El cine como destino irrenunciable

La esencia latinoamericana impregna toda la cinematografía de Arturo Ripstein, quien recibió el premio "Gloria" por su trayectoria en el Festival de Cine Latino de Chicago.

Chicago.- La 17 edición del Festival de Cine Latino de Chicago tuvo como invitado especial al director mexicano Arturo Ripstein, quien recibió de manos del organizador del encuentro, Pepe Vargas, el premio «Gloria» por una trayectoria que ya lleva 42 años al servicio de un cine de raíz fuertemente latinoamericana. Hijo de un fuerte productor, a los 15 años comenzó sus primeros escarceos cinematográficos en busca de fama y fortuna.

Aquel jovencito que cursaba la escuela secundaria era un voraz lector y espectador de cine y asistía habitualmente a presencias filmaciones.

«Ahora me doy más tiempo y soy más selectivo con las lecturas -comentó Ripstein- y cada vez voy menos al cine porque lo que se produce es cada vez peor».

«En mi adolescencia no había escuelas de cine, se aprendía viendo películas, leyendo sobre cine y asistiendo a rodajes», evocó.

Sobre aquel tiempo también apuntó con la ironía que esgrime siempre en sus conversaciones que «junto a películas de Hollywood, también veía la Nueva Ola francesa, filmes del bloque socialista o las fantásticas producciones italianas. Hoy, lamentablemente las opciones se redujeron a «Nuestro Señor Bruce Willis» que domina las pantallas mexicanas».

La filmografía de Ripstein refleja inevitablemente la realidad en que vive pero se declara libre de toda declaración ideológica expresa.

Muy joven advirtió que los cineastas llamados «comprometidos» estaban más preocupados por la política que por el trabajo artístico y, al mismo tiempo, descubrió que su fuerza estaba en contar el cine que le salía «del corazón y de las tripas y no del de las opiniones y la cabeza».

«Eran los años de la Revolución Cubana y de grandes momentos históricos y algunos insistían en que teníamos que hacer un cine comprometido políticamente, resolver la historia de la humanidad y construir un hombre perfecto y glorioso. Pero yo nunca entendí cómo se podía hacer eso contando unos cuentitos inocuos en cine porque para mí, el compromiso era hacer la mejor película posible», afirmó.

«Mis trabajos -agregó- lo único que podían demostrar era que no vivíamos en el mejor de los mundos, que simplemente estábamos en un lugar perfectible, pero la manera de mejorarlo era cuestión de los demás. Yo pensaba que la única posibilidad de resolver un problema es plantearlo».

Aún hoy es común escuchar a los cineastas comentar las dificultades de «contar una historia», carencia que a veces se relaciona con los aspectos rítmicos de un filme.

Según Ripstein, el tema se remonta a un movimiento que ha dominado la estructuración del cine durante muchos años, desde los años «50, cuando los artistas plásticos reconocen en la pintura características propias ajenas a la narrativa.

Por lo tanto, toda la pintura narrativa tenía que ser abolida ya que no se sujetaba a la sustancia primordial que era la línea, color y la presencia o no de volumen.

Surge entonces la consigna de «no hacer cine narrativo» que, en la opinión del director mexicano tuvo un peso muy grave en las decisiones vocacionales de los realizadores de entonces.

«Yo me impuse buscar nuevas opciones -confesó-, llegar a lo que es la esencia pura del cine, pero me di cuenta que lo que me gustaba era narrar situaciones, atmósferas, cuentos, y que eso era lo que mejor me acomodaba».

«Me daba la impresión que las opciones no narrativas con influencia de Godard, por ejemplo, terminaban en un cine estéril, efectista, que nacía muerto aunque fuera deslumbrante», aseveró.

Este momento marcó la decisión del realizador de liberarse de toda consigna impuesta desde fuera, por mero rigor intelectual y no por imperiosa necesidad.

«Finalmente, me di cuenta de que todo rigor, todo lo que constriñe, termina siendo una cárcel y una limitación. Desde entonces no me ha quedado más remedio que ser fiel a mis convicciones, a pesar de las enormes cantidades de curvas que tuve que tomar para llegar a ser quien soy», afirmó.

Con relación a la necesidad de llegar al espectador, Ripstein confesó que «siempre he tenido un pequeño crítico en mi cabeza que constantemente indagaba: «¿Es claro lo que estás diciendo, realmente sabes por dónde vas?». Pero a pesar de ese feroz inquisidor, hago lo que pretendo hacer y lo que quiero. Deseo ser famoso pero no tengo ganas de hacer películas sólo para que al público le guste y me aplauda».

«El cine es un acto de amistad para compartir -acotó a manera de definición-. Se hace lo que se puede para quedar en la memoria y reflejar algunos momentos de lo que es la vida, sólo para compartir con otros, como un acto de amistad». (Télam).

Leonor Soria

La tradición de la cinematografía mexicana

Una de las películas de Ripstein exhibidas en la 17 edición del Festival de Cine Latino de Chicago fue «La perdición de los hombres», en la que se conjugan las imágenes del cine mexicano tradicional, con una dinámica, un tipo de estructura y un manejo del humor que le imprimen tremenda vitalidad.

Al respecto comentó: «Me propuse lograr imágenes queridísimas para mí como la tierra, la sequedad o los cactus, pero reflejándolas con cierta ternura irónica. Además, jugué con el sentido tan particular de la muerte que se vive en mi país y el lenguaje más adecuado me pareció el absurdo».

«En México -agregó- es habitual que la cercanía de la muerte se exprese por una serie de elementos que, si se diseccionan de cierta forma son terriblemente trágicos, pero si se estructuran de manera diferente pasan a formar parte del absurdo y de la locura nacional».

A manera de síntesis de lo que siente por su tierra, sostuvo que «vivo en un país que es la antesala del infierno, enormemente estimulante pero tremendamente absurdo».

Al igual que en la mayoría de los largometrajes del hacedor de «Profundo carmesí» y «Principio y fin», en la película presentada en Chicago se apreció la fluida relación de Ripstein con la imagen en blanco y negro. «El color tuvo una enorme importancia en la historia del cine -reconoció- porque cambió una serie de elementos del lenguaje cinematográfico. Logró que las películas se parecieran más a la realidad, cambió las entonaciones de los actores, el sentido de la estructura y la narrativa».

Sin embargo, el director mexicano se apresuró en aclarar que, en su criterio, «la película en blanco y negro es más grande que la vida, más inaprehensible y, además, exige la imaginación del espectador para transformar lo que ve en sombras y claridades, en la realidad colorida que conoce». (Télam).


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