El complicado viaje hacia la felicidad

En “El viaje a la felicidad. Nueve claves científicas”, el periodista español Eduardo Punset plantea que la extensión de la esperanza de vida le promete el hombre contemporáneo la clave, por primera vez, de la posibilidad de ser feliz, ese estado otrora reservado a los dioses o héroes mitológicos.

DEJÁ QUE TE MUERDAN

El libro, publicado por la casa Destino, se propone poner al alcance del lector no especializado los descubrimientos científicos que alteraron no sólo la antigua periodización etaria sino la singularidad de un concepto, el de felicidad, que hasta hace poco tiempo no contaba con índices de medición.

Nacido en Barcelona (España) en 1936, Punset es abogado y economista, fue ministro de Relaciones para las Comunidades Europeas y como presidente del Parlamento Europeo en Polonia, tuteló parte del proceso de transformación de los países del Este después de la caída del muro de Berlín.

Además, ejerció como periodista económico de la BBC y el diario The Economist, y como profesor de Ciencia, Tecnología y Sociedad en la Universidad Ramón Llull.

Publicó, entre otros libros, “La salida de la crisis”, “LA España impertinente”, “España, sociedad cerrada, sociedad abierta”, “Adaptarse a la marea” y “Cara a cara con la vida, la mente y el universo”: Actualmente, dirige en la televisión española “Redes”, un programa dedicado a la ciencia y su divulgación.

Punset sostiene que una combinación de factores culturales, religiosos, socioeconómicos y emocionales, cruzados con la técnica que fue evolucionando y ganando en saber, es una de las llaves de la felicidad humana.

“Hace poco más de un siglo, la esperanza de vida en Europa era de treinta años, como la de Sierra Leona en la actualidad: lo justo para aprender a sobrevivir, con suerte, y culminar el propósito evolutivo de reproducirse”, escribe.

El propósito evolutivo de reproducirse no era precisamente una de las vigas maestras de la teoría de Charles Darwin respecto de la evolución de las especies, pero Punset intenta ilustrar que “no había futuro ni, por lo tanto, la posibilidad de plantearse un objetivo tan insospechado como el de ser felices. Era una cuestión que se aparcaba para después de la muerte y dependía de los dioses”.

Sin embargo, gracias a la revolución científica se ha desatado un cambio, “la prolongación de la esperanza de vida en los países desarrollados, que ha generado más de 40 años redundantes”, agrega el especialista.

“Los últimos experimentos realizados en los laboratorios apuntan a una esperanza de vida de hasta 400 años (…) Con la excepción del preámbulo de la Constitución de los Estados Unidos, que establece el derecho de los ciudadanos a buscar su felicidad, no existe nada encaminado a este fin en la práctica del pensamiento científico heredado”.

Si en los primeros cuatro capítulos, Punset trata con los lugares comunes de la felicidad, los últimos cuatro los dedica a revisar las nuevas condiciones de producción (susceptibles) de retrasar el envejecimiento y no perder, del todo, la calidad de vida en esa maniobra.

“Si la felicidad es una tormenta de genes, cerebro y corazón ¿por qué los buscadores de la felicidad se lanzan a la carrera incesante tras señuelos externos como el dinero, el trabajo, la salud o la educación?”.

La pregunta no es retórica, porque “es esencial” -para el autor- “entender lo que los paleontólogos llaman la perspectiva geológica del tiempo”, que la mente humana no puede abarcar en su conjunto.

Pero lo que sí pueden asegurar científicos como Martin Seligman o Robert Sapolsky es que en las sociedades complejas que aumentan su bienestar económico, el llamado “índice de felicidad” no aumenta en la misma proporción.

¿Por qué razón? “Por la incapacidad relativa para reconstruir recuerdos y olvidar los acontecimientos adversos. Cuando se afirma que todo tiempo pasado fue mejor, se está manifestando que del pasado sólo se recuerdan los acontecimientos más felices”.

El escritor no afirma que haya que reactivar los infelices para completar el círculo, pero sugiere que es imposible construir un dispositivo para la felicidad “ignorando” las desdichas, porque las desdichas simplemente también ocurren.

No tan lejos de promover una reinvención de lo humano y lo social, en “El viaje…” se reconocen el carácter sanador del duelo, por ejemplo, y la necesidad de separar lo central de lo accesorio.

“El factor fundamental es canalizar hacia la vida cotidiana, la misma emoción que el científico G,H. Hardy encontraba en su profesión. La emoción multiplicará los demás factores en la fórmula; si es cero, nada de todo lo restante tendrá valor”, concluye Punset.

Télam


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