El alma de un zoo

El zoológico de Buenos Aires cumplirá 122 años el 30 de octubre. La idea de la colección de animales que se muestra dejó paso a un modelo de educación, investigación, conservación y esparcimiento. Miguel Rivolta, gerente técnico, cuenta cómo fue la evolución.

javier avena javena@rionegro.com.ar

Cada vez que entra a su oficina, a las 8.30, recibe el informe de los cuidadores nocturnos: un parto, un elefante decaído, una riña, un rinoceronte que no pisa bien. A partir de ese momento, no vuelve a mirar el reloj y se deja llevar: “La cantidad de cosas que pueden suceder es infinita”. Y no sólo se refiere a la atención que exigen los 2.500 animales que viven en las 18 hectáreas que ocupa el Zoológico de Buenos Aires en el pulmón verde de Palermo. También a las exigencias que plantea el concepto moderno de la actividad: nutrición, enriquecimiento ambiental, el laboratorio de investigación de células, vacunas y genes y el Arca de Noé, como llama al área donde se conservan espermatozoides, ovocitos y tejidos de especies en riesgo de extinción en termos de nitrógeno líquido a 196 ºC bajo cero. –Es una reserva para las futuras generaciones, para cuando pase el diluvio –explica. El veterinario Miguel Rivolta (53) sabe de qué habla: cada tres minutos una especie silvestre desaparece y se desmontan seis hectáreas de selva tropical. “Cuidar el medio ambiente y educar para impedir el calentamiento global y la deforestación es parte de la nueva concepción”, agrega. Es alto y corpulento, y su tono pausado y didáctico. Conoce bien el terreno: a los 7 años acompañaba en las recorridas a su padre, Juan, por entonces jefe de los veterinarios. De aquella época le quedaron grabadas las baldosas rojas que volvió a pisar tres décadas más tarde, cuando trabajaba en el laboratorio de Reproducción de la facultad y lo convocaron para asesorar al zoológico. Se incorporó en forma plena 10 años atrás y hace 3 que es gerente técnico, lo que implica la coordinación de todas las áreas. Antes, fue director ejecutivo del proyecto de Asistencia a la Reproducción y Conservación Animal. De allí lo del Arca de Noé. Y aquellos leones y tigres que contemplaba de chico, ahora son sus pacientes: “Tenerlos acostados en la camilla siempre me impresiona”, dice. Su vida profesional transcurre en el parque que impulsó Sarmiento y concretó Pellegrini, que el 30 de octubre cumplirá 122 años. Sus edificaciones victorianas fueron pensadas para impresionar al público y las rejas y barrotes para contener a las fieras que se exhibían como en un teatro con atracciones exóticas. Así eran las cosas. Pero todo cambió. Con el paso del tiempo, las jaulas fueron reemplazadas por fosos de seguridad, y más tarde apareció la noción de centros para criar a ejemplares de especies en riesgo de desaparición y luego devolverlos a su hábitat. “La idea de la colección de animales que se muestra quedó atrás. Hoy los parámetros son educación, conservación, investigación y esparcimiento”, señala el veterinario. La nueva era trajo una batería de estudios fisiológicos, patológicos y nutricionales y la convicción de que la mejor manera de cuidar a los habitantes es la prevención. “Estos chequeos son parte de nuestra rutina”, señala Rivolta. Y cuenta que los animales que saben que pueden ser potenciales presas nunca van a mostrar un signo de debilidad, porque en la jungla eso significa morir. Entonces, si advierten la presencia de un extraño, se yerguen como una estatua aunque estén enfermos. Por eso es clave el aporte de los cuidadores: generan un vínculo que les permite detectar anormalidades. –El veterinario sería el pediatra, los animales los chicos y los cuidadores papá y mamá. Como pasa con los padres, algunos son obsesivos y otros no se fijan tanto. Por eso los combinamos en parejas que se complementen –afirma Rivolta. Daniel Bonada es el jefe de los cuidadores. Muchos años atrás, lloró desconsolado cuando se acercó a Toto, la jirafa que le habían asignado en una de sus primeras misiones, y la encontró muerta. La necropsia reveló que tenía en el intestino 9 kilos de polietileno de las bolsitas con alimento que le tiraban. Su padre, Roberto, por entonces a cargo del área, le dijo que así era el oficio que habían elegido, que iba a tener muchas alegrías con los nacimientos y las curaciones, pero que cada tanto una noticia irremediable lo iba a estremecer. –Y es así. Por eso tenés que ser duro. Porque pasas muchas horas con ellos, te encariñás y un día se van. De chico me apoyaba en la baranda, lo veía a mi viejo con los osos y no tenía miedo: siempre manejaba la situación. Entré en 1988. Y me cambió la vida. La gente es ahora mucho más cuidadosa. Y también los veterinarios cambiaron. Ya no vienen con el delantal y la jeringa, clavan la aguja y se van. No. Usan nuestra ropa, se mezclan con nosotros y pasan el tiempo que sea necesario con ellos. Aprendieron que así es mucho menos traumático. Del otro lado de la mesa, Rivolta asiente: “¿Ves? Es lo que te decía. Daniel sería el modelo del papá obsesivo. Y está bien. Los animales se estresan con los tratamientos y hay que hacer todo lo posible por evitarlo”. Son las 6 de la tarde y ambos están a punto de terminar la jornada de intercambio con sus pares locales de Bubalcó, el zoo ubicado en Guerrico, en el ejido de Allen y a 15 km de Roca. La visita incluyó una intervención a un antílope con sobrecrecimiento de las pezuñas. Los dos hombres se hacen chistes. Se conocen hace casi 20 años y tienen muchos kilómetros juntos en la ruta. Por ejemplo, cuando fueron al Zoológico Metropolitano de Santiago de Chile a buscar a Bady, una jirafa macho de 4 años. Fue necesario adaptar en un camión una jaula con techo móvil y cerrarlo cada vez que aparecían puentes, árboles o cables. Tardaron dos días en llegar. Con ambientes que recrean el hábitat de origen, una granja, el reptilario, la selva tropical, el acuario, cine 3D y paseo en barco, el zoo suma unos 3.000.000 de visitantes al año. Entre los proyectos en marcha, Rivolta menciona un museo, la formación integral del personal y el rediseño de ambientes sin afectar el patrimonio histórico. El zoo pertenece a la ciudad de Buenos Aires y la concesión a sus gerenciadores vence en enero de 2011. Todo parece indicar que será prorrogada. Pero eso, como cada situación atravesada por la política en la Argentina, tiene final incierto. Ajenos a esas decisiones, 58 veterinarios, biólogos, cuidadores y nutricionistas continúan con su labor, que incluye programas de conservación y rehabilitación como el del cóndor andino y la recuperación de animales confiscados por organismos de seguridad, entre los que hay mayoría de aves rapaces. También otros que pierden su rumbo, como los lobitos hallados en el río que luego son devueltos al mar. Cierra Bonada: “Los animales tienen un sexto sentido y saben cuándo estás mal. Entonces, se acercan más… Son más humanos que nosotros”.


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