El calendario encogió: octubre es hoy
No hay forma ya de intentar siquiera un análisis político. La ausencia de la política y la brusca irrupción de las internas libradas como peleas entre niños de jardín de infantes, que pugnan por un juguete que no están dispuestos a compartir, hacen que toda predicción se torne pura especulación.
A la luz de la lógica más simple, se puede esgrimir que los Kirchner apuraron la elección. No se trata de ningún Apocalipsis. Antes de su llegada al poder, la Argentina respiraba, también lo hará cuando ya no estén. El país se ha levantado como Lázaro de un sinfín de estados comatosos.
Lo cierto es que los comicios legislativos se adelantaron, aunque el pueblo aún no haya votado en forma explícita. Tanto ahínco, sin considerar modos y ética, por mantener una mayoría parlamentaria tuvo efectos adversos: el kirchnerismo ya ha logrado menguar su poder. Empezará el año parlamentario con apenas 34 ó 35 legisladores leales; muy lejos de los 42 que supo tener. El éxodo lo condujeron ellos. Han hecho una fabulosa campaña en desmedro de sí mismos. El afán por obtener los hizo olvidar lo trascendente de retener.
No hubo metodología tendiente a consolidarse, sino una suerte de improvisaciones que apuntaron a destruir todo aquello que se interpusiera en el camino, aun cuando quienes se le cruzaran no fueran adversarios ni enemigos.
Militares, empresarios, privatizadas, Iglesia, jueces, fiscales, ex compañeros de ruta, todos, absolutamente todos en algún instante fueron blanco de los envenenados dardos kirchneristas. Salieron como indios a impedir la conquista. Cosecharon lo sembrado.
Fueron seis años de impericia y soberbia, se movieron entre la audacia de la impunidad y el miedo a enfrentarse a su propio carácter. Desdeñaron oportunidades pocas veces vistas. No les ganó ninguna oposición ni alternativa. Los doblegó el «estilo K», aquel que alguna vez endiosaran y del cual se jactaran en detrimento de quienes advertían que no era el modo de afianzarse. No había que ser muy sagaz para darse cuenta de que tanta acumulación de poder sin estructura que lo avalara, antes o después se cae. La lealtad en el justicialismo, que se ha convertido en un rompecabezas de millones de piezas, es una anatema.
Ahora bien, pese a lo esbozado en el párrafo anterior, la plena convicción de un kirchnerismo mortalmente liquidado no se ha alcanzado todavía. Hay quienes resucitan como el ave Fénix, y esta geografía es un espacio propicio para el regreso de los muertos vivos. Basta observar el actual tablero político.
¿Cómo se explica entonces una sangría en el poder gobernante, y al mismo tiempo la duda acerca de su agonía? Se explica porque este país se llama Argentina.
Aquello que en otra parte generaría casi una anomia o quizás una guerra cívica, aquí puede sorprender apenas un par o dos de días. ¿Cuántos países resistirían un caso Skanska? ¿Cuántos otros una reapertura absurda de heridas o una cuenta -que ni siquiera se lleva- de funcionarios sospechados de incumplimiento de sus tareas?
Estamos sumidos en la indefinición permanente: entre la certeza de un final de tregua (porque nada se les ha interpuesto durante seis años al oficialismo, excepto ellos mismos) y una porfía que nos advierte que todavía es menester mantener ciertos cuidados.
Un paso en falso puede dejar al país, ya no en manos de la hegemonía kirchnerista sino en la más preocupante acefalía que dista de ser esta que, hoy, no permite distinguir entre autoridad real y autoridad ficticia. Es necesario que octubre exista, quedarse en la derrota adelantada que han forjado los mismos protagonistas es pararse sobre arenas movedizas.
Detrás de Alberto Reutemann se van otros tantos ex oficialistas. Algunos por convicción, otros porque ya han llenado sus arcas y se dan cuenta de que para mantenerlas deben rumbear donde haya menos turbulencia. Diferenciar entre unos y otros no es un mero detalle. Ninguno se va definitivamente, apenas se corren de aquellos que hoy están señalados con el dedo. Un dedo que parece una veleta con el viento.
