El camino hacia la seguridad

Por Mario Alvarez

Luego de la inexplicable muerte de Axel Blumberg, su papá se cargó al hombro un tema tan álgido y preocupante como el de la inseguridad, logrando instalar en todos los rincones del país una fuerte discusión acerca del endurecimiento de las penas como modo de frenar, entre otras cosas, la ola de secuestros, violaciones y asesinatos que una y otra vez golpean el rostro de una sociedad ya suficientemente castigada por otros males.

El intercambio de ideas que este tema ha disparado enfrenta a «duros» y «garantistas» en una discusión que, a mi entender, no pone sobre el tapete el eje central del debate necesario detrás del cual debiera movilizarse la sociedad en su conjunto.

A partir de mediados de los años setenta, aunque con altibajos, la economía nacional ingresó en una larga noche de deterioro e inestabilidad, al tiempo que comenzaron a incrementarse los niveles de subocupación y desocupación, con paulatina caída de las remuneraciones reales, consecuente aumento de la desigualdad distributiva y elevación de los niveles de pobreza.

Desde entonces, sucesivos y drásticos recortes presupuestarios han jugado en desmedro de la salud, la educación y los gastos sociales en general. En tal sentido, la democracia no ha sido para la Argentina lo que prometía ser, aunque la tengamos que defender igual.

Los almanaques de los noventa llegaron ilustrados con frescos dedicados a exhibir la cultura de la inmoralidad y la desfachatez. Por todas partes brotaron émulos de Isidoro Cañones de carne y hueso con rostros de cómics sin ideología.

De esta caricatura democrática heredamos legisladores y jueces corruptos; sindicatos traidores; funcionarios sospechosos; clientelismo; fuerzas de seguridad cómplices de los delincuentes; industria nacional devastada; Nación y provincias endeudadas hasta lo impagable con la usura de adentro y de afuera; contrabando; narcotráfico; crímenes irresueltos; gente desesperanzada, sin trabajo, que ya no sabe si rezarle a la tumba de Rodrigo o a San Cayetano; millones de miserables creciendo en la exclusión; pasaportes a cualquier parte del mundo en busca de un destino; educación desatendida, con docentes mal pagos y deserción creciente; jubilados en permanente estado de humillación; hambre y desnutrición vergonzantes en una geografía excedentaria en alimentos; cartoneros que supieron ser otra cosa; enfermedades evitables; millones de hectáreas productivas hipotecadas de por vida; investigadores, técnicos y científicos desalentados; futuras generaciones de precaria formación; marginalidad creciente; gatillo fácil; cárceles abarrotadas.

Tragedia nacional y fragmentación social.

Escombros de un país que alguna vez fue ejemplo.

Tanta decadencia no es casual. Ocurrió en estas tierras que se aprobó el desembarco militar del '78 para terminar con un gobierno elegido por la gente. Fueron argentinos la mayoría de los desaparecidos, y argentinos también los que pensaban que aquellos «algo habían hecho» para merecer su triste destino. Fue acá que se marchó detrás de un dictador para invadir Malvinas en el '82. Fanáticos cultores del «deme dos» gastaron por el mundo la «plata dulce» de aquel entonces. Se disfrutó con la ilusión óptica de un 1 a 1 mentiroso. Se creía compartir marquesina con un elenco integrado por los países del Primer Mundo. A pesar de la corrupción y la desvergüenza, de la flexibilización laboral, de la AMIA y de la Embajada de Israel, en el '95 se reeligió a Menem como presidente. Hasta que se fue. Y vino otro que se tuvo que ir, dejando treinta muertos.

Y del país quedaron los jirones.

Hoy la realidad nos golpea brutalmente el rostro, pero no nos queremos hacer cargo ni siquiera de los marginados que supimos conseguir. Han quedado fuera. Apartados. Se los obliga a vivir petrificados. Subalternos. Sin poder oponerse a su triste fatalidad de excluidos, al tiempo que se les pide conducta de buenos ciudadanos. Les recordamos nuestros derechos y no les reconocemos ninguno, ni siquiera el de estudiar y trabajar. Así, les quitamos toda posibilidad de vivir entre nosotros. Hemos asistido impasibles a su segregación, y ahora colaboramos para que se visualicen a sí mismos como marginales. Bolsones de pobreza con códigos propios que no aceptamos. Carnada para la droga. Señuelos para el delito. ¿Qué tienen para perder?

Así están las cosas. Por muchas de ellas es preciso que el necesario debate sobre la inseguridad vaya más allá de un mero endurecimiento de las penas y busque atacar la génesis del problema.

Pidamos y exijamos una buena educación integral, salud, viviendas dignas, trabajo con remuneraciones justas, beneficios de la seguridad social y justicia para todos. Sin excluidos. Así empezaremos a recorrer el camino hacia la seguridad.


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