El deporte ya no es salud, el deporte también mata

«El doping te podrá ayudar en el deporte, pero te mata en la vida». La frase fue pronunciada a este cronista por el tenista italiano Filippo Volandri poco después de su victoria ante Guillermo Cañas, por el torneo ATP de Buenos Aires.

Pocas veces sonó tan cierta. El sábado apareció muerto en una habitación de hotel el ciclista Marco Pantani, de 34 años, ídolo absoluto de los italianos desde que en 1999 ganó el Giro de Italia y el Tour de Francia, hasta que un control antidoping inició su ocaso, contaminado por cocaína y antidepresivos.

Y el lunes pasado se anunció también en Italia el fallecimiento del ex jugador del Torino Lauro Minghelli, de 31 años, futbolista número 16 de entre 30 y 45 años de edad que fallece en los últimos años por una misma enfermedad, el Mal de Gehring, debida posiblemente al uso de doping, según lo investiga un juez de Turín.

A la lista habría que agregar las decenas de ciclistas fallecidos por consumo especialmente de EPO y las de los jugadores de football americano que también murieron por uso de efedrina, sólo 22 el año pasado, sin contar la lista de atletas, encabezada por la ilustre Florence Griffith, heroína de Seúl 88, muerta a los 38 años por un ataque coronario.

Ya no se trata entonces de que la prensa occidental siga recogiendo las viejas historias del doping planificado de la ex Alemania del Este, que mataba, según algunas crónicas, una veintena de atletas por año, además de provocar daños físicos irreparables con sus experimentos hormonales.

Se trata ahora de que Occidente se haga cargo de su presente. Si no es su deporte, sometido a las leyes de la jungla, deberían ser entonces sus gobiernos, ahora preocupados porque las señales que trasmiten muchos ídolos deportivos distan cada vez más de aquel ideal de perfección siempre proclamado.

Hasta el tenis, que siempre pareció estar fuera de toda sospecha, vivirá en estos días una nueva polémica cuando se anuncie la casi segura suspensión del británico Greg Rusedski, por su doping de nandrolona, el mismo que, según afirma, resultó en al menos otros 47 compañeros suyos, aunque sólo él haya sido denunciado.

La Asociación de Tensitas Profesionales (ATP) quedó bajo fuego al adjudicarse la responsabilidad de que muchos de sus jugadores hayan utilizado suplementos contaminados que fueron aconsejados por sus propios fisioterapeutas. El argumento suena inconsistente para muchos y parece responder más a las necesidades del curioso doble rol de patrón y a la vez sindicato que tiene la ATP con sus jugadores, los mismos que hace un tiempo amenazaban con formar una liga paralela.

El tenis argentino, lejos de iniciar una autocrítica, no hace más que indignarse cuando desde el exterior se advierte que cuatro de los doce casos oficiales de doping registrados en el tenis corresponden a jugadores propios: Juan Chela en 2000, Guillermo Coria en 2001, Martín Rodríguez en 2002 y Mariano Puerta en 2003.

Cada caso, es cierto, podrá tener su explicación. Pero jamás un deportista asume responsabilidad en casos de doping. Si hasta hubo un atleta alemán, Dieter Baumann, que denunció un sabotaje en su dentífrico. Pero la historia enseña que la basura no queda realmente escondida debajo de la alfombra. Las últimas noticias lo confirman. El deporte no sólo ya no es salud. El deporte también mata.

 

             Ezequiel Fernández Moores

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