El control de los medios al servicio de los “bolivarianos”

En América Latina los líderes políticos llamados “bolivarianos” son ciertamente autoritarios. Pero tratan de disimularlo, como pueden. Porque, por sus consecuencias en el escenario internacional, no quieren estar ubicados donde en rigor les corresponde: o sea entre los regímenes que no son democráticos. En primer lugar lo hacen deformando las instituciones de la democracia, de modo que parezca que ellas efectivamente existen, aunque su funcionamiento real haya sido esencialmente distorsionado. Para esto recurren a la concentración del poder en manos del Ejecutivo, a la transformación de los Legislativos en meros sellos de goma, sumisos al poder, y a la cooptación de las autoridades electorales, así como del Poder Judicial, de modo que, sin independencia ni imparcialidad: 1) aseguren total impunidad al poder político y respondan a sus impulsos cada vez que se necesite –como ocurriera, por ejemplo, con los magistrados adictos de la Corte Suprema de Nicaragua y la reciente “neutralización” del artículo 147 de la Constitución de ese país para así permitir la reelección presidencial de Daniel Ortega, pese a la clara y expresa prohibición constitucional–; 2) además, disimulen –estirando sistemáticamente los juicios hasta que las causas e investigaciones prescriban por el mero paso del tiempo– la ola de corrupción extendida que caracteriza a esos regímenes. En segundo término lo hacen mediante el abusivo control de los medios de comunicación masiva, lo que se logra fundamentalmente a través de dos políticas: 1) la creación de enormes multimedios públicos, con medios “públicos” u “oficiales” y medios absolutamente “adictos” –como “Página 12”, en la Argentina–, a los que se mantiene con el dinero de todos y el uso perverso de la “publicidad oficial”; 2) la eliminación o debilitamiento de los medios independientes, a los que se persigue y demoniza de mil maneras. Ocurre que al influenciar decisivamente en la opinión pública no sólo disimulan las falencias de sus gobiernos sino que, en paralelo, generan un ruidoso aplauso constante por méritos imaginarios –como sucede con el aplauso permanente de los medios oficiales en la República Argentina, lo que es un buen ejemplo de todo esto–. En paralelo, esos medios “públicos” atacan a la oposición y la desgastan y desprestigian incesantemente. Con el dinero de todos, una vez más. Con esta perversa receta, Daniel Ortega ha conseguido que el reciente fraude electoral que lo “consagrara” presidente una vez más sea mucho más visible afuera de su país que dentro del mismo. Los medios oficialistas domésticos –que responden mansamente al poder– sólo hablan de su “contundente victoria”. El Partido Sandinista tiene a su disposición la televisora “Multinoticias” y maneja cual títere a “Radio Ya”. Los hijos de Ortega manejan, además, a los canales 8 –que se dice insistentemente es de propiedad de los Ortega, a través de la enorme empresa comercial, una verdadera “holding”, Albanisa SA– y 13, cuyas voces se unen, en “cadena” o no, a la del canal del Estado, el Canal 6 de Managua. Como si eso fuera poco, tienen sitios activos en internet que manejan con intensidad poco común. Desde ellos se repiten las demonizaciones y calumnias a los autores y periodistas que, no sin el necesario coraje, osan disentir con el discurso oficial y hacerlo público. Ortega está ahora en condiciones de reformar la Constitución que le incomoda. De asegurarse así la reelección eterna para él y Rosario Murillo. Pero no tiene ningún apuro. Lo hará cuando le sea conveniente, en el momento oportuno. Ya tiene todos los resortes del poder en sus manos. En su esfuerzo por digitar y disimular, Ortega no se ha apoderado aún de la prensa escrita. En primer lugar, porque destruir medios que forman parte de la historia y de la tradición de su país –como “La Prensa” de Managua, de la familia Chamorro– generaría reacciones críticas inmediatas en el exterior. Adversas, por supuesto. En segundo término, porque los nicaragüenses de menores ingresos prefieren escuchar radio o ver televisión. Particularmente aquellos de escaso nivel de alfabetismo. Y no leen diarios. No obstante, la esposa de Ortega intentó –no hace mucho– comprar el paquete accionario de control de “El Nuevo Diario”, luego de asfixiarlo al quitarle la publicidad oficial que conformaba la cuarta parte de sus ingresos. Pero –inesperadamente– un competidor le “robó la dama” a último momento. Estas cosas deben conocerse para entender mejor lo que sucede hoy en la región, donde miles de almas viven influenciadas por un mismo monólogo: el oficial, exponencialmente amplificado por multimedios que el Estado usa a la manera de cautivos. A lo que se acompaña con un ataque constante y sofocante –con todos los recursos del Esta-do a su servicio– contra los medios independientes y libres, de verdad. Y con la destrucción de la imagen de la oposición a la que se ridiculiza y ataca sin descanso. Como si siempre gobernar supusiera estar en permanente “campaña”. (*) Ex embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas

Emilio J. Cárdenas (*)


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