Dejó de ser un discurso

Un año atrás nadie hubiera imaginado que el escenario de Brasil tuviera hoy como presidente electo a alguien como Jair Bolsonaro. La ultraderecha ganó por amplio margen en el país más importante política y económicamente de Latinoamérica. El modo en que ganó encierra un mensaje en si mismo. Es decir, la mayoría de los electores de ese país creyó que en la propuesta terminante de Bolsonaro estaba la solución a los problemas que viven.

Bolsonaro no estaba en los planes de nadie, pero ganó. El resto creyó que con la bendición de Lula Da Silva o de Dilma Rousseff alcanzaba para vencer y se equivocaron. El peso de la corrupción fue tal que no sirvió la chapa de nadie para empujar un candidato.

Y ahora lo grave es que lo de Bolsonaro dejó de ser un discurso. Desde enero será el presidente en ejercicio de Brasil y podría cambiar discurso por acciones, todas prometidas en la campaña y de un tenor tan fuerte que algunos se anticiparon y ya empiezan a prometer venganzas por adelantado.

Bolsonaro todavía no asumió, pero su discurso fue tomado como propio por una amplia franja de la sociedad brasileña que entiende que con la mano dura se acabarán los problemas, que básicamente surgen de las desigualdades que a lo largo del tiempo generaron los gobiernos de turno. Es decir, hay que buscar soluciones en políticas acertadas, no en mano dura.

Vale la pena recordar algunas de las frases del electo presidente para dimensionar lo que prometió, lo que piensa y lo que representa para su país y Latinoamérica.

• “No voy a combatir ni discriminar, pero si veo a dos hombres besándose en la calle los voy a golpear” (2002).

• “Deberían haber sido fusilados unos 30.000 corruptos, empezando por el presidente Fernando Henrique Cardoso” (1999).

• “Dios encima de todo. No quiero esa historia de Estado laico. El Estado es cristiano y la minoría que esté en contra que se mude. Las minorías deben inclinarse ante las mayorías” (2017).

• “Es una desgracia ser patrón en este país, con tantos derechos para los trabajadores” (2014).

• “Sería incapaz de amar a un hijo homosexual. No voy a ser hipócrita aquí. Prefiero que un hijo mío muera en un accidente a que aparezca con un bigotudo por ahí” (2011).

Es apenas un resumen de una larga lista de afirmaciones de Bolsonaro, que en base a ese discurso consiguió millones de seguidores.

Si leemos de manera lineal estas propuestas y el resultado electoral, podríamos decir que millones de sus compatriotas piensan igual o parecido al electo presidente. ¿O sólo acompañan el cambio? Y ahí radica el gran peligro, en asumir conductas claramente discriminatorias y peligrosas para con los que no piensan igual.

Tal es el temor que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos manifestó una “profunda preocupación” por la situación de los derechos humanos en Brasil y advirtió que continuará monitoreando de cerca lo que suceda a partir del próximo gobierno”.

En un pronunciamiento de la CIDH, tras una visita de una semana a Brasil, los enviados alertaron sobre la vulnerabilidad y los ataques contra las minorías.

Entre las conclusiones del informe, la CIDH destacó la violencia que sufren los pueblos indígenas, acompañada de una falta de atención estatal; la creciente exclusión social de la población en situación de calle y sin techo; la violencia e impunidad de las fuerzas policiales y la propagación de amenazas contra la libertad de expresión y contra defensores de los derechos humanos.

“Necesariamente deben acabarse los asesinatos cometidos por las fuerzas de seguridad. Deben proteger a las personas, no matarlas. El enfoque debe ser la protección de la vida”, dijo la presidenta de la CIDH, Margarette May Macaulay.

Brasil iniciará un camino complejo y dependerá de la dirigencia política lograr que en Latinoamérica no se propaguen esos pensamientos terminantes que van a contramano de derechos que llevó décadas conseguir.

Editorial


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