El agujero número once

Al implantarse el cepo cambiario para frenar la fuga de capitales y la consecuente caída de reservas, un experimentado exfuncionario del Banco Central vaticinó en privado, con una precisa metáfora, cómo seguiría la película. “Recurrir a los controles cambiarios es como tratar de tapar agujeros de un tanque lleno de agua con un dedo de la mano por vez; el problema es cuando aparece el agujero número once”, sentenció. Esa descripción no sólo sirve para explicar la dinámica de los controles, donde cada uno es la antesala de otro que sobrevendrá al poco tiempo. También define cuál será la estrategia del gobierno de Cristina Kirchner en los próximos dos años para enfrentar la escasez de dólares en la economía, ya que nadie prevé un cambio sustancial de la política aplicada desde fines de 2011. En sentido estricto, desde entonces hubo no menos de 30 medidas de distinto calibre para restringir la salida de divisas. Pero no impidieron la pérdida de algo más de 14.000 millones de dólares del stock de reservas del BCRA, que retrocedieron en ese lapso de 47.300 a 33.000 millones y ensancharon a más de 60% la brecha cambiaria con el dólar paralelo. Más preocupante aún es que, de aquella cifra, 10.000 millones corresponden a lo que va de 2013; o sea, un drenaje promedio de 1000 millones de dólares por mes (o de 30 millones por día). Con estos números a la vista, la mayoría de los economistas cuenta con los dedos, sin necesidad de calculadora, en cuánto podrían situarse las reservas a fin del 2014 y llegan a un número que oscila entre 26.000 y 21.000 millones. Buena parte de esa diferencia depende de que se pague o no el año próximo el Cupón PBI, que insumiría 3000 millones de dólares (10% del actual stock). Todo un despilfarro, considerando que únicamente para el Indec el PBI crecerá este año más de 5% y gatillará ese pago al superar el límite de 3,25%, alrededor del cual giran casi todas las estimaciones privadas. De ahí que no son pocos los que suponen que el Indec buscará algún artilugio estadístico (ya anunció que en el 2014 cambiará la base de cálculo), para ahorrar esa pérdida adicional de divisas. Para fin del 2015 los pronósticos son más aleatorios, aunque ya puede computarse que para entonces el Tesoro deberá atender vencimientos de deuda pública por otros 8600 millones (6200 millones sólo por la amortización del Boden 2015) con dólares del BCRA. Este agujero no podrá ser tapado, ya que esos pagos con reservas (a falta de superávit fiscal) son una decisión del propio gobierno de CFK, plasmada en la ley de reforma de la carta orgánica del BCRA. Tampoco se podrá tapar el orificio cada vez más grande del déficit energético que por varios años será una limitación al crecimiento económico y una forma de “quemar” divisas con crecientes importaciones. Otro tanto ocurre con el déficit estructural de cadena automotriz o la industria electrónica de Tierra del Fuego por su impacto en la actividad fabril y el empleo, aunque sea a expensas de mayores trabas a la importación en otras actividades. De ahí que la respuesta políticamente más a mano sea reducir la salida de divisas por viajes y turismo, así como compras con tarjeta en el exterior (o en sitios web externos). Para achicar ese drenaje el Gobierno prepara más de un dedo, con el probable desdoblamiento del mercado oficial y un tipo de cambio “turístico” más alto (para encarecer los viajes y lograr que ingresen al BCRA los dólares que, en un 60%, los turistas extranjeros ya cambian en el mercado paralelo) y la fijación “voluntaria” de cupos que las tarjetas de crédito impondrían sus clientes para limitar compras de productos y servicios en el exterior (viajen o no). Sin embargo, aunque se cambien de ubicación los dedos para cubrir los agujeros por los cuales se escurren las divisas y demorar lo más posible que se llegue al número once, hay otras realidades en el sector externo que no se pueden tapar. Una de ellas, que hoy se hace sentir más que nunca, es la pérdida de ingresos por exportaciones tradicionales (como trigo y carnes), que el gobierno de CFK pulverizó para fomentar el consumo interno; de petróleo y gas por razones similares, o las de varias economías regionales (fruticultura, olivicultura, pesca, etc.) por el deterioro del tipo de cambio frente a la suba de costos internos. Otra realidad inocultable es que desde el cepo cambiario dejaron de ingresar divisas por inversiones externas ante la prohibición de girar utilidades, mientras se cancelaron préstamos comerciales (2000 millones) para reducir el riesgo cambiario y bajaron a la mitad (8000 millones de dólares) los depósitos en moneda extranjera en el sistema bancario local. De esta manera, también mermó la entrada de líquido al “tanque agujereado” y obligó al gobierno de CFK no sólo a seguir tapando orificios de salida sino a buscar formas de alimentarla; aún con medidas a contramano de su discurso y que hasta ahora tuvieron resultados más que limitados. Aquí hay que incluir el blanqueo de dólares que, si bien fue prorrogado hasta fin de año pese a su fracaso, hasta ahora permitió un ingreso neto de 270 millones de dólares en Cedin y de unos 140 millones en Baade. O sea, un monto total inferior a las reservas que el BCRA pierde en una quincena. También el acuerdo con 5 empresas extranjeras que ganaron juicios en el Ciadi (sobre un total de 45 demandas), para reabrir créditos del Banco Mundial por 3000 millones en los próximos tres años, aunque el 80% de ese monto se destinará a evitar un saldo negativo con el organismo y sólo unos 600 millones se sumarán a las reservas en ese período. Mientras tanto, se trata de dilatar hasta bien entrado 2014 el cumplimiento del fallo de los EE.UU. a favor de los “fondos buitre” (que obliga a pagar 1300 millones, más el riesgo de otros juicios por 6000 millones) a través de un acuerdo privado extrajudicial de resultado tan incierto como la forcejeada negociación con Repsol por la expropiación de YPF. La última novedad en este terreno fue la obligación a los exportadores de granos para que ingresen 2000 millones de dólares en créditos externos por prefinanciación de exportaciones a seis meses de plazo, impuesta compulsivamente al limitárseles a un mínimo la posibilidad de financiarse en pesos en el mercado local, a costa de mayor riesgo cambiario y menores precios para los productores agrícolas. En definitiva, la estrategia oficial de aplicar un parche tras otro en el mercado cambiario apunta a no mirarse anticipadamente en el espejo de Venezuela, aunque esté recorriendo un camino similar con algunos años de retraso. Para el gobierno de Nicolás Maduro ya llegó el tiempo del agujero número once: acaba de estatizar virtualmente el comercio exterior para controlar los pagos de importaciones, después de haber fracasado con una maxidevaluación del bolívar de casi 50% (que catapultó la brecha cambiaria a más de 400% con el dólar paralelo); la fijación de cupos para gastos de viaje de los venezolanos en el exterior (no se consiguen pasajes a menos de un año de plazo) y hasta la subasta de dólares entre las empresas a un tipo de cambio diferencial.

Néstor O. Scibona

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