El arte como un espejo de desequilibrio

Por Oscar Smoljan (*)

En los primeros días de junio viajé a la ciudad alemana de Kassel para asistir a Documenta 11, la más importante exposición de arte moderno del mundo, y a la cual asistirán este año más de 600.000 personas provenientes de todos los rincones del planeta.

Mi viaje respondió a una invitación del director del Museo Nacional de Bellas Artes, Jorge Glusberg, y fue solventado enteramente con recursos personales, sin costo alguno para el municipio.

Documenta 11 tiene características que la hacen única en el escenario de las mega-exposiciones de arte, a diferencia de sus colegas bienales de Venecia o San Pablo.

Desde sus mismos orígenes, alumbrados como oposición al fascismo dominante en la Alemania nazi, hasta el presente, Documenta ha mostrado una total independencia respecto de gobiernos, grupos económicos o cualquier estamento de poder regional, nacional o internacional que pudiera torcer su idea acerca del arte contemporáneo y su función como espejo de la sociedad actual.

Su Comité de Curación, dirigido por el nigeriano Okwui Enwezor, y del cual forma parte el argentino Carlos Basualdo, está compuesto por reconocidas figuras del arte mundial. Este equipo de expertos elige a cada uno de los artistas cuyas obras se mostrarán en la exposición, a diferencia de las otras muestras donde los expositores llegan a ellas propuestos por cada país, con los consiguientes riesgos de preferencias, amiguismos o censura para aquellos considerados como opositores o críticos del statu quo imperante en cada nación.

Esta característica distintiva de Documenta muestra su carácter independiente y la refuerza como un espacio de denuncia de toda desigualdad, desequilibrio o injusticia que ocurre en el mundo. Este rasgo fue el que más me impactó de la muestra que se realiza cada cinco años en Kassel y que este año ha costado a sus organizadores 11 millones de dólares.

El llamado arte moderno, enriquecido ahora por los últimos adelantos tecnológicos en materia digital, electrónica, de video o fotografía, encuentra en Documenta 11 su sentido social primigenio: exponer para el conocimiento de la gente de todo el mundo, de cualquier nacionalidad, raza o religión, los grandes males que aquejan a la humanidad, como la miseria, la explotación, el hambre de los pueblos que han sido excluidos del sistema.

Inmigrantes en Europa alternan con los «espaldas mojadas» mexicanos en los Estados Unidos y las denuncias contra la contaminación por parte de empresas de la primera potencia mundial. Los conflictos que viven los trabajadores del mundo «civilizado» se entremezclan con la lucha entre palestinos e israelíes, o el recuerdo de la dictadura uruguaya.

Lo último en materia de tecnología está puesto al servicio de denunciar las injusticias y de reflexionar al mismo tiempo sobre ellas.

Aunque poco se vio de la Argentina, la temática de muchas de las obras me remitió inevitablemente a nuestra realidad de exclusión y desigualdad.

A lo largo de la historia de Documenta, pocos compatriotas han sido invitados a esta muestra. Por supuesto, lo fue nuestro amigo Julio Le Parc (a esta altura un «viejo conocido» de los neuquinos…). Julio expuso sus obras en los años sesenta, cuando el mundo quedaba deslumbrado por el llamado Arte Cinético del cual el mendocino era precursor.

Para esta edición había sido convocado Víctor Grippo, a quien conocí al igual que a su obra, lo cual constituyó un justo reconocimiento a toda su genial trayectoria. Infortunadamente, Grippo falleció meses antes de la apertura de la muestra y su catálogo oficial le fue dedicado, lo mismo que para el español Juan Muñoz, muerto el pasado 2001.

De Grippo se puede ver «Mesas de reflexión y trabajo», una instalación realizada con pupitres y textos, alguno premonitorio de su misma muerte. Otro argentino, el rosarino Fabián Marcaccio, radicado en Nueva York, también forma parte de la muestra con sus obras en las cuales recrea la relación entre la pintura y la publicidad.

Otro punto de interés de mi visita a Documenta 11 es la misma ciudad anfitriona la cual, salvando las astronómicas distancias entre el llamado Primer Mundo y nuestra dura realidad, guarda algunas similitudes con Neuquén, al menos en su población, la cual ronda los 300.000 habitantes, al igual que nuestra ciudad capital.

Durante cinco años, el intervalo abierto entre cada edición de Documenta, los habitantes de Kassel se preparan para esta muestra, en una verdadera demostración de cooperación estratégica entre los sectores público y privado, conscientes de que el más de medio millón de asistentes a la exposición devolverán con creces la fuerte inversión en materia de turismo cultural realizada.

Los hoteles se acondicionan para recibir a miles de turistas, en las calles se multiplican los encuentros entre artistas y visitantes, generando un debate prolífico de ideas que acerca a la gente en ese punto de encuentro que son los museos.

A nuestro modo, en Neuquén, estamos generando un fenómeno similar de interacción cultural entre los pueblos con nuestros museos, nuestros eventos artísticos y nuestras muestras y exposiciones y esperamos seguir en este camino, ahora con el componente turístico que potencia cualquier emprendimiento cultural.

Documenta 11, la más grande exposición de arte moderno del mundo, es el ejemplo de cómo el arte, la cultura, son una herramienta poderosa de desarrollo de los pueblos y, por ende, una fuente posible de bienestar para sus ciudadanos.

* El autor es secretario de Cultura y Turismo de la Municipalidad de Neuquén.


En los primeros días de junio viajé a la ciudad alemana de Kassel para asistir a Documenta 11, la más importante exposición de arte moderno del mundo, y a la cual asistirán este año más de 600.000 personas provenientes de todos los rincones del planeta.

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