El bombo en la oreja
Para el entorno del intendente Horacio Quiroga, el único político fuera del MPN que se ha declarado con intenciones de ser candidato a gobernador en el 2007, no hay ninguna duda: el paro que atormenta a la administración municipal desde hace varias semanas es «político» y no tiene otro origen que la estrategia sobischista.
La gente de Quiroga está persuadida de que esto es así tanto por acción como por omisión. Por omisión, porque cuando Sobisch lanzó su aumento generalizado del 11% como una cortina de humo para tapar el escándalo de los campos atribuidos a Manganaro, lo hizo sin ningún miramiento por Quiroga, dejándolo descolocado frente a sus empleados que inmediatamente salieron a demandar un aumento similar.
Por acción, porque los colaboradores del intendente piensan que Sobisch no le perdona a Quiroga sus escapadas a Aluminé y Cutral Co, que fueron algo así como el ensayo de su proyección provincial. No por nada, cuando el gobernador volvió de su fracasada gira europea y se encontró la provincia incendiada por las protestas, no se le ocurrió nada mejor que repartir el peso del desastre.
«No es casual que al día siguiente tuviéramos al gremio con los bombos en la oreja», reflexionan cerca de Quiroga. Y para abonar su creciente sentimiento de persecución, recuerdan que para colmo de males el líder del gremio municipal, Luis Martínez, es un hombre del MPN y por añadidura con aspiraciones políticas. «Es el síndrome del candidato», desliza, el intendente insinuando que el gremialista está en realidad haciendo campaña para ser diputado provincial.
Con todo, Quiroga no niega que el salario real de los municipales se ha deteriorado desde la devaluación, pero sostiene que en lugar de dar un aumento generalizado como el que otorgó Sobisch sin contentar a nadie, lo que corresponde es un incremento selectivo, que refleje mejoras en la productividad y en el rendimiento laboral de los empleados.
En realidad, el gremio obtuvo este año un reconocimiento considerable, producto del blanqueo de los aportes no remunerativos otorgados en la época de la ex intendenta Kloosterman. Una jugada que le significa al municipio un incremento del 16% de la masa salarial.
Si bien a pesar de todo la comuna cuenta -regalías mediante- con superávit, y no estaría impedida de dar el aumento de 250 pesos para las categorías más bajas que reclama Sitramune, Quiroga no está dispuesto a ceder si no se negocian otros aspectos de la relación laboral, como la «modernización» del estatuto para introducir una jornada semanal de 44 horas en lugar de las actuales 35, el mejoramiento de los servicios y la polifuncionalidad.
«No es lo mismo el empleado que cumple que el que no cumple», sintetiza el jefe comunal apelando al clisé que da cuenta del desgaste de la imagen de los empleados públicos entre vastos sectores de la población.
En realidad, el fondo de la cuestión es que el intendente está armando su estrategia de cara al 2007. La huelga municipal lo agarró en el inicio de la campaña para llevar su modelo al resto de la provincia. El plan es bastante elemental: mostrar a la ciudad de Neuquén como una carta de presentación. Un modelo hasta cierto punto apetecible, producto de una gestión acertada. El pavimento, las cloacas, los espacios verdes, el Paseo de la Costa, el Museo de Bellas Artes son algunas de las muestras que, desde su óptica, contribuirían a «vender» una imagen de solvencia para gobernar.
Aunque algunos en la UCR lo acusan de haber relegado al radicalismo para crear el quiroguismo, y en la oposición no pocos lo atacan por su apoyo a las políticas del sobischismo, Quiroga sabe que su destino, más tarde o más temprano, lo llevará a enfrentarse con Sobisch. Nada muy diferente piensa este último, consciente de que el radical podrá acompañarlo algunos pasos a cambio de gobernabilidad, pero encarna en definitiva un proyecto de poder divergente.
Es lo que ocurre con las elecciones municipales del año próximo para renovar parcialmente el Concejo Deliberante. Quiroga sabe que no será fácil doblegar al aparato del MPN y descuenta dar una sorpresa adelantando la fecha de los comicios. En cuanto a las listas, baraja como cabeza la figura de su secretario de Hacienda, Martín Farizano, un hombre que, en sintonía con la imagen de gestión solvente que agita Quiroga, se destaca por su férreo control de los recursos.
Otro aspecto que desvela al intendente es la elección de convencionales. Está persuadido de que si Sobisch encabeza la lista del MPN -cosa que el gobernador no ha descartado- se verá obligado a emularlo. Entre otras cosas porque cree que para ser candidato en el 2007 no debe rehusar medirse con el «number one».
Es probable que la paranoia del quiroguismo con el paro esté justificada. Después de todo, pegado o no al gobierno provincial, Quiroga ha venido haciendo su propio juego. Sobisch debe tener muy presente todavía la jugada con que le arrebató la municipalidad el año pasado.
Ocurre que en la puja con Quiroga, como en la propia tarea de gobernar, el líder del MPN no lleva todas las de ganar. Empeñado como está en su sueño presidencial, en Neuquén es una suerte de visita que está más allá del bien y del mal. En las últimas semanas son contados los días que el gobernador recaló en la provincia. Rusia, Portugal, Buenos Aires, La Rioja, Mar del Plata, Necochea, San Bernardo, Bahía Blanca… Sobisch es para los neuquinos lo que un padre ausente para una familia en riesgo de disolución: alguien que sólo aparece de vez en cuando para ladrar un par de órdenes y volverse a ir.
El tema no es menor, porque todavía le faltan cuatro años de gobierno y, antes de que naufrague su apuesta presidencial, el daño puede ser mayor. Por lo pronto, el mandatario provincial no termina de aterrizar. Hospitales y escuelas paralizados. Cortes de rutas; conflictos y descontento creciente… ¿Acaso no advierte que mientras sigue vendiendo aquí y allá el libreto de la «provincia exitosa», Neuquén es un polvorín?
Héctor Mauriño
vasco@rionegro.com.ar
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