El bienio Kirchner en tiempo de realismo político
Por Gabriel Rafart
Transcurrieron dos años de la presidencia Kirchner. El alma peronista del presidente se encuentra en vísperas del gran consenso plebiscitario de octubre. Mientras tanto, el necesario balance del bienio. No hubo lugar a tiempos timoratos. Tampoco de espectaculares transformaciones. Sí de mixturas políticas, con pasajes que saben a pasado lejano y también al más reciente, junto a otros de proclamas esperanzadoras. Aunque en ese estilo de confrontar y negociar parece haberse impuesto el crudo realismo político. Es que Kirchner sigue siendo un político peronista. Y el peronismo es realismo.
Lejos está aquel 25 de mayo de 2004, cuando la nueva administración festejaba su primer año de gobierno. Hace un año que Néstor Kirchner, disimulando una molesta gripe, brindaba eufórico en la Casa Rosada con una troupe de músicos y artistas. Para la ocasión no hubo salida al balcón. En ese primer aniversario el gobierno podía mostrar la estabilidad de un gabinete que si bien estaba exigido por el ritmo presidencial no había sufrido ninguna baja. También supo afrontar el difícil trámite de la continuidad institucional al despejar los rumores de renuncia del propio presidente y su inmediato reemplazo por Daniel Scioli. Este fue uno de los tantos rumores que surgían del exasperante hermetismo informativo con que el entorno presidencial manejaba la comunicación de sus pasos políticos. Fueron los iniciales doce meses de un gobierno que exhibía más que informaba, según las líneas para nada amables de una prensa que había sido condescendiente en los primeros tiempos de gestión.
En ese aniversario se abrían perspectivas más que alentadoras para la negociación que se creía cercana con los titulares privados y externos de bonos de nuestra cuantiosa deuda. Los cambios en la Corte Suprema generaban otras esperanzas a favor de una mejor administración en la judicatura que cerrara el pacto de impunidad imperante en los noventa. También el gobierno gozaba de saludables expectativas al sortear, prácticamente sin costos, el que será el único «fenómeno de masas» del bienio. Las convocatorias hechas por el empresario Blumberg apenas rozaron al gobierno nacional dirigiendo ese embate al aliado bonaerense tan sinuoso que es Felipe Solá. El «populismo del miedo», como lo denominó Luis Tonelli, no había logrado mellar la autoridad presidencial. Es que, a pesar de muchos de sus críticos, Kirchner había restablecido la autoridad política en el país, cambiando el humor de un público que hacía poco tiempo exigía «que se vayan todos» para entonces pronunciarse por un «que se quede Kirchner». Por supuesto que estos pronunciamientos se tornaron visibles desde la encuestomanía que se instaló como manera de seguir la legitimidad birlada en las urnas. Atendible mutación propia de un país que vive de giros dramáticos.
En ese primer cumpleaños hubo dos hechos que parecían poner a prueba el humor del presidente. Los dos respondían a la voluntad «reparadora» puesta en marcha apenas asumido el mando presidencial. Sin dudas, las voces encontradas por los gestos presidenciales en los actos que acompañaron la creación del Museo de la Memoria en la Esma dejaron un sabor amargo en Kirchner. El otro hecho de reparación en la política -terminar con la vieja política- fue el naufragio de un ambicioso proyecto que nunca maduró. La transversalidad inventada por el propio peronismo en 1945, relanzada conceptualmente por «Chacho» Alvarez en 1994, ya parecía una pieza de museo. De hecho, ambos temas se unieron en ese abortado intento levantisco de varios gobernadores que se sintieron heridos en su orgullo de militantes de los setenta tanto por no haber sido invitados al acto en la Esma. Lo cierto es que la transversalidad estaba en plena defunción en un año que nada tenía de electoral pero sí de adecuación a la nueva realidad del poder peronista. El realismo se impuso frente a la maquinaria partidaria. El retorno de Kirchner al PJ, los anuncios del desembarco en la provincia de Buenos Aires y con ellos los primeros ruidos de una guerra de posiciones y una interna de alto riesgo contra Duhalde marcaron el inicio del segundo año de gobierno.
