el Colón, el arrabal y la villa

fines del siglo XIX comenzó el fenómeno de la urbanización acelerada en América Latina, y especialmente en Argentina. Este fenómeno se extendió a todo el siglo XX y aún continúa. Buenos Aires, San Pablo, Río de Janeiro, México tienen todas ellas más de diez millones de habitantes y se encuentran entre las ciudades más grandes del mundo. Junto con la exportación masiva de productos agrarios – cereales, aceites, lanas y carnes – se comienzan a constituir dos grandes clases sociales. Alrededor del puerto, las grandes compañías exportadoras e importadoras, las agencias marítimas, los talleres de reparaciones de barcos, las terminales ferroviarias, los frigoríficos y curtiembres, los bancos, y por supuesto la actividad estatal, tanto administrativa como de obras y servicios públicos, determina la aparición simultánea de dos clases sociales, por un lado la burguesía, formada por los propietarios y administradores de todas las empresas mencionadas y por otro lado los trabajadores, empleados o jornaleros de aquellos.

Esta población conforma el primer núcleo de población de Buenos Aires, la Capital propiamente dicha. Y este grupo crea y da vida a su propio mundo cultural. Su expresión musical será la música «culta» en el Colón o el tango en el arrabal. La arquitectura afrancesada de la avenida de Mayo o de las Diagonales, los grandes palacios del barrio Norte o las casas de ladrillos, con techos de chapas y bovedilla de ladrillo, con las habitaciones en fila y una galería lateral, generalmente con una sala de mayor tamaño adelante y las cocinas y baños al fondo, serían las distintas expresiones arquitectónicas. Alrededor de este núcleo, internándose ya en territorio de la provincia, hacia la década de 1940 se constituye el «primer cinturón» del Gran Buenos Aires. La instalación en esta zona de grandes centros industriales, durante la vigencia del modelo económico conocido hoy como «industrialización por sustitución de importaciones»; originado en la necesidad de producir localmente lo que no se podía importar como consecuencia de la 2º guerra mundial (1939 – 1946 ) ; será el impulso para la construcción de grandes barriadas obreras.

También se instalarán en este «cinturón», los propietarios de las pequeñas industrias, fabricantes o «façonniers» textiles, pequeños talleres metalúrgicos, fabricantes de herramientas o repuestos, y otros; junto con el comercio minorista y la industria de la construcción dan origen a la tan mentada «clase media Argentina». Con el impulso dado, entre los años «60 y «70 se constituye el «segundo cinturón del Gran Buenos Aires» sobre todo con el aporte de muchísimos inmigrantes desplazados de las provincias del interior o de países vecinos. Todos ellos traían su música, sus ideas arquitectónicas, su cultura. Esta se acompañaba musicalmente con el chamamé correntino, con el cuarteto cordobés o con la «autentica cumbia santiagueña». Después de los «70, se arma el tercer cinturón, ahora el mundo urbano será otro, donde los trabajadores o desocupados están totalmente segregados de los privilegiados, el de los «country clubs» o ciudades cerradas, con sus colegios privados, bilingües e informatizados, formando islas alrededor de las grandes autopistas, por un lado, y los grandes asentamientos o villas, núcleos de «ranchos» amontonados en tierras fiscales, marginales, sin servicios sanitarios, sin censos, sin policía ni control estatal alguno y muchas veces abandonados por la propia Iglesia Católica cuyos sacerdotes, escasos por la crisis de vocaciones que sufre, son destinados a parroquias más favorecidas. Todas estas gentes, por marginales y villeras que sean, viven y se reproducen, y no se quedan quietas. Buscan permanentemente las estrategias que les permitan sobrevivir en este mundo, algunos pueden medrar e incluso cambiar de clase, al encontrar nichos dentro de la economía capitalista que les permita crecer. En el Cuartel Noveno de Lomas de Zamora, en un solo e inmenso asentamiento, viven alrededor de trescientas mil personas, lo mismo se repite en muchos otros. Indudablemente, la energía desplegada por esta población será transformadora y también creadora de cultura. Tomarán la cultura que les llegue de las élites, pero la recrearan, la resignificarán y la usarán a su modo. Sus grandes maestros ya no serán los tradicionales, ni la escuela ni los libros. Sus maestros serán los que reciban a través de la radio y de la televisión. La imagen será la guía de pensamiento de quienes ya no usan la escritura para ello. Sus maestros serán sus ídolos, los artistas audiovisuales y los deportistas profesionales, a los que reciben cotidianamente en sus viviendas por medios electrónicos. Escritores, filósofos, profesionales universitarios, escultores, existen, ellos lo saben, pero lo que hacen está fuera de su mundo cultural. Los médicos proveen remedios u operan, y con ello curan, esto está claro. Pero los medios que utilizan son mágicos. No saben – ni les importa – cómo funcionan pero lo que sí saben es como formará su equipo de fútbol, que cantarán su ídolos, cómo son los pasos de baile que se usan y cuál es la ropa de moda. Sin embargo este mundo cultural no es pasivo, es activo. No sólo miran fútbol, lo juegan, no sólo escuchan música, la producen. Y cuando pueden hacerlo por dinero lo hacen, cuando un grupo musical les gusta trasciende la villa, el asentamiento, y vende su producto. También aparecen empresarios, incipientes, pequeños, que crecerán hasta transformarse en importantes productores de música o no, pero que representan a estos grupos. Y venden sus servicios, a las compañías grabadoras, a los productores de «shows» en vivo, a los clubes, a fiestas populares o a actos culturales de los municipios y/o de los partidos políticos. En este sentido, la «cumbia villera» no es ni nueva ni producto de intereses meramente discográficos. Es un producto auténtico de gente que vive y crea cultura, que tiene sus propios cánones estéticos, que elige, conscientemente, que CD va a comprar, qué radio va a escuchar, a qué lugar va a ir a bailar el sábado. Y que se identifica con los ídolos que aparecen en la televisión, puesto que ellos son quienes representan su identidad del otro lado de la pantalla, y a quienes puede ver en vivo el sábado en la bailanta.

Hacia fines de los setenta, la cumbia estaba reservada a los clubes, sociedades de fomento, círculos de residentes de provincias, de los barrios del Gran Buenos Aires. Posteriormente se fue mezclando con otros géneros traídos por los inmigrantes del interior, como el cuarteto y como el chamamé. Con la libertad creadora que trajo consigo la democracia de los ochenta, y con la aparición de medios alternativos como las FM barriales, la producción de CD local, los canales «de cable», y la fragmentación social, estos géneros o especies musicales se expandieron a través de éstos y aparecieron los grandes locales. El Elefante de Plaza Once, el Monumental de Merlo, Aeropuerto en San Justo, y tantos otros. Esta cultura, como todas, es dinámica, va cambiando, dentro del mismo género se producen distintas alternativas y variantes. Lo que quiero indicar es que la «cumbia villera», no es una aparición repentina, no es un producto casual ni aparece como consecuencia de un invento artificial de algún productor mediático más o menos iluminado sino que es el emergente cultural de una población de millones de personas que viven, trabajan, crean, sufren y mueren en los asentamientos.

Lic. Horacio Sampayo


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