El cielo protector

Juega al ajedrez con oponentes distintos cada madrugada. Juega con blancas. Cuando su rival declina el rey ante su excepcional inteligencia, el cielo funde en negro como en las películas del Lejano Oeste y nadie ha podido averiguar qué sucede después. Lo del negro es una manera de decir porque, en realidad, que sepamos la muerte no tiene color. Ni forma. Ni olor. Simplemente transcurre filosa y terminal. En los naipes del Tarot es la carta número XIII representada por un esqueleto vestido, sí, de negro, con una guadaña en los brazos. Pero en el Tarot de Marsella la carta de la muerte no puede ser considerada una mala noticia cuando aparece. La Muerte significa también resurrección.

El dato no hace sino abrir más interrogantes acerca de lo que nos aguarda al otro lado de esa geografía sin mapas. La ignominia es un resguardo que se ha tomado esto que llamamos vida para empujarnos a la paciencia, y así no sucumbir sin escribir, sin decir, sin amar, sin buscar. No ha nacido el que no se crea eterno.

La muerte brilla en los ojos de un niño tanto como en los de un enfermo terminal que acaba de saber que ha sido abuelo por tercera vez. Nos susurra desde docenas de libros, entre las copas de una noche en que discutimos hasta quedar secos de ideas. Aguarda al final de los tres kilómetros diarios que nos hacen sentir un poco más jóvenes. La muerte nos abraza en el fogonazo del orgasmo. La hallamos sobre el vientre de una mujer y en el sol del domingo.

La intuimos. La sabemos. A veces con tal desesperación que la buscamos, lejos, cuando seguramente siempre se encuentra a nuestras espaldas. Aunque la asocien con la enfermedad, entre una y otra jamás ha habido algo parecido a un romance. La enfermedad es parte de la vida y la vida, a veces, una contrariedad. El día en que todo ha sido dicho la muerte abre su puerta llena de incógnitas. Tal vez sonríe en tan crucial momento. O no tenga rostro. No rechazamos la muerte sino el dolor. Y el dolor alimenta su sadismo en esos torpes intentos por negarlo que tenemos los adultos.

No soñamos pesadillas con la muerte sino con el deterioro cruel del cuerpo y los sentimientos.

Morir quizás sea lo de menos. Antonio Escohotado escribió en su libro «Memorias de un libertino» (Espasa) que, sinceramente, él no pretende vivir mucho sino vivir bien. Y en ese mismo ensayo recuerda al viejo Plinio que incitaba a no olvidar jamás los motivos por los cuales vale la pena estar vivo.

En una de sus mejores novelas, «El cielo protector», Paul Bowles imaginó el ocaso de un hombre en medio de la enfermedad. Nos deja en silencio. «Su grito atravesó la imagen final: las manchas de sangre fresca y brillante en la tierra. Sangre y excrementos. El momento supremo, arriba, dominando el desierto, cuando los dos elementos, sangre y excrementos, largo tiempo separados, se funden. En la claridad del cielo nocturno aparece una estrella negra, un punto de sombra. Punto de sombra y puerta del reposo. Ve más lejos, traspasa la fina trama del cielo protector, descansa.»

Claudio Andrade

candrade@rionegro.com.ar


Juega al ajedrez con oponentes distintos cada madrugada. Juega con blancas. Cuando su rival declina el rey ante su excepcional inteligencia, el cielo funde en negro como en las películas del Lejano Oeste y nadie ha podido averiguar qué sucede después. Lo del negro es una manera de decir porque, en realidad, que sepamos la muerte no tiene color. Ni forma. Ni olor. Simplemente transcurre filosa y terminal. En los naipes del Tarot es la carta número XIII representada por un esqueleto vestido, sí, de negro, con una guadaña en los brazos. Pero en el Tarot de Marsella la carta de la muerte no puede ser considerada una mala noticia cuando aparece. La Muerte significa también resurrección.

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