El duque en sus dominios

Javier Mascherano, con apenas 20 años, se proyecta como el volante central del decenio.

No debe haber muchos ejemplos en el fútbol mundial de futbolistas que debuten en la selección mayor antes de hacerlo en la Primera de su club. Es el caso de Javier Mascherano (Buenos Aires, 1984), quien se presentó primero con la 'blanquiceleste' (ante Uruguay, mayo de 2003) y luego, en julio de ese año, se calzó por primera vez la franja roja en el pecho.

No hay duda de que esa precocidad guarda una estrecha relación con todo lo que este muchacho atesora en sus piernas y que decenas de entrenadores que lo educaron subrayan con insistencia: se trata de un jugador universal, de esos que parecen albergar toda la información necesaria en su ADN para entender de qué se trata el fútbol.

Mirarlo a Mascherano sobre el césped puede mover a deduccio-nes apresuradas, como que el fútbol es un arte sencillo y sin pliegues. El chico surgido en Ri-ver corre con la energía y el tesón de un maratonista, se zambulle a los pies con la agilidad de una gacela y, lo más importante de todo, lee el juego con la claridad de un sabio. Esto, por supuesto, al margen de sus cualidades técnