El desafío de ser Latinoamérica
Por Lorenzo A. Waldemar García (*)
Me impresionó la nota de opinión de Mario Teijeiro («Río Negro», 28/11/02) titulada «Condenados a Latinoamérica», por cuanto pese a reivindicar su condición de nieto de inmigrantes, sataniza la inmigración y deplora la decisión del Mercosur que «aprobó el libre tránsito y residencia para todos los habitantes, con los mismos derechos civiles que los ciudadanos nativos».
No es mi intención cansar al lector con la enumeración de tratados internacionales de derechos humanos ratificados por la Argentina, que en consonancia con el Preámbulo de nuestra Constitución y el art. 16 de la misma garantiza la igualdad ante la ley para todos los habitantes de este generoso suelo. El discurso que atribuye a los inmigrantes «no europeos como nuestros abuelos», la caída de los salarios, el aumento de la delincuencia y la frustración de nuestra ilusión primermundista, parece más propio de la derecha europea que de un ciudadano de un país que, devastado por la depredación financiera, ya no resulta atractivo como opción migratoria y, antes bien, expulsa a través de Ezeiza a la flor y nata de su juventud.
La baja de los niveles salariales no es reprochable a los inmigrantes, sino a la sumisión de los mismos en la ilegalidad. Las mafias y los explotadores se aprovechan de la situación irregular, que es precisamente lo que quiere evitar la encomiable resolución del Mercosur.
Llegó a mis manos un análisis de Silvia Facal Santiago, doctora en Historia Contemporánea y de América por la Universidad de Santiago de Compostela y máster en Inmigración por la Universidad Pontificia Comillas de Madrid (España), que estimo útil transcribir por el claro paralelismo inverso que presentan los procesos migratorios en la madre patria y en el nuestro.
Dice la autora: «España, tradicional país de emigración, se ha convertido tan sólo en los últimos años en un receptor de inmigrantes. Pero, ¿a qué se debe esta inversión de los papeles? Tras el «descubrimiento» de América, los españoles comenzaron a asentarse en las tierras americanas por ellos conquistadas hasta las «revoluciones libertadoras».
«Una vez lograda la independencia de estas tierras, disminuye la llegada de españoles hasta que, nuevamente y a fines del siglo XIX optan por volver como inmigrantes, junto con los italianos y en menor medida los franceses y los alemanes, en procura de una oportunidad para mejorar sus vidas, cosa que el Viejo Mundo les negaba ya fuera por las guerras o por la penosa situación económica que allí se vivía».
«De esta manera, entre 1850 y 1950, cinco millones de españoles emigraron a América. Aún hoy viven en la Argentina, Venezuela y Uruguay más españoles, que la suma de todos los latinoamericanos en España. Pero en la década de los sesenta se produjo un cambio en el flujo migratorio español: ahora los españoles optan por emigrar a los países ricos de la Europa del norte ya que América dejó de ser para ellos una tierra de oportunidades. Por esos años se trasladó el 2,5% de la población española (APARICIO 2002) a países como Alemania, Inglaterra o Francia. En los años setenta la tasa descendió a un 1,3% y en los ochenta hasta el 0,3% (Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales. Anuario de Migraciones: 1996). Fue sólo a partir de la década de los noventa cuando el saldo migratorio de la población española comenzó a arrojar cifras altas de carácter negativo, es decir, que retornan más españoles que los que emigran. Ello se debe a dos factores: uno es el final del «boom» económico de los países ricos del norte de Europa que los llevó a poner en práctica medidas restrictivas para los trabajadores extranjeros, y el otro fue el desarrollo que empezó a tener la economía española gracias a las ayudas económicas que comenzó a recibir de la entonces «Comunidad Económica Europea» tras su entrada a la misma en el año 1986″.
