El deporte une a los pueblos y consolida la paz

Por Adolf Ogi (*)

Durante dos semanas, comenzando el viernes pasado, nuestros ojos estarán clavados en Atenas, donde los mejores atletas del mundo nos deslumbrarán con sus proezas en el terreno deportivo y su resistencia, en la cuna de los antiguos Juegos Olímpicos. Estos modernos juegos contarán con una mayor cantidad de atletas compitiendo, provenientes de más países que hasta ahora. Maravillándonos ante los dones físicos de los atletas y los años de trabajo agotador y determinación que esto representa, más allá de las muestras comprensibles de orgullo nacional, en este accionar conjunto sin precedentes vemos al deporte como un medio para trascender las fronteras y promover el diálogo entre los pueblos.

Más allá de que nosotros, meros mortales, nos maravillemos ante las hazañas de las olimpíadas durante los próximos quince días, sería bueno que recordáramos que el deporte es mucho más que un entretenimiento emocionante y que posee la capacidad de generar buena voluntad y obviar cualquier defecto o imperfección sin tener en cuenta nacionalidad, raza, religión, etnia o clase social. En una era en la que los nombres más importantes pueden ganar más en un día que lo que algunos consiguen obtener a lo largo de una vida, el valor real del deporte radica en su poder de hacer una mejora práctica diaria en las vidas de millones de gente.

El deporte estimula la buena salud, obviamente; tanto es a sí, que sus otras virtudes han sido a menudo perdidas de vista. El deporte promueve la educación, brinda empleos, sostiene el desarrollo económico, combate la intolerancia, ataca el abuso de drogas, reduce el delito y ayuda a avanzar en la causa de la paz. Enseña el trabajo en equipo y el liderazgo, la necesidad de perder con dignidad, la naturaleza efímera de la victoria y la importancia de la disciplina y el trabajo duro.

El fútbol ha sido apodado el deporte del mundo y es líder en la búsqueda de esquemas innovadores para mejorar la vida de los pueblos. En Guinea, por ejemplo, donde menos de tres de cada diez estudiantes secundarios son niñas, una liga nacional femenina ha sido establecida para brindar a las jóvenes un fuerte incentivo para permanecer en las escuelas. Más de 50 equipos están compitiendo y las finales serán televisadas en vivo en octubre.

En Somalia, una tierra a menudo descripta como un Estado fallido, cuatro adolescentes varones han recientemente retornado de una estadía de dos semanas en un campo de entrenamiento en España, con el Real Madrid, uno de los clubes de

portivos más importantes. Ellos fueron seleccionados de entre cientos de concursantes para participar en el campo, donde desarrollaron sus habilidades y conocieron contrincantes de otros países en paz.

Hoy, en Port-au-Prince, el equipo nacional brasileño, los ganadores de la Copa Mundial de Fútbol 2002, enfrentarán a Haití en un partido amistoso conocido como «el juego de la paz». Para conseguir localidades, los seguidores serán invitados a intercambiarlas por sus armas, un pequeño paso para un país acosado por la violencia.

Y no es sólo en el fútbol donde las ventajas cuantificables son observadas. En India, donde el críquet es una obsesión nacional, los jugadores principales han usado su condición para tomar parte en comerciales de televisión y eventos públicos con el fin de publicitar una cruzada de los funcionarios de la salud para erradicar la polio. En Ruanda, la prevención del VIH/sida y la educación para la paz están siendo impartidas a través del deporte, para los huérfanos y otros niños vulnerables.

La ONU reconoce que para aprovechar el potencial enorme del deporte como una herramienta para el desarrollo, es esencial trabajar con los gobiernos, el sector privado, las organizaciones deportivas y todo aquel que cuente con los medios y la voluntad para ponerlos en juego. En el 2001, el secretario general Kofi Annan creó el puesto de «representante especial» para ayudar a construir dichos enlaces. Y las Naciones Unidas han designado al año 2005 como el Año Internacional del Deporte y la Educación Física, para llevar a los hogares el más amplio mensaje de que el deporte puede ser usado como un catalizador para construir paz y desarrollo.

El año pasado, en la ciudad suiza de Magglingen, cientos de delegados de los gobiernos, organizaciones deportivas, agencias de la ONU y demás firmaron una declaración aceptando al deporte como un derecho humano y como el campo ideal de aprendizaje para las habilidades más importantes de la vida.

El compromiso de la ONU hacia esos principios tomará el centro de la escena el sábado, cuando muchos funcionarios de alto rango asistirán a una mesa redonda de discusión junto con jefes de Estado, ministros de gobierno y expertos, en Atenas, organizada por la agencia de asistencia humanitaria Right to Play. La reunión en Atenas tiene dos desafíos: el uso del deporte para enseñar la prevención frente al sida y el uso del deporte para promover la paz y crear el puente para superar las divisiones culturales y sociales. Pueden Uds. ver esta última meta puesta en marcha durante los próximos días: los equipos de todo el mundo, rivales entre sí, han sido invitados una vez más a participar de la tregua olímpica, una tradición que data de los antiguos Juegos de Olympia.

Vi con mis propios ojos, en un reciente viaje a Israel y a los territorios palestinos, a niños de ambas partes del conflicto jugar juntos en equipos de fútbol y básquet. Alí se la pasaba a Aaron, y Raquel gambeteaba a Fatimah; ninguno encontró eso anormal.

Un evento deportivo nunca pondrá fin a una guerra o traerá la paz por sí mismo. Pero en sus alegrías y triunfos, sus penas y sus derrotas, sus inesperados personajes y anécdotas, es prácticamente un método sin rival para conducirnos hacia el primer paso de un largo sendero, demostrando que en nuestra búsqueda del mejoramiento de la humanidad, es más lo que nos une que lo que nos separa.

 

(*) Representante especial del secretario general de las Naciones Unidas sobre Deporte para el Desarrollo y la Paz.


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