El camino que va de Eva Perón a Timerman
La fascinación de los norteamericanos hacia los personajes argentinos encontró su punto culminante en la figura de Eva Perón, eje excluyente de libros, filmes y hasta una ópera musical que pretendió exaltar los aspectos más controvertidos de la principal protagonista femenina de la historia política del continente.
Todo comenzó con la versión musical que en 1978 dieron a conocer Tim Rice y Andrew Lloyd Webber, y que entre otras cosas incluía el famoso tema «No llores por mí Argentina».
La obra -como después ocurrió con la película dirigida por Alan Parker- reemplaza la verdad histórica por una simplificación maniqueísta según la cual Eva Duarte fue una trepadora sin escrúpulos que se convirtió en virtual co-dictadora de la Argentina y consiguió el amor del pueblo a fuerza de ser pródiga con los dineros públicos.
En 1995, cuando ya casi se había diluido la polémica generada por el musical, el editor norteamericano Alfred Knopf escuchó del éxito obtenido en estas tierras por «Santa Evita» (1995), la obra escrita por Tomás Eloy Martínez a partir de los testimonios, los ecos, los sueños, las narraciones y los anhelos que había desatado la figura de Evita.
Traducida a 36 idiomas además del inglés, la novela representó el primer contrato millonario pagado por una editorial estadounidense a un escritor argentino -se dice que la suma por los derechos rondó los 100.000 dólares- y se convirtió en éxito de ventas en los Estados Unidos, a pesar de que la crítica opuso algunos reparos a la calidad del libro.
No se podría entender el fenómeno de «Santa Evita» sin tener en cuenta la repercusión que alcanzó en 1979 el argentino Jacobo Timerman, quien ocupó la primera plana de los diarios estadounidenses con «Prisionero sin nombre, celda sin número», una pieza en la que registra su cautiverio en manos de los militares argentinos, y que de alguna manera abrió la discusión en los Estados Unidos sobre los efectos de las dictaduras sudamericanas.
«Prisionero sin nombre….» devino un suceso de ventas de inmediato, un hecho que bien podría dar cuenta de la curiosidad y de la falta de información que el público norteamericano tenía sobre el tema. La obra encabezó la lista de libros más vendidos durante varios meses y fue consagrado por el New York Times como «el libro del año», en una edición que tuvo como tapa la cara de Timerman y una larga entrevista al autor. (#Télam).
Reeditan «La sociedad del espectáculo»
Buenos Aires, (Télam).- «Jamás me alcanzará la calma», dijo alguna vez Guy Debord, ideólogo del 'situacionismo', un subterráneo cultural 'en las sombras', heredero del anarquismo y del terrorismo cultural: que jamás lo alcanzó la calma lo prueba su suicidio, en 1994, cuando la 'sociedad del espectáculo' que había profetizado ya era dueña del mundo.
«La sociedad del espectáculo», precisamente, publicado por primera vez en 1967 y reeditado ahora por la casa Pre-Textos, es un diagnóstico implacable y un anticipo de la orientación que el tardocapitalismo satisfecho alcanzaría tres décadas después.
«El fin de la historia es un descanso agradable para cualquier poder establecido», supo escribir Debord. Efectivamente, ese 'fin de la historia' ya tuvo lugar; pero la consistencia de la ilusión no es consecuencia de las causas que él supuso.
El francés no tuvo en cuenta -como bien señala su biógrafo, Anselm Jappe-, que hoy en día la mayoría de la humanidad -en su carácter de fuerza de trabajo- resulta innecesaria.
Así las cosas, la primera manifestación conocida de Debord, una pintada de comienzos de los 50, decía: «No trabajen más». A un desocupado actual, esa provocación acaso -y con razón- le parezca un eslogan oficial que pretende legitimar su situación.
En ese tiempo, el ensayista -de veintipico de años- formaba parte de la Internacional Situacionista: se trataba de un conjunto que defendía la autonomía sin freno, la falta de reglas y normas y la oposición frontal a 'lo que existe'.
Los 'situacionistas' rechazaban todo lo que no fuera rechazo. Eran intransigentes y expulsaban, en juicios sumarios, farsas del estalinismo en boga, a sus propios y escasos miembros, bajo la acusación de 'reformistas'. Con todo, saliendo de las limitaciones, autoimpuestas en aquella 'sociedad cerrada', casi una secta, Debord publicó su libro.
«La sociedad…», después de la duda inicial del editor que -por el título- creyó que se trataba de un anecdotario de la farándula francesa, llegó al mercado en 1967. Nunca un libro fue más oportuno. El volumen consiste en 221 apartados donde Debord planteaba el paso de una sociedad del ser' a una del 'tener', y de ésta a una de la 'apariencia'.
Sus análisis eran demoledores: describían la colonización del ocio cuyo objeto residía en la expropiación del tiempo total de vida de unos humanos convertidos en 'zombies', espectadores.
Arturo Pérez Reverte
Santander, España, (EFE).- El novelista español Arturo Pérez Reverte aseguró que le quedan diez años como escritor, durante los que publicará cinco o seis libros y dejará una que otra docena de historias se queden sin contar en un «mundo de fantasmas».
Pérez Reverte habló por última vez de su novela, «La carta esférica», de la que ya quiere olvidarse. Las aventuras del marino Coy y de la misteriosa Tánger Soto, los protagonistas de «La carta esférica», han sido mejor recibidas de lo que esperaba para una novela de búsqueda de tesoros en el mar a la manera clásica, explicó a los periodistas.
Pérez Reverte ya está metido en uno de los libros que le quedan por escribir antes de retirarse, una nueva entrega de las andanzas del capitán Alatriste, que se titula «El oro del rey» y saldrá a la venta en Navidad, y comenzó a documentarse para su próxima novela larga que, según tiene pensado, será histórica.
El autor de «La tabla de Flandes» insistió en que escribe lo que desea con la seguridad que da tener «la vida resuelta» y animó a los escritores que hablan de lo mal que se pasa creando a que cambien de oficio y se dediquen a otra cosa. «Divertirse contando historias de las de siempre, con su planteamiento, su nudo y su desenlace» es lo que, dijo, lo hace dedicarse a la literatura y el autor es consciente de que le leen hasta en China.
La fascinación de los norteamericanos hacia los personajes argentinos encontró su punto culminante en la figura de Eva Perón, eje excluyente de libros, filmes y hasta una ópera musical que pretendió exaltar los aspectos más controvertidos de la principal protagonista femenina de la historia política del continente.
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