El dilema demócrata: cómo reconquistar a los “deplorables”
El fin del “clintonismo” implica una fuerte renovación de los cuadros partidarios y una reconexión con los sectores vulnerables. La esperanza: el voto joven.
El martes a la medianoche, cuando en Estados Unidos muchos se restregaban los ojos por el sueño y la incredulidad, el experto en elecciones de la CNN jugaba eléctricamente con sus mapas digitales. Pulsaba el botón de 2012 y todo era azul demócrata. Pero en los mismos estados, tocaba 2016, y todo se convertía en rojo republicano. Conclusión: los mismos que habían reelegido a Barack Obama ahora preferían a Donald J. Trump.
Pasada la hecatombe, el Partido Demócrata salió a la caza de responsables y respuestas.
La primera víctima fue un apellido: los Clinton. Bill conquistó la presidencia en 1992 como un “nuevo demócrata” que corrió el partido hacia el centro, lejos de la izquierda, para mostrarse “serio” después del reaganismo. El boom económico de la primera globalización lo convirtió en todo un ganador.
En 2008, parecía el momento de Hillary. Pero apareció Obama, por entonces también “el cambio”. El aparato demócrata soportó después la reelección en 2012, pero volvió a la carga con más Clinton. Un asesor demócrata le confesó en estos días al New York Times: “No estoy feliz de haber perdido, pero sí liberado. Si ganaba Hillary, ya estaríamos hablando de la candidatura de Chelsea”, la hija del matrimonio.
Hillary recibió mucho apoyo y dinero. Pero su relación con Wall Street y ser parte del “establishment” le jugó en contra ante una ancha parte del electorado que insistía en declararse perdedora de una sociedad económicamente más desigual que nunca.
Obama salió de la crisis, le dio cobertura de salud a 20 millones de personas, bajó el desempleo de 4,9% y logró otros avances sociales. Pero bajo su administración, los demócratas perdieron 14 gobernaciones y entregaron el Congreso (11 senadores y 60 congresistas menos). Algo pasaba allí “abajo”. Pero como confesó luego Paul Krugman, un referente de los demócratas: “Evidentemente, no conocemos bien este país”.
Los latinos votaron más que nunca antes, y casi 80% por Hillary, como los afroamericanos y los de origen asiático. Pero esta vez los blancos, el 70% del padrón, les huyó masivamente. De un lado, como era de esperar, los conservadores tradicionales. Pero con ellos apareció una gran parte de la White Working Class (WWC, trabajadores blancos). Trump los movilizó primero en las primarias y después los sumó a la coalición que le dio el triunfo.
Esos “de abajo”, desde los tiempos de Franklin D. Roosevelt (1933-45) y hasta los Clinton, eran electorado cautivo demócrata, blancos del campo y de la ciudad. En plena campaña, Hillary los colocó despreciativamente en una “cesta de deplorables”. En las primarias, el socialista Bernie Sanders había ofrecido para ellos la opción progresista, pero el aparato partidario pesó más que los miles de jóvenes que apoyaban una “Political Revolution” contra Wall Street y la concentración inédita de riqueza.
Ahora, acabado el clintonismo, el Partido Demócrata debate cómo recuperarlos. La discusión excede el eje izquierda-derecha. Los “de abajo” usaron a Trump como arma arrojadiza contra los de arriba, no necesariamente por sus consignas -contradictorias o falsas- sino para demandar atención: la globalización los daña más de lo que los beneficia.
La esperanza demócrata depende de renovar cuadros, de regresar a las fuentes, de una reconexión con los sectores más vulnerables que incluya a los blancos. Pero también descansa en el futuro que quiere gobernar: nunca antes un electorado estadounidense fue más diverso, étnica, social y culturalmente. En esos intereses está también su fortaleza.
Acaso esta restauración republicana signifique un canto de cisne, el último intento de una parte de la sociedad, al menos la mitad, que se resiste a los cambios.
Si el presentador de la CNN hubiera reducido el universo nacional de votantes a los jóvenes de entre 18 y 25 años, el mapa hubiera sido abrumadoramente azul demócrata. El futuro del partido está probablemente ahí, como advirtió Sanders. Pero sin el favor de los de abajo, y la comprensión de los “deplorables”, tardará más en llegar.
El dato
En plena campaña, Hillary se mostró despectiva sobre los sectores obreros y rurales que apoyaban a Trump, sin recordar que fueron su base histórica
Datos
- 80%
- De hispanos y altas mayorías de afroamericanos y asiáticos votaron a Hillary. Pero el 70% del padron aún es blanco
- En plena campaña, Hillary se mostró despectiva sobre los sectores obreros y rurales que apoyaban a Trump, sin recordar que fueron su base histórica
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