El Alto Valle se está quedando sin álamos por la tala indiscriminada

Los erradicaron para aumentar la superficie cultivada. Esas cortinas disminuyen los daños por vientos y heladas.

La necesidad de aprovechar al máximo la superficie de cada una de las chacras, desde hace algunos años está llevando a la zona del Alto Valle a una tendencia peligrosa: la deforestación de alamedas.

No existen a nivel privado ni de organismos públicos estudios puntuales sobre esta situación, pero lo cierto es que tanto los ingenieros agrónomos que prestan sus servicios profesionales en la zona, como aquellos que trabajan en instituciones del Estado, ven con preocupación cómo van desapareciendo las hileras de álamos que otrora delimitaban cada cuadro productivo.

La tendencia se inició hace algunos años, cuando los productores comenzaron a erradicar las alamedas para implantar distintas variedades frutales.

Como resultado incrementaron su volumen productivo, pero como contrapartida perdieron las barreras de álamos que servían para reducir la acción de los vientos en esta región.

La cuestión tiene varios puntos a favor y otros en contra.

A favor está el incremento del volumen que produce cada hectárea y un mejoramiento en cuanto a la calidad frutícola, por el mejor aprovechamiento de la radiación solar. En tanto en contra, se considera que la falta de las barreras para reducción de la acción de los vientos produce una pérdida en el volumen por el rameado de las frutas, una menor eficacia de las pulverizaciones, y un mayor gasto para controlar las heladas.

«Lo que se debe hacer es llegar a un punto de equilibrio. No hay que erradicar todas las alamedas, pero también se deben buscar los mecanismos para evitar que su presencia incida negativamente en la producción frutícola» señaló el ingeniero agrónomo Horacio Bernal.

La erradicación de álamos y el reemplazo por frutales fue una de las primeras alternativas adoptada mayoritariamente por los productores para lograr incrementar sus volúmenes de producción, mientras la paridad uno a uno entre el dólar y el peso implicaba que a mayor cantidad de kilos se mejoraba la rentabilidad.

Pero la caída de la convertibilidad en el 2002 fue un punto de inflexión, y se produjo una erradicación en forma casi masiva, debido a que los productores encontraron en la venta de los álamos un ingreso extra para sobrellevar la situación, en tanto que también los galpones de empaque encon

traron una solución para adquirir envases de bajo costo en reemplazo de las cajas de cartón.

«Si cuando surgió la colonia rural en todo el Alto Valle, se implantaron los álamos de la manera que se hizo, fue con un objetivo. Sin embargo ahora vemos que se están sacando los álamos y en su lugar se ponen espalderas que no cumplen la misma función de las alamedas» agregó Bernal.

El ingeniero agrónomo Esteban Tomas, a cargo del programa de forestación del INTA, remarcó que no existen estudios relacionados con programas para la erradicación de las alamedas en la zona del Alto Valle «sino que obedece estrictamente a un criterio de economía. Al sacar las hileras de álamos de los bordes de los canales, se los reemplaza por plantaciones frutales, y con ellos se incrementa el volumen que produce cada chacra».

«Hoy existen programas donde se incentiva la forestación, no sólo con el objetivo de la recuperación de las alamedas, sino como alternativa económica para la producción de madera» apuntó Tomas.

Precisamente dentro de esos programas que se están difundiendo se incluyen las mejores alternativas de plantaciones de álamos como cortinas protectoras del viento, y que respondan a las necesidades sanitarias de los productores, con el objetivo de no tener que realizar sobre estas pulverizaciones para el control específico de ciertas plagas. Para que los productores replanten álamos, hay líneas de financiamiento, que también están destinadas a la forestación intensiva de álamos con fines maderables.

«Actualmente se está trabajando con distintas variedades que son inmunes al ataque del bicho de cesto, que es una de las principales plagas que afecta a los álamos que tradicionalmente se ven en el Alto Valle, como el álamo negro o criollo. Estas son alternativas que se pueden aprovechar, y que dependiendo de la variedad y el método de plantación que se elija tiene un costo que varía entre los 400 y 700 pesos por hectárea» señaló Tomas.

Las empresas frutícolas que poseen plantaciones frutales también habían optado por la tala de alamedas, aunque rápidamente revirtieron la situación, y hoy siguen una política de forestación pero con el aprovechamiento de la madera, y sin que las hileras de estos árboles sean tan intensas como años atrás.

Por su parte, Bernal remarcó que «el objetivo central de la plantación de álamos en el Valle no fue el aprovechamiento maderable, sino que se hizo para protegerse de los vientos. La situación en la época de la colonia era distinta. A las barreras de los álamos se fueron agregando los frutales que fueron una minibarrera. Ahora hay especificaciones técnicas en cuanto a la plantación de álamos, no para que sea una pared, sino una especie de filtro que atenúe el efecto de los vientos. La situación hoy es distinta porque el Valle está plantado, pero viento sigue habiendo, de modo que los frutales si no son una barrera tan importante como los otros, nos está faltando una protección».

 

Los beneficios

 

En cuanto a los beneficios que otorga el contar con una barrera de álamos, los ingenieros agrónomos consultados remarcaron que se minimizan los daños que que se puedan tener en la calidad de los frutos por efecto del viento, y al mismo tiempo porque al ser un filtro para las brisas, también funcionan como un combate pasivo contra las heladas.

También mencionaron que estas plantaciones provocan desventajas que deben ser consideradas, como el consumo de agua y nutrientes, y la proyección de un cono de sombra sobre los frutales.

«Es decir ni mucha cortina ni poca cortina, ni muy alta ni muy baja, se debe encontrar el punto de equilibrio para que también exista una relación adecuada entre los beneficios y desventajas», agregaron.

Horacio Bernal sostuvo que «en zonas de desarrollo nuevas, donde no se puede esperar el tiempo que se necesita para que el álamo se transforme en una cortina deseable, hay que poner una malla artificial que tiene un costo muy alto. A nadie escapa la necesidad de tener cortinas contra el viento, que minimizan los daños por viento sobre las frutas, y en épocas de heladas también ayudan a reducir la incidencia de las bajas temperaturas, porque sirven como paliativo al movimiento aire frío. No es que con una alameda vamos a salvarnos de una helada».

Del mismo modo los profesional del medio rural agregaron que las alamedas también son un factor de ventaja al momento de la aplicación de pulverizaciones. «Si tenemos un ambiente con el menor movimiento de aire posible mucho mejor va a ser la pulverización sobre la zona alta de los frutales. Existe un mayor aprovechamiento de los agroquímicos, por ser más efectiva su aplicación» apuntaron.

Finalmente comentaron que «en general se puede decir que la tala de alamedas obedeció a una situación de crisis, se aprovechó su valor para paliar pérdidas, y se incrementó la superficie cultivada de frutales. Pero ahí empezamos a tener algunos problemas que no teníamos con el viento, y en realidad no hemos cambiado significativamente la capacidad productiva de la chacra; y en la relación costo beneficio probablemente estemos perdiendo porque vamos a tener un efecto del viento no deseado». (AVR)

 

PABLO ACCINELLI

regina@rionegro.com.ar


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