El delito: todos somos culpables

Por Carlos Soria (*) (Especial para "Río Negro")

Haber sido ministro de Justicia y Seguridad de la provincia de Buenos Aires, aunque por un corto período de tres meses, me dio la oportunidad de conocer más sobre el problema del aumento del delito y la violencia. Como suele sucederle a cual- quier dirigente político, una cosa es la teoría del problema, o el diagnóstico sobre la cuestión, y otra cosa muy distinta es «enfrentar el problema real y encontrarle la solución».

Una cosa es lo que yo pensaba del delito y la violencia siendo diputado nacional, y otra muy diferente es lo que vi y la experiencia que acumulé enfrentando la situación diariamente en los noventa días más calientes del tema de la seguridad, me refiero al período que va desde la masacre de Ramallo hasta el final de la campaña presidencial del 24 de octubre.

Vi durante ese período dos enfoques totalmente diferentes de cómo enfrentar el aumento del delito: los dirigentes de la «derecha», reclaman endurecimiento de las penas, tolerancia cero, mano dura. Por supuesto que en plena campaña electoral todo ese discurso tenía como objetivo conseguir votos de una sociedad profundamente angustiada, yo diría asustada por las cosas que diariamente sucedían. Lo único que les preocupaba a algunos dirigentes no era bajar los índices delictivos, en realidad estaban más preocupados por la oportunidad política y la cantidad de votos que se podían obtener con esta propuesta.

Por el otro lado estaban los que desde la «izquierda» echaban la culpa del aumento del delito a las condiciones socioeconómicas y, bueno es reconocerlo, algo de razón tienen, aunque de tanto machacarlo quedaban muy despegados de la realidad.

Lo cierto es que el problema es muy grave y no se puede analizar desde los extremos ideológicos, porque el debate se anula y termina por confundir y desprestigiar todas las iniciativas.

A mi criterio, hay una sola forma de enfrentar el delito: aplicando la ley.

El que llegó hasta aquí con la lectura, seguramente imaginaba algo más contundente, quizás algo más novedoso; lo lamento.

Aplicar la ley es algo muy fuerte, muy rápido, y como ha sucedido en otros países, los resultados serán espectaculares.

Claro que aplicar la ley implica también reconocer que el Poder Judicial está colapsado, es decir que por dificultades edilicias, de personal, o remunerativas, no puede cumplir rápidamente con la tarea de impartir justicia. Aplicar la ley implica también saber de antemano en qué lugar se van a alojar los nuevos presos; la respuesta sería en las nuevas cárceles, pero ¿en cuales? También saber de antemano qué se hace con los menores, en cuan-to a la legislación aplicable y a los institutos de internación.

Como se ve, lo que parecía una respuesta simple, no es tan simple.

Porque además, para prevenir el delito se necesita una fuerza policial preparada, equipada y bien remunerada. No se puede mandar a la calle a policías con armamento viejo, sin chalecos antibalas y con sueldos miserables. Una Policía que no tiene presupuesto no puede hacer cursos de reen- trenamiento, y se han detectado muchísimos casos de policías que la última vez que tiraron un tiro antes de enfrentarse con un delincuente, fue en la academia de policía o en el liceo.

Si profundizamos el debate, deberíamos señalar también que la exclusión social, las drogas y el aumento del alcoholismo son causas multiplicadoras del delito y la violencia, pero la pregunta es: mientras se desarrolla el gran debate entre la «izquierda romántica» y la «derecha simplista», mientras debatimos si los liberales con su teoría de mercado pueden introducir correcciones en estas desgracias, si somos capaces de reactivar la economía, mientras conseguimos presupuestos adecuados para pagar mejores salarios, construir cárceles, entrenar a los policías, mientras se hacen todas estas cosas, ahora, ¿qué podemos hacer ahora?

Aplicar la ley, que es mucha, que contempla todas las situaciones y que va a crear una gran sensación positiva.

Porque lo que no dije hasta ahora es que, además de la sensación alarmante de inseguridad que crean el aumento del delito y la violencia, la gente piensa con todo derecho y con pruebas, que en la Argentina no se condena a nadie.

La gente piensa que se puede delinquir alegremente y en cualquier nivel, porque la Justicia es lenta, cobarde o corrupta; los escándalos que suceden a diario le dan la razón. Aplicar la ley nos dará la sensación de que todo delito, pequeño o grande, recibirá una sanción. De esa forma se desalienta a quienes tienen vocación por el delito, se expande la sensación térmica de que algo puede cambiar en estos tiempos y fundamentalmente, alejamos el fantasma de la impunidad que intoxica a toda la Argentina.

Repito y termino, mientras debatimos sobre todas las causas, hagamos algo, lo que podemos, lo que tenemos a mano: apliquemos la ley. Si no somos capaces, hagamos un gran coro y todos juntos sigamos cantando el tango «Cambalache».

(*) Diputado nacional


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