«El arte como la suprema realidad y la vida como una simple forma de la ficción»

Cuando Oscar Wilde murió, hace 100 años, "The Times" publicó un obituario. En él dice que la condena "destruyó para siempre su reputación y lo condenó a la innoble oscuridad hasta el fin de sus días". Una cruel paradoja para quien supo derrochar talento y dinero. El propio desenfreno y la rigidez de una época fueron algunos de los elementos de su caída.

Poco después de que apareciera en 1881 su primera antología poética, viajó en 1882 a Estados Unidos. Allí dictó una serie de conferencias y aprovechó para defender su amor por la belleza como bien por encima de todo y criticar la fealdad de la vida industrial.

Soñador y partidario del «arte por el arte» como arma contra un siglo que desembocaría en la Primera Guerra Mundial, Wilde terminó encerrado por dos años en la cárcel de Reading por sodomía, mientras en los teatros londinenses se celebraban aún dos de sus obras, «La importancia de llamarse Ernesto» y «Un marido ideal».

La ironía que gustaba practicar también se aplica a su destino: Wilde fue a la cárcel por la cruzada personal del marqués de Queensberry, el inventor de las reglas del boxeo. Defensor del «masculino» deporte, el marqués era además padre del joven lord Alfred Douglas, amante del poeta. Por razones poco comprensibles, Wilde decidió demandarlo por injurias al recibir una carta amenazante de Queensberry, en un proceso en que tenía todas las de perder.

Pronto apareció una amorosa carta del autor dirigida a Alfred Douglas y jóvenes que ejercían la prostitución masculina en Londres declararon en su contra. Con esas mismas pruebas se celebró un segundo juicio en 1895, en el que el juez lo condenó a la máxima pena que preveía la ley. Cuando salió de la cárcel casi nadie quiso saber de él y su mujer -con la que se había casado en 1884- le impidió ver a sus dos hijos. Entre sus obras sobre la cárcel están la «Balada de Reading» y una serie de artículos, uno de los cuales contribuyó a que se aprobara una ley en contra del encarcelamiento de niños.

«Traté el arte como la suprema realidad y la vida como una simple forma de la ficción», aseguró Wilde en una declaración que resume su vida. Cuando murió, el diario «The Times» publicó un obituario.

En él destaca que la condena «destruyó para siempre su reputación y lo condenó a la innoble oscuridad hasta el fin de sus días».

Cien años después, las sombras se han disipado y para quien quiera acercarse, allí están las obras de Wilde, ya lejanas de su propia historia pero con la misma poesía y hondura de entonces. (DPA)


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