El acceso al trabajo digno, clave contra la desigualdad

Se tendrían que sacar los planes sociales y dar trabajo digno a la gente”, manifestó la dirigente barrial Margarita Barrientos en el mes de septiembre. La referente social más cercana al oficialismo hacía referencia a los primeros datos oficiales sobre pobreza e indigencia en tres años, los cuales indican que 1 de cada 3 argentinos es pobre. La definición de Barrientos resume una gran porción del problema: la desigualdad está íntimamente relacionada al acceso al trabajo digno.

“Pobreza cero tiene que ver con una meta como sociedad, es una meta obviamente inalcanzable como definición a largo plazo”, aclaró en el mes de junio el jefe de Gabinete Marcos Peña. Es que los resultados obtenidos durante el primer año de la gestión Cambiemos van exactamente en la dirección contraria al redituable slogan utilizado en época de campaña.

En efecto, la desigualdad profunda es un flagelo que reside en las entrañas del sistema capitalista y está lejos de ser un problema exclusivo de estas pampas. A nivel global, el 1% de la población más rica del mundo concentra la misma riqueza que el 99% restante. Una foto conocida.

La dinámica de la realidad implica que la gestión de la cuestión social en cualquier lugar del planeta requiera lograr mecanismos para que esa imagen conocida de una distribución sumamente desigual mute lentamente a una situación diametralmente opuesta.

El trabajo, la clave

En el centro del debate sobre la desigualdad está la forma en que se distribuyen los recursos que el conjunto de la economía genera.

Lejos de cualquier sesgo ideológico, el análisis frío de la estadística revela que la distribución del ingreso mejoró notablemente en la última década, y sufrió un considerable retroceso durante el 2016. Así lo revelan los datos oficiales del nuevo Indec, conducido desde el 2016 por el conocido economista Jorge Todesca. Según el organismo, en el 2006 el 20% de la población con mayores recursos se apropiaba del 51,5% de la riqueza, mientras que el 20% de menos recursos recibía sólo el 3,7% (ver gráfico adjunto). Finalizado el 2015, la relación era 46,4% y 5,2% respectivamente. Un año después, el extremo más pudiente de la población recibe el 48% de la renta, mientras que el extremo más necesitado recibe el 4,9%. El dato implica que en Argentina casi la mitad de la riqueza queda en manos del 20% de la población. La contracara de aquella imagen que muestra a un 30% de la población viviendo en la pobreza.

Otro dato oficial que completa el panorama es la brecha de ingresos. En el 2006 la remuneración promedio que recibía el 10% mas rico de la población era 30 veces más grande que la percibida por el 10% más pobre. Esa relación se redujo hasta 16,3 veces, finalizado el 2015. El año pasado, la distancia entre los extremos volvió a acrecentarse, llegando a 19 veces. Una foto más.

Para modificar el resultado es preciso conocer las causas. La mayoría de las mediciones de pobreza y distribución del ingreso cuantifican la capacidad de las personas de generar ingresos. Es allí donde radica el valor de la afirmación de Barrientos. Sucede que en la configuración del mercado de trabajo radica la génesis de la configuración social. Los datos al respecto son aún más duros que los referidos a la desigualdad.

Un informe del Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA, titulado “Empleo, precariedad laboral y desigualdades estructurales en la Argentina urbana (2010-2016)”, clasifica el mercado laboral en tres segmentos: “empleo pleno”, conformado por empleados en relación de dependencia que gozan de la cobertura social completa (aportes jubilatorios, obra social, etc.); “empleo precario”, donde se incluye a quienes trabajan en relación de dependencia sin recibir la cobertura social correspondiente, y “subempleo inestable” para categorizar a personas con empleos temporarios, changas o beneficiarios de planes sociales con contraprestación laboral.

El estudio indica que durante los últimos cinco años el empleo pleno se mantuvo entre el 41% y el 44% de la población económicamente activa (PEA). Pero al mismo tiempo, agrega que el subempleo inestable se duplicó entre 2010 y 2016, pasando del 9,2% al 18% en apenas cinco años. Agrega además que si se hace foco en el 25% de la población con menos recursos el subempleo inestable pasó del 21,4% al 41% durante el mismo período. Un dato que refleja la impotencia de los planes sociales para modificar por sí solos la situación de exclusión, si no son acompañados de políticas que multipliquen en el mediano plazo el acceso a un trabajo digno y pleno de derechos.

Un último dato del informe de la UCA se refiere al salario real promedio de cada segmento. Muestra que para todos los sectores la remuneración cayó entre 2013 y 2015. Sin embargo, mientras que en el 2016 los salarios del empleo pleno y el empleo precario lograron recuperarse, la remuneración para el subempleo inestable continuó a la baja, ampliando la brecha. (Ver gráfico)

“Se tendrían que sacar los planes sociales y dar trabajo digno a la gente”. Las palabras de quien convive a diario y de primera mano con la pobreza extrema son el mejor corolario, y el mejor lugar en el cual empezar a buscar las soluciones.


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