El destino puede cambiar
Los cuentos de hadas no son sólo para los niños. Soñar que todo puede ser mejor y que alguien, uno mismo, o el azar, pueden cambiar el destino ayuda a seguir adelante. Esa es la idea de «Amelie», y es lo que ha hecho que el filme, más allá de su excelente factura técnica, haya conectado tan bien con el público en todo el mundo, dejando atrás el rechazo que obtuvo en el Festival de Cannes, donde los seleccionadores lo desecharon por «poco interesante».
La esperanza sobrevuela, como lo hace mucha veces la cámara sobre París, en toda la película. Esperanza que resplandece en el rostro Amelie, su protagonista, interpretada por Audrey Tautou, quien con sus enormes ojos negros juega a cambiar la vida de los que la rodean.
Amelie es una muchacha de 22 años que creó su propio mundo de fantasía para escapar de una infancia infeliz, con un padre nada afectivo y una madre neurótica. Ya mayor de edad busca su propia vida trabajando como camarera en un bar de Montmartre. Se mantiene alejada de los demás, inmersa en su soledad y disfrutando de placeres simples, siempre como espectadora.
El día que muere lady Di todo cambia para ella cuando encuentra una caja escondida por un niño en su departamento en los años cincuenta. Lograr que su dueño se reencuentre con esos objetos del pasado pasa a ser una obsesión para ella. Cuando lo consigue y constata que puede mejorar la vida de otra persona se lanza en la cruzada de hacer felices a los que la rodean, como si fuera el hada madrina de la Cenicienta o realizando pequeñas venganzas justicieras al estilo del Zorro.
Hasta que es ella la que se enamora de un joven excéntrico que trabaja en el tren fantasma y en un sex-shop y se dedica a recolectar en las casetas callejeras las fotografías descartadas por sus dueños. Amelie arma un un rompecabezas, dejando pistas y escondiéndose hasta conseguir su amor.
Quien logró que esta historia fuera creíble es Jean Pierre Jeunet, alejado del pesimismo de los primeros filmes que realizó junto a Marc Caro, pero cerca de la visión renovadora con la que conmovieron en su momento con «Delicatessen» y «La ciudad de los niños perdidos».
Desde el comienzo, donde una voz en off formal contrasta con las imágenes disparatadas e irónicas para introducir la historia de Amelie, Jeunet utiliza la tecnología como un shock visual y emotivo, donde los filtros verdosos y sepias muestran una París luminosa y las imágenes del televisor remiten a décadas pasadas.
Todos los personajes que rodean a Amelie están sólo esbozados, mas esto no les quita riqueza, sino que los pone en el justo lugar que deben ocupar para crear un micromundo especial.
Silvina Fernández
sfernandez@rionegro.com.ar
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