Hambre y obesidad

El empeoramiento de la situación económica y social en el país y la región ha llevado a multiplicar y reforzar planes estatales y comunitarios de asistencia alimentaria. Sin embargo, tanto como llegar a la mayor cantidad posible de personas que padecen hambre es lograr que esa ayuda esté constituida por alimentos saludables y de calidad para evitar un problema en ascenso: la malnutrición que causa obesidad, especialmente infantil.

No son muchos los números disponibles sobre este fenómeno. Según un estudio de la agencia de la ONU para la alimentación (FAO) Argentina tiene un 3,6% de su población (1,6 millones de personas) en estado de subalimentación, nombre técnico del hambre. Sin embargo, la malnutrición afecta a una población mucho mayor: alrededor del 40% de la población padece sobrepeso u obesidad. En nuestra región, un reciente relevamiento del Instituto de investigación Social, Económica y Seguridad Ciudadana (Isepci) ligado a Barrios de Pie, reveló que más de la mitad de los niños que asisten a comedores de la Confluencia neuquina tiene sobrepeso u obesidad. En Bariloche, el hospital estima que uno de cada tres chicos atendidos son obesos y el sobrepeso infantil ha crecido un 25% en estos años.

Este problema, agravado por un creciente sedentarismo, redunda además en serios problemas de salud detectados en muchos consultorios regionales: la mayor incidencia de casos de colesterol, hipertensión y diabetes tipo 2 en niños se agregan a los ya conocidos problemas de baja talla, pobre desarrollo cognitivo y riesgo de muerte temprana que acarrea la desnutrición.

El problema, además de económico, es cultural. Tradicionalmente, comedores escolares y comunitarios privilegiaron el “llenar la panza” con comidas muy calóricas pero de baja calidad nutritiva: ricos en grasa, azúcares, arroz, papa, harina y sal; pero con pocas verduras, frutas, carnes y lácteos. Planes de alimentación saludable que se intentan implementar desde hace años a menudo chocan con la resistencia de los beneficiarios, convencidos de que la verdura y la fruta “no llena”, creencia que aveces se extiende a cocineras y ecónomas de los comedores.

El subdirector regional de la FAO, Julio Berdegué, destacó hace días que nuestro país es el “campeón mundial” de consumo de gaseosas, con 131 litros por persona al año, y aunque provee alimentos para 400 millones de personas en el mundo registra un deficiente consumo de hortalizas, frutas y granos de calidad, mientras cada argentino come un promedio de 194 kilos de alimentos ultraprocesados al año, más de medio kilo cada día.

Según la FAO, Argentina tiene recursos e instituciones para terminar con el hambre en tres años y disminuir mucho la obesidad, si se lo propone. Nuestra región es privilegiada en bienes para alimentar en forma saludable a su población: abundante producción local de carnes, frutas y hortalizas de calidad. Sin embargo, muy poco de esto se traslada a su población, que mantiene los negativos patrones de consumo nacional sin que las acciones de gobierno hayan logrado impacto significativo en modificarlos.

Existen valiosas iniciativas individuales y sectoriales. En Bariloche se propuso suspender la entrega de alfajores y gaseosas a los chicos en eventos deportivos. Varios municipios impulsan “kioscos saludables” con frutas y bebidas sin azúcar añadida en las escuelas en vez de golosinas y alimentos procesados. También ayudan a la provisión de frutas, verduras y lácteos en los comedores barriales y escolares a su cargo. Iniciativas de ferias locales y agricultura familiar en el Gran Neuquén, la zona Andina y Valle medio han resultado exitosas.

Sin embargo, los niveles de coordinación de las políticas de Nación, provincias y municipios en este área son exiguos y su impacto limitado. Los sectores de Economía, Salud, Desarrollo Social y Educación de cada nivel debieran desarrollar más acciones conjuntas con organizaciones locales de productores para la provisión de alimentos saludables, evitando el desperdicio (se calcula que en el país se tira casi un 40% de frutas y verduras producidas) y reforzar la capacitación del personal en comedores. Para terminar con el estereotipo cultural de que el “nene gordito” es sinónimo de fuerza y salud.


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