Hoy son los K los que están señalados por la sociedad, ayer fueron los Duhalde. Un poco más atrás el menemismo soportó los índices condenatorios de miles que anteriormente disfrutaron los años de bonanza y vacas gordas que les diera la pizza con champagne, aunque la memoria sea porosa para el olvido, como decía Borges.
La sociedad es, posiblemente, tan furtiva en sus condenas como en sus amores. Todos tienen derecho a equivocarse, es cierto. Pero no todo equívoco acarrea idénticas responsabilidades. Los dirigentes en su error arrastran multitudes. Los Kirchner la erraron desde el vamos. Un debate que requiere más espacio debería centrarse en dilucidar por qué algunos se demoraron tanto en «avivarse». ¿Alcanza con una economía que, en los años de gestión del cónyuge, dejó veranear 30 días para perdonar la hipoteca de futuro que, simultáneamente, se hacía?
Un análisis político puede dar datos de las bajas oficialistas en el Congreso, senadores y diputados darán pasos al costado por disidencias y por las encuestas, no seamos tampoco tan ingenuos. O puede, por el contrario, ir más allá de los datos y llamar a la introspección. Ése es el objetivo de estas líneas.
En ese marco, la oposición vuelve a quedar deslucida porque nuevamente no capitalizó el error, pero no por eso queda sin misión. Más que nunca deberá mostrar que sus métodos son sustancialmente distintos de los que llevaron a perder una elección nueve meses antes de su ejecución. Porque las urnas se abrirán en octubre, pero el poder se redujo mucho más de lo que se suponía en apenas días.
Ya no importa si el campo gana la partida o si las retenciones no se modifican desde el punto de vista estratégico. Tiene trascendencia desde luego para la supervivencia de los ruralistas y del pueblo entero. Mas es dable asumir que los Kirchner no ceden ni aun cuando tienen las consecuencias a la vista. La negociación será tan turbia como nimia.
El triunfo de la mesa de enlace está en la actitud más que en el resultado de su epopeya: mantener la unión y la tolerancia en medio de la turbulencia y lavar los trapitos sucios cerrando previamente la puerta, fue el acierto del cual los opositores deben tomar apunte. Al sector agropecuario y a los disidentes les resta unas cuantas batallas más porque, como bien dice el refrán, «no está muerto quien pelea» y los Kirchner tienen un arsenal que no van a desdeñar.
Se avecinan días de «carpetazos», operaciones de prensa, censuras abiertas o encubiertas, maniobras mediáticas, escándalos o noticias de aquellas que suelen «enganchar» a la ciudadanía en debates que inhiben temas más reales como la inflación, la recesión y otras realidades ya a la vista. Habrá «chicanas»: aumentos de precios que se atribuyan al sector agrícola, escasez de mercaderías que lo más probable sea por orden de Guillermo Moreno más que por paros o sequía.
Habrá disturbios y escraches repudiados desde Olivos -convertido en el nuevo Balcarce 50- que serán atribuidos a grupos adversarios cuando en rigor provengan de las mismas huestes kirchneristas.
Aunque octubre no defina nada que no termine por definirse en estos días, de aquí en adelante hay que mantener la tranquilidad suficiente como para saber que vienen tiempos complejos. Y, muy posiblemente, quienes tengan la mayor responsabilidad entonces, no sea ya, paradójicamente, el matrimonio presidencial sino la gente y los dirigentes de la oposición, porque a ellos se les pondrán las traperas y se les minará el camino hacia la elección.
El pueblo en estos casos es rehén pero siempre puede optar entre la resignación y la apatía o la acción y demanda civilizada, que no es sino un derecho que otorga la mismísima Constitución; ese compendio de artículos que de cumplirse a rajatabla salvaría a la Nación, sin necesidad de planes para canjear nada.
GABRIELA POUSA (*)
www.economiaparatodos.com.ar
(*) Economista
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