Una cuestión de tiempo

El tiempo es el factor al que más le temen los políticos o gobiernos de turno en la Argentina. No hay tanto margen para insistir con la prueba y error, y cuando se viene un año electoral crecen los intentos por mostrarse activos y reprometer metas ya fijadas y no cumplidas. Se muestran confiados en encontrar el rumbo que parece esquivo.

El tiempo está ligado directamente a la economía y por lo tanto a las urgencias de un país que se presenta como una vieja construcción, donde a veces fallan los cimientos, otras se rompe un caño, hay una pérdida de gas o un techo que se llueve. Y en ese escenario surgen urgencias que no eran tan urgentes y problemas que no estaban en los planes y obligan a recalcular. El drama argentino de no tener en claro por dónde empezar consume tiempo y gobiernos.

El presidente Macri se propuso mejorar su imagen y para lograrlo no sólo debe contar planes sino también mostrar resultados. En este segundo aspecto es donde se muestra más débil porque el escenario del país ya era complicado cuando él asumió, no muestra demasiados indicadores de recuperación.

Claro, dirán que muchos de los logros se verán a largo plazo. Sin embargo, ese factor tiempo exige respuestas inmediatas en aspectos salientes.

Macri admitió en el término de un mes dos cuestiones claves para que el país y su gobierno estén como están. Primero fue el 9 de julio en Tucumán, cuando asumió que cometieron errores que influyeron en la crisis. Segundo, el miércoles pasado, cuando repasó metas cumplidas y por cumplir, renovó promesas y puso como tema central a resolver el de la inflación y la obsesión por llegar al dígito en el año.

El presidente había dicho en Tucumán: “La autocrítica que me hago es que siempre he sido muy positivo. Tal vez puse metas ambiciosas para todos y no dijimos el diagnóstico duro”. La inflación de un dígito no es una meta que se pueda lograr de inmediato. Pero no sólo no lo consiguió, sino que ni siquiera la pudo instalar en un rango intermedio que le diera cierta expectativa a la gente, a los que sienten que las respuestas no llegan y que apostar al dólar o especular con las letras es más negocio que trabajar. Pero ocurre que ni el dólar ni las letras están al alcance de los que están en el escalón socialmente más precario.

El miércoles en conferencia de prensa renovó expectativas, pero casualmente se parecen bastante a las que planteó a poco de asumir. Inflación de un dígito, baja del gasto público, racionalizar los números de las provincias y una serie de objetivos de compleja resolución.

Dio la sensación de que en algunas cosas macro avanzó, que su gobierno puede creer en el campo, que la exportación de carne reactivó un pueblo de Santa Fe y que si eso se extiende puede ser un alivio para algunas provincias. Dijo que el litio que se extrae del norte argentino generará miles de empleos, pero no dijo qué pasará con los precios de los alimentos, la producción primaria por fuera de la pampa húmeda, la salud precaria en los hospitales públicos y con la pobreza que atrapa.

La conferencia de prensa de la semana era necesaria, era urgente explicarle a la gente dónde estamos y para dónde vamos. Pero no alcanza para calmar las aguas mientras no se vean resultados que al menos alivien la coyuntura.

Y a la hora de votar pesa más la coyuntura que los planes, de modo que reinstalar imágenes no es sólo discurso y promesas. Es necesario exhibir algo más que la herencia K.

Es saludable que un presidente quiera mostrar fortalezas, también lo es que esté abierto a responder preguntas en conferencias de prensa inexistentes en los gobiernos anteriores. Pero, tal como se vio el miércoles, quedó la sensación de que, pasados casi tres años de su gobierno, tenemos que empezar de nuevo con las mismas metas que se planteó apenas asumió, pero a cumplir en un lapso más acotado.

Nadie imaginó un país floreciente en estos tres años, pero sí se esperaban indicadores intermedios que todavía parecen lejanos.


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