El dilema de Aristóteles

Afirmaba Aristóteles que «era amigo de Platón pero más amigo de la verdad». De esta manera resolvía un dilema que en la vida deben afrontar en ocasiones los seres humanos. La amistad genera un sentimiento natural de afecto con los amigos y a veces resulta muy duro enfrentarlos con la verdad. En política, si decimos la verdad a nuestros amigos o aliados, corremos el riesgo de ser considerados desleales o inclusive «traidores».

La pertenencia a un partido político genera sentimientos indudables de solidaridad, afecto y simpatía por los correligionarios o compañeros de ruta. Las personas se ven envueltas en un clima de «cruzada» y en ocasiones renuncian a una interpretación objetiva y razonable de la realidad política. Han tomado «partido» y junto con esa decisión han abandonado el análisis imparcial de la realidad y en ocasiones suspendido también parte de sus escrúpulos morales.

Naturalmente, no todas las personas están dispuestas a aguantar desviaciones pronunciadas de sus parámetros políticos y morales, y su deseo de poner fin a una relación de lealtad partidaria para enfrentar la «verdad» culmina a veces en una ruptura existencial con el pasado. Otros, en cambio, prefieren acomodarse a una realidad en lenta transformación e imperceptiblemente terminan abrevando en aguas que no hubieran imaginado.

Cuando muchos jóvenes peronistas que habían permanecido «leales» a un Perón proscripto, que recientemente había regresado del exilio, debieron contemplar azorados la expulsión del «tío» Cámpora del gobierno, el encumbramiento de López Rega y luego la designación de Isabel de Perón como candidata a la vicepresidencia, se sintieron profundamente defraudados. Expresaron espontáneamente, con silbidos en la Plaza de Mayo, su frontal desacuerdo con una decisión que la historia demostró luego que era profundamente equivocada. En aquella ocasión no fueron «expulsados» de la Plaza, como afirman algunas hagiografías interesadas -tarea materialmente imposible- sino que se marcharon voluntariamente como expresión de una profunda ruptura política y sentimental.

Aquella anécdota retoma actualidad, porque ahora una versión más desprolija de aquel liderazgo convoca a los descendientes de aquellas generaciones juveniles a apretar filas alrededor de la figura del gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, convertido en insólito salvador del «modelo». No entra en nuestros propósitos establecer comparaciones injustas entre Isabel de Perón y el gobernador Scioli. Pero muchos de los que vivieron intensamente la jornada del 1º de mayo de 1974 percibirán que la decisión implícita de convertir a Scioli en el salvador «progresista» del kirchnerismo tiene aires de «déjà-vu».

La decisión de incorporar en las listas de las elecciones del 28 de junio a candidatos meramente «testimoniales» responde a razones políticas apoyadas en sondeos coyunturales. Nada asegura que a la larga el remedio resultará peor que la enfermedad, pero lo que se puede afirmar ahora mismo es el efecto tremendamente perturbador para el correcto funcionamiento de las instituciones republicanas. Sorprende la inagotable habilidad de la clase política argentina para alejarse cada vez más de la demanda de calidad institucional que reclama la opinión pública.

La actividad política tiene, según una definición clásica, dos vertientes muy diferentes entre sí. En la lucha por acceder al poder, la etapa «agonal» de la política, se utilizan los modos y procedimientos más dispares para conquistar el objetivo deseado. Pero una vez en el poder, se supone que se inicia la etapa «arquitectónica» de la política, dirigida a la gestión de los bienes públicos y la satisfacción de las necesidades de los ciudadanos. Es cierto que la demostrada capacidad para la trenza y el mercadeo político no acredita luego habilidades para la gestión pública. Pero al menos eso es lo que esperan los ciudadanos de los políticos.

En la Argentina, a diferencia del resto de la mayoría de los países del mundo (con la excepción tal vez de Venezuela), el período agonal de la política nunca acaba. El hábito incorporado en nuestro sistema presidencialista de utilizar la inauguración de las obras públicas como modo de realizar una campaña política permanente, arrastra a una multitud de funcionarios, intendentes y gobernadores que desatienden así sus obligaciones de gobierno. La propuesta de que esos gobernadores e intendentes se sumen ahora de lleno a la campaña política, colocándose ahora al frente de las listas, es una profundización en el uso de esas prácticas tan negativas.

En los países de nuestro entorno, como Brasil, Chile y Uruguay, la diferencia entre el período agonal y el arquitectónico de la política se ha podido preservar. De esta manera la clase política cumple, con mayor o menor éxito, su labor creativa y esos Estados toman cada vez mayores ventajas sobre la Argentina. Aquí, por el contrario, como queriendo retroceder a aquellos tiempos reflejados en la letra ácida de los tangos de Discépolo, pareciera que insistimos en vivir «revolcados en un merengue y en el mismo lodo, todos manoseados».

 

ALEARDO F. LARÍA (*)

Especial para «Río Negro»

(*) Abogado y periodista

ALEARDO F. LARÍA


Afirmaba Aristóteles que "era amigo de Platón pero más amigo de la verdad". De esta manera resolvía un dilema que en la vida deben afrontar en ocasiones los seres humanos. La amistad genera un sentimiento natural de afecto con los amigos y a veces resulta muy duro enfrentarlos con la verdad. En política, si decimos la verdad a nuestros amigos o aliados, corremos el riesgo de ser considerados desleales o inclusive "traidores".

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