El «Alejaidinho»: tragedia, voluntad y rebelión

Por Susana Mazza Ramos

Probablemente, porque casi siempre hemos mirado hacia Europa con tenaz obstinación -Hegel lo describió brutalmente: «América no es más que el eco del Viejo Mundo; su vida es el reflejo de una vida ajena»- en contadas ocasiones recordamos a grandes artistas americanos, dejándolos en el más absurdo anonimato.

Pero esta situación, de por sí lastimosa, se agrava más aún al desconocer totalmente a los latinoamericanos que con su arte rebelde, mostraron el espíritu de emancipación siempre latente en los pueblos, no solamente en heroicas o carismáticas individualidades.

El año 1730 vio nacer en el barrio Buen Suceso de Ouro Preto, Brasil, a Antonio Francisco Lisboa, hijo de un arquitecto portugués y una de sus esclavas africanas.

Sus excepcionales condiciones naturales demostradas desde la infancia, hicieron que superara a sus maestros de arte, extendiéndose su fama por todo Brasil.

Vibrante genio plástico, artista sensual y exuberante, su cincel y gubias moldearon obras desbordantes, plenas de verdadera creación artística.

A los 47 años de edad, la tragedia marcó la impronta de una voluntad sin límites y enérgica rebelión.

La impiadosa lepra se ensañó con Lisboa (llamado desde entonces el «Alejaidinho») destruyendo los dedos de sus pies, imposibilitándolo para andar de pie, por lo que lo hacía de rodillas. Luego se le atrofiaron las manos, perdió todos los dientes y la boca se le paralizó en una horrible mueca, adquiriendo una expresión siniestra y feroz que espantaba a quienes le veían.

Pero la lepra no minó solamente su cuerpo, sino que también torturó su espíritu, tornándolo intolerante, transformando así un carácter alegre y cordial.

Se volvió solitario, hostil y agresivo, escapando de las miradas compasivas o denigrantes, con un sombrero enorme que llevaba con las alas prendidas de los hombros de la casaca.

Llagado, deforme y sufriente, sin embargo no se amilanó y con envidiable voluntad trabajó febrilmente hasta quedar exhausto, sin dejar de cumplir un solo día con las obras encargadas en Ouro Preto, Sao Joao del Rey o Conhongas do Campo.

Cuando sus manos se destruyeron, quedando solamente un muñón, siguió trabajando en una escultura gigantesca. Para ello armó un aparejo de cuero que lo retenía asido al cincel, la gubia o el formón, y en la otra mano otro aparejo sujetado a la muñeca, retenía el mazo de madera o el martillo de hierro, reemplazando así a sus dedos.

La característica más peculiar del «Alejaidinho», fue su rebelión violenta contra el arte y el gobierno portugués, contra marqueses, generales y toda clase de hombres u obras que vinieran del reino, siendo por el contrario, toda bondad y generosidad para con los más humildes y necesitados, a quienes repartió todo su dinero.

Combatió por la emancipación con su arte, siendo prueba de ello las esculturas de «Os Passos» -hechas en madera de tamaño natural representando al Vía Crucis en las que se destaca la belleza de Cristo, en contraste violento con las figuras de los soldados romanos- con narices de 1/4 metros muecas grotescas- figuras que en realidad eran imágenes ridiculizadas de las autoridades portuguesas.

En momentos como el presente, en que muchos de nosotros calla, mira hacia otro lado o consiente sin protestar ante los constantes atropellos a los derechos que legítimamente tenemos, es importante recordar a figuras como Antonio Francisco Lisboa.

El cuerpo atrozmente mutilado, el espíritu libre y ardoroso del «Alejaidinho», pueden servirnos, tal vez, para comprender con asombrosa claridad que las convicciones profundas pueden defenderse siempre hasta el final, a pesar del dolor y el sufrimiento que nos rodeen, porque si ellas son genuinas y honestas, ninguna barrera o arma levantada o creada por el hombre, puede detenerlas ni destruirlas.


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