«A pesar de que España comienza a vivir un repunte económico recién a mediados de los años ochenta, los extranjeros fueron llegando para radicarse en este país mucho antes. En la década de los setenta, coincidiendo justamente con el descenso de la emigración de españoles hacia el exterior, empezó a aumentar considerablemente el número de extranjeros, ya fueran inmigrantes o exiliados, que se iban radicando en España. Pero recién en los noventa las cifras de residentes extranjeros en situación legal en España comenzaron a ser significativas. Es así como en 1970 había 148.400 extranjeros viviendo en España y en el 2001 esa cifra se elevó a 1.109.060 (IZQUIERDO: 1992 y OIP: 2001). Aunque la cifra parece muy alta, si la comparamos con la población total de España, unos cuarenta millones de personas, los extranjeros que residen legalmente en el país no alcanzan ni al 5%. Pero a pesar de ello, los españoles, gracias a los medios de comunicación y a algunas ONG»s, se sienten invadidos por los inmigrantes y llegan incluso a estar saturados por ello. Además las autoridades de la Unión Europea temen que España pueda ser la puerta de entrada mal vigilada para todos aquellos inmigrantes que quieran llegar a otros destinos del norte y del oeste de Europa. Y por si ello fuera poco, en los últimos años también se ha incrementado el número de inmigrantes extra-europeos que han optado por radicarse en España, amenazando con superar la inmigración procedente de los países industrializados y los del Este de Europa».
«¿Por qué se elige España? Hoy decíamos que España, gracias a su entrada en la Comunidad Económica Europea comenzó a ver mejorar su situación económica notablemente. Junto con ello, la llegada de las grandes remesas de dinero que enviaban los españoles que habían emigrado a Alemania, Suiza o Gran Bretaña y su posterior inversión en el país ayudaron también al crecimiento de la economía española».
«Muchos inmigrantes viven hacinados en apartamentos en malas condiciones, muchas veces sin luz o agua, para poder ahorrar un poco de dinero para enviarlo a sus familias en sus países de origen. Esta es la realidad que les toca vivir a muchos que llegaron a este seudo paraíso. Por eso, ese imaginario colectivo existente en muchos países africanos y latinoamericanos de que en España se hacen realidad todas esas expectativas de lograr una vida más digna, no se corresponde ciertamente con la realidad. En este país la vida del inmigrante es dura como lo fue en su día la de aquellos españoles o italianos que decidieron abandonar su patria buscando la tierra prometida. La diferencia es que la tierra prometida española de hoy no es similar a la que los inmigrantes europeos de ayer se encontraron».
Es cierto que a nuestros abuelos no les regalaron nada.Vinieron a trabajar y a procurarse un porvenir para sí y para sus hijos, y se esforzaron por lograrlo. Pero no fueron discriminados ni tenidos por inferiores. Por eso se integraron a este suelo generoso, y por eso estamos aquí nosotros -sus nietos, para quienes ser latinoamericanos (o «sudacas») no debe representar una condena, sino un desafío.
Si para algo debe servirnos el ejemplo europeo, es para valorar que países que hasta ayer estuvieron enfrentados en sendas guerras mundiales, que conocieron el horror, la miseria y la desesperanza que los impulsaba al exilio, hoy se han unido pese a sus diferentes estadios de desarrollo, manteniendo sus culturas nacionales y han logrado la prosperidad que los transformó de expelentes en receptores de inmigración.
Sin resignar de nuestra idiosincrasia, de nuestra historia ni de nuestra cultura, la salida adecuada para esta coyuntura a que nos llevó la aceptación irreflexiva de teorías forjadas en el Primer Mundo (Chicago, MIT), es a través de la unión solidaria con los países hermanos del Mercosur, de la mano del Brasil, que produce el 40% del PBI latinoamericano y se ubica entre las 10 primeras economías del mundo.
Nuestras ínfulas absurdas de «europeos exilados», ni el renegar de las culturas autóctonas, nos abrirá las puertas del Primer Mundo. La fraternidad, la solidaridad y el respeto mutuo entre todos los países del Cono Sur, sin menosprecios ni estigmatizaciones, será la vía de ingreso a la prosperidad. Ese es el desafío de ser Latinoamérica.
(*) Vocal de cámara de la Justicia neuquina
Me impresionó la nota de opinión de Mario Teijeiro ("Río Negro", 28/11/02) titulada "Condenados a Latinoamérica", por cuanto pese a reivindicar su condición de nieto de inmigrantes, sataniza la inmigración y deplora la decisión del Mercosur que "aprobó el libre tránsito y residencia para todos los habitantes, con los mismos derechos civiles que los ciudadanos nativos".
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