El Chocón – El Gigante, lugar mágico

Por Héctor Pérez Morando

Nuestro diccionario de la Real Academia Española define así a mágico: «Perteneciente o relativo a la magia. Maravilloso, estupendo. Encantador». Y todo comienza con la mágica aventura fluvial que hace más de doscientos años tuvo como protagonista principal al piloto de la Real Armada Española Basilio Villarino, navegando corriente en contra por los ríos Negros, Limay y Collón Cura, nombres actuales. A la sirga, velas, espía, remos, amante y aparejos que ayudaron trabajosamente el ascenso de las chalupas «San Francisco de Asís», «San Juan», «San José», el «Champan» y bote a remolque «San Antonio». Villarino, con cerca de sesenta hombres, llevaba diario de navegación y el 6 de febrero de 1783 anotó: «Hallé unas barrancas que parecen grandes edificios desmoronados; inmediato a estas hay dos que parecen perfectamente dos hornos de teja y al extremo hay una que tendrá doscientas varas de alto y termina en punta o tajamar, y en ella hay una pirámide casi tan alta como la barranca, dividida de ella… Mirándola de lejos, como de una a dos leguas de distancia, parece un gigante de rodilla, de modo que hacen estas barrancas figuras bien extrañas…» Desde el sábado 28 de setiembre de 1782, cuando salieron del Fuerte del Carmen (Patagones) no habían hallado un accidente geográfico tan llamativo, tan espectacular. Tan mágico decimos nosotros.

Estaban en el hoy paraje El Chocón – El Gigante, este último del lado rionegrino. La mágica visión de Villarino remontando el «Desaguadero» (Lime – Limay) le hicieron imaginar a las rojizas barrancas como «grandes edificios desmoronados». Pero el desmoronamiento real de parte de esa serranía tan especial lo produjo no hace muchos años la mano del hombre, al cruzar el Limay con el dique actual y formar el lago Ezequiel Ramos Mexía. Sus aguas cobrando altura fueron succionando al «gigante de rodillas». Hoy queda poco de aquel entorno que mereció bautismo documentado. Grano a grano de la dura arenisca, el Limay los va desparramando o llevando de compañía en su largo viaje y del lugar sólo perdurará el mágico escrito que nos dejó el navegante español. Ahí están los restos, mezclados con silencios prehistóricos y vientos azotando los peñascos sobrevivientes que sobresalen de las aguas de lago artificial más grande del país, mirando las intrincadas formaciones costeras…

Años después, en 1875, el perito Francisco P. Moreno en su viaje terrestre desde Carmen de Patagones al Nahuel Huapi llega a esa zona y vive el impacto de naturaleza tan especial. Recuerda el diario de Villarino y expresaría después: «Las barrancas de Chocón – geyú, que parecen ruinas de edificios, semejan en una noche clara una ciudad edificada con piedra roja, ostentando cúpulas y torreones fantásticos». El impacto geográfico también se había apoderado de nuestro famoso perito. No era para menos.

Estanislao S. Zeballos se asocia al silencioso y mágico lugar y pone en boca de Moreno: «Subiendo la travesía del Chalcun (Chocón) se encuentra un «walichu» o piedra que puede llamarse sagrada». Lo misterioso, lo casi sagrado para entonces, se transmitía a los viandantes de la primitiva rastrillada, pues también por ahí cerca estaba el trágico testimonio de los nueve cadáveres aborígenes «saqueados y asesinados por los pehuenches» o muertos de frío. «Toda una familia india a quien los indios pehuenches arrebataron los caballos». Después, ramas y «pedazos de poncho o chiripá» fueron incorporando la leyenda cierta del significado Chocón: «Aterido, entumecido, muerto de frío». El mismo Zeballos escribiría sobre «El Gigante»: «A la verdad, de noche se asemeja a una ciudad edificada en piedra roja, con sus iglesias cuyas cúpulas parecen verdaderas desde alguna distancia».

Ambas márgenes del Limay se complementaban para entregar, cada una, la especial geografía hasta que llegan los años 1881 a 1884. Pasa navegando por el paraje el famoso vaporcito «Río Negro» buscando llegar al Nahuel Huapi en tres fracasados intentos que terminaron en la desembocadura del Collón Cura. Los diarios de navegación de Obligado y Albarracín apuntarían como dato topográfico al «llamado punta del Gigante» y en uno de los regresos y desde el mismo lugar ven por última vez al cerro Imperial (Lanín), teniendo «el placer de contemplar por segunda vez el extraño y sorprendente espectáculo que ofrece en este paraje la sierra de la margen derecha» (El Gigante). ¡Qué llamativo impacto iba produciendo el «gigante de rodillas» de Villarino! En los tres viajes, ida y vuelta del «Río Negro» -con estructura inglesa- sus marineros lo constituirían como referencia toponomástica sobresaliente. Comenzó a estar bien registrado en mapas y escritos. Como Chocón, modificado de la «bajada travesía de Chalcun» y otras denominaciones parecidas. Recién en el diario de navegación del tercer viaje del «Río Negro» aparece la definición para el lugar neuquino: «Entramos en la travesía de Chalcun o Chocón» (sin acento).

La magia supersticiosa de aquellas carnes humanas aborígenes desechas por lanzas o bolas perdidas o frío y nieve, según los autores, daría paso a huesos calcinados por viento, sol y arena, fosforescentes por la noche, convertidos en «luz mala». Obligación de detenerse para ir agregando piedras e hilachas en las tumbas cónicas. Comentarios, palabras mezcladas con llamativos relinchos de caballos expedicionarios o domados en los toldos. Por allí pasaron uniformados en las campañas al Nahuel Huapi y a los Andes, expresándose en uno de los diarios militares (Lasciar): «Colinas de altura variable y formas tan caprichosas como bellas». «…Se pueden contemplar las vistas más hermosas de la sierra». Y en otro diario similar: «Es el sitio más pintoresco de todos nuestros campamentos hasta la fecha». «En la costa sur (rionegrina del Limay) se levanta una caprichosísima sierra… parece una gran ciudad convertida en ruinas o sepultadas entre los escombros; algunos picos de forma cónica podían tomarse por las torres de una iglesia o castillo».

Sin ser leyenda, violento combate entre aborígenes y militares tiene fecha precisa: 29 de marzo de 1882, cuando el soldado mendocino Octaviano Toledo o «Pata Loca» entremezcló sable con lanzas y mal herido terminó en el cementerio del Fuerte Roca. El jarillal, de testigo. Caranchos y roedores, de festín. La magia de la muerte. Ocurrió en Chocón.

Y muy cerca, en Chocón Chico y como mensajes ultraterrestres, imbricadas pinturas indígenas sobre la arenisca roja en abrigos o cuevas a orillas de la margen izquierda del Limay, dejaron testimonios arqueológicos para que el autodidacta Ernesto Bachmann se ocupara de ellas hace unos años. Magia en trazados curvos y semirectos; misteriosas flechas y otros dibujos tal vez con significado de fauna, flora, humanos, sol, luna… Indescifrables y mágicos enigmas de manos que ya no están. Por último y desde no hace muchos años, el afloramiento de animales y árboles de hace millones de años, entre ellos el colosal carnívoro más grande del mundo, que duerme en el museo local. El Chocón – El Gigante (Neuquén y Río Negro), pasado y presente, unidos por el también mágico Limay.

Nota: toda la cartografía y documentos consultados indican al lugar como «El Gigante» y no «Los Gigantes», como se está usando últimamente. Para tener en cuenta.


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