El comodín

Dos sucesos de apariencia distinta, dicen, sin embargo, mucho de la administración pública, a la que le cuesta resolver lo obvio, lo previsible. Pero antes de hacer foco, conviene hacer un alto con otras consideraciones…

En las burocracias más o menos eficientes (quejas hay en todas partes), los mandos intermedios, las terceras líneas, asumen cantidad notable de decisiones. Las primeras y segundas líneas (de ministros para arriba) se dedican a diseñar, construir y ejecutar políticas junto con los cuerpos legislativos.

Estas primeras y segundas líneas dejan hacer a sus subordinados en variedad de asuntos, que se dan por asumidos; que son de la dinámica diaria y se ejecutan conforme reglas, pero también con cierta flexibilidad y sentido común. Si hay errores, hay que dar cuenta.

En el «primer mundo» también hay limitaciones presupuestarias (vale la pena leer cómo Mankell castiga al estado sueco -epítome del bienestar- en más de una novela, por ejemplo). Pero no usan la escasez como excusa para ocultar la simple desidia.

Bajo la supuesta «pobreza» del Estado en estas tierras, en más de una ocasión se mimetizan la falta de iniciativa, de compromiso, de interés. Y eso sin incorporar al análisis la eventual corrupción, que es capítulo aparte.

Otras veces ocurre que los que sí tienen iniciativa (son legiones), chocan de cara con dirigencias cortoplacistas y demagógicas, que viven anunciando cambios sin cambiar nada. Tampoco falta el caso de los que son despreciados por sus propios compañeros o pares, por hacer más de lo que «el convenio» dice.

Naturalmente, hay numerosos ejemplos del buen hacer. Pero debe admitirse que estas alarmantes combinaciones se producen con frecuencia en la administración pública, y operan como máquinas de impedir. Cuando eso ocurre se pierden los estímulos. Todo da igual y se repite…

Las pericias dirán si hubo intención en el incendio que el miércoles achicharró al archivo municipal. Pero aun cuando fuese así, no dirán que los humildes empleados venían advirtiendo desde hace años que ese subsuelo era inadecuado para albergar valiosos documentos.

Las pericias tampoco dirán que, desde hace cuando menos seis años, se avisaba de filtraciones y riesgos de cortocircuitos, por no mencionar el hacinamiento de cajas y personas.

¿En más de un lustro nunca hubo oportunidad y presupuesto para mejorar las cosas? ¿Es que siempre hay que esperar que, para mal o bien, el intendente de turno diga lo que hay que hacer, para ir y hacer?

El otro episodio se sucede en nuestras escuelas. Entre vacaciones de invierno y receso por la Gripe A, pasaron 30 días sin actividad en las aulas. ¿Cómo se justifica que al retorno de tal paréntesis haya habido escuelas sin elementos de limpieza, cuando se combate una enfermedad que -como otras- se ve favorecida por la mugre?

¿Cómo puede haber cargos de porteros (entre otras cosas, ellos mantienen a las escuelas limpias) aún sin designar desde el año pasado (en la Escuela 5 se jubilaron dos, el último en diciembre, y ambos puestos están vacantes. El CPAHO 12 y la EPA 10 también tienen históricos reclamos)?

¿Cómo puede ser que se cambie a porteros de escuelas sin avisar ni a los directivos (Jardín 43), vistiendo un santo para desvestir a otro? Despropósitos semejantes no pueden achacarse siempre a las estrecheces del presupuesto, cual comodín de las excusas.


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