exportaciones agrícolas llegaron a U$S 36,4 millones)”. Las estadísticas argentinas difieren e invierten el saldo de la balanza de pagos, concluyendo en que existió un déficit para nuestro país. En este marco, la propuesta de la firma Heilongjang Beidahuang de construir obras de regadío en cinco valles de Río Negro y una terminal portuaria es sumamente atractiva, sobre todo por el monto de la inversión y por la escasez de ofertas financieras comparables. Si bien los convenios firmados por Saiz nada dicen del plazo que abarcará la renta de las tierras, sí se habla de un término de 50 años renovable automáticamente, en referencia a la concesión de uso de la terminal portuaria. Es decir que la anunciada inversión implicaría ceder en forma concentrada el control de la producción y la exportación a una empresa, por un término estimado de cien años, en una superficie que rondaría las 300.000 hectáreas de valles irrigables, lo que equivale a seis veces el Alto Valle del río Negro. De esto surge la necesidad de ponderar las decisiones con responsabilidad, información y criterios técnicos, tanto en lo que se refiere al uso del suelo, del agua, al rédito que se obtendrá de la operación y aquellas opciones que quedarán vedadas al optar por este modelo de desarrollo. Nada de esto parece haberse dado en el meteórico proceso de negociación en soledad desarrollado por Saiz, que lo llevó a firmar textos que nueve meses más tarde se presentan como huérfanos de un adecuado estudio de evaluación de impacto económico, ambiental y social.
Registrate gratis
Disfrutá de nuestros contenidos y entretenimiento
Suscribite desde $1500 ¿Ya estás suscripto? Ingresá ahora
Comentarios