La tranversalidad moría cuando la calle parecía mostrar un tiempo de pacificación a favor del gobierno al reducirse significativamente la protesta del activo movimiento piquetero. El piquetero más ruidoso de ese tiempo, Raúl Castells, sentenciaba: «Lo de Kirchner va a durar un suspiro». Los dos años transcurridos parecen haber liquidado ese imaginario de rebeldía piquetera aunque no con ello se hubieran extirpado las causas que le dieron origen.
Con un piqueterismo en retirada y un PJ «disciplinado» en medio de una disputa nunca rebasada dentro del aparato bonaerense Kirchner completó su segundo año. Los datos de la economía también lo favorecieron, sobre todo después de la exitosa negociación por la deuda externa. Sin duda, queda pendiente aquella otra parte de la economía real, la que hace a la distribución de las riquezas, que según el Lavagna reciente no puede colocarse en las demandas «setentistas» ni tampoco a favor del «noventismo». Sin embargo, el ministro parece equivocarse a la luz del regreso de la conflictividad social. Es que muchos componentes políticos y gremiales de ya prolongada historia de agonía de la Argentina Peronista, según supo bautizar hace diez años el historiador Tulio Halperín Donghi, parecen ser cosa del presente.
En este segundo año de Kirchner, el peronismo se recuperó como partido e identidad de sentidos. Con ello se permitió también la recuperación de cierta identidad antiperonista. Ha sido la muerte de la transversalidad la responsable del renacimiento del antiperonismo, al posibilitar el regreso al peronismo unitario de tantos hombres extraviados en otros proyectos. Allí están esos hombres del Frente Grande y el Frepaso en el actual gobierno y un centro distante, ya variando a la izquierda ya a la derecha, que supo reunirse en la Alianza o en el macrismo. No nos olvidemos de que la clase media -vuelta al ruedo por el impulso material de la relanzada economía argentina- nunca abandonó los viejos temas del inconsecuente liberalismo criollo que siempre se vistió de antiperonismo.
Junto al realismo político pareciera regresar parte de la no muy lejana Argentina corporativa. De esa que alguna vez supo montar el peronismo. No sólo se trata del restablecimiento del PJ como imponente maquinaria de poder. Hasta las 62 Organizaciones se propusieron retornar en este segundo año de gobierno 'K'. Igual que la conflictividad en el mundo del trabajo, aunque este movimiento carezca de la contención deseada por la vieja guardia sindical.
Hay otro fantasma del pasado reciente que promete volver. Hablamos de la impunidad cristalina en la nueva vida fuera de prisión de la hija más conocida del fallecido capitán ingeniero y del desatino judicial frente al Chabán de Cromañón. Y el capítulo de los sobresueldos: ¿tendrá el mismo destino que las coimas del Senado?
A pesar del retorno de viejos actores de la historia no tan lejana de nuestro país, Kirchner y su gobierno siguen gozando de una buena dosis de consenso. Y es seguro que sea plebiscitado en octubre. Igualmente, habría que asumir consecuentemente los dichos del prolífico intelectual José Pablo Feinmann cuando aconseja que a «este gobierno hay que exigirle muchísimo».
Transcurrieron dos años de la presidencia Kirchner. El alma peronista del presidente se encuentra en vísperas del gran consenso plebiscitario de octubre. Mientras tanto, el necesario balance del bienio. No hubo lugar a tiempos timoratos. Tampoco de espectaculares transformaciones. Sí de mixturas políticas, con pasajes que saben a pasado lejano y también al más reciente, junto a otros de proclamas esperanzadoras. Aunque en ese estilo de confrontar y negociar parece haberse impuesto el crudo realismo político. Es que Kirchner sigue siendo un político peronista. Y el peronismo es realismo.
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