El circo lucha por seguir vivo en el siglo XXI

Los artistas circenses aseguran que es un mundo fascinante pero que no tienen el reconocimiento en el país, como ocurre con otras actividades artísticas.

SAN CARLOS DE BARILOCHE (AB).- Fabián Casanova nunca imaginó que ese verano su vida daría un giro extraordinario. Era tan sólo un niño de 13 años cuando descubrió el circo en el predio ubicado cerca de la vieja terminal de ómnibus de Neuquén capital. Quedó fascinado. Decidió que quería pertenecer a ese mundo tan particular.

Veintiún años después, sigue enamorado. “El circo me dio todo: estudio, una familia, trabajo”, explica Fabián, mientras se cambia en el vestuario, porque está por comenzar su próxima rutina. Sobre la pista se transforma. Allí, es Gustavo. Un payaso que tiene una sensibilidad especial para llegar al público.

Cuando recuerda la primera vez que vio un circo, en su rostro pintado de varios colores se dibuja una sonrisa. Cuenta que les vendía el diario a algunos artistas y empleados del “Circo de las Estrellas”. “Ahí me enganché. Quedé fascinado, quería irme con ellos”, rememora.

El relato de su historia tiene como telón de fondo gritos de decenas de chicos de escuelas primarias de la ciudad y la música que retumba en la enorme carpa del Cirque XXI, que llegó a finales de octubre pasado a esta ciudad. Anoche se desarrollaba la ultima función.

Fabián recuerda que con sólo 13 años habló con la persona que era el encargado del circo, quien decidió darle una oportunidad. Afirma que el hombre habló con su madre, quien autorizó que vaya de gira.

Fabián comenzó una nueva etapa en su vida. Descubrió que hacer reír al público era fascinante. Quería ser artista. Los primeros años no pudo acceder a la pista porque hizo otras tareas, pero fue practicando con esmero. Su chance tenía que llegar. Recuerda que la primera gira fue en Cutral Co y Zapala.

“Estaba nervioso porque actuaba además para ver si mis compañeros me aceptaban”, rememora. Y lo aceptaron. La integración al mundo del circo fue paulatina. “Lo del payaso salió solo”, explica. “Creo que todos somos un poco payasos”, sostiene. Comprendió que tenía que dedicarse por completo a la actividad. Pasó por varios circos a lo largo de 21 años de carrera. En ese recorrido conoció a su señora, quien era acróbata. “El circo me ha dado muchísimas alegrías”, afirma, mientras señala a uno de sus seis hijos, que juega detrás de la pista. Sus compañeros Mariano Muñoz y Martín Dresler lo escuchan a pocos metros, mientras se preparan para entrar a la pista.

Martín tiene 29 años y es un experto equilibrista sobre bicicletas. Afirma, con orgullo, que es la quinta generación de artistas circenses en su familia. Mariano Muñoz también viene de varias generaciones de artistas de circo. Es un acróbata excepcional.

“El mismo orgullo que tienen ellos, quiero sentirlo”, indica Fabián. Los tres coinciden que el artista de circo no es reconocido en el país. Aseguran que en otros países, cuando el circo se instala en alguna ciudad o un pueblo es todo un acontecimiento.

“Mucha gente piensa que algunas personas que hacen mímica arriba de un escenario, se ponen plumas de faisán o pasan por la televisión son artistas”, apunta Fabián. No está de acuerdo. Lamenta que, por ejemplo, acróbatas o malabaristas, que tienen años de entrenamiento no sean reconocidos de la misma manera.

Fabián sólo ruega que “ojalá el circo nunca muera. No me imagino haciendo otra cosa”, sostiene. Y vuelve a la pista. Todo tiene un ritmo vertiginoso. “Cómo voy a cambiar este trabajo”, asegura y sale corriendo porque la función está por finalizar. La música suena con más fuerza. Las luces se posan sobre todos los artistas que están sobre la pista y que se inclinan para agradecer al público. Los aplausos se repiten. Es el final. La despedida de Bariloche. En las próximas semanas habrá una nueva función en otro rincón del país. Así es el circo. Nunca se detiene.

“La función debe continuar” es una frase cliché pero define muy bien el estilo de vida y el espíritu de los artistas de circo.


SAN CARLOS DE BARILOCHE (AB).- Fabián Casanova nunca imaginó que ese verano su vida daría un giro extraordinario. Era tan sólo un niño de 13 años cuando descubrió el circo en el predio ubicado cerca de la vieja terminal de ómnibus de Neuquén capital. Quedó fascinado. Decidió que quería pertenecer a ese mundo tan particular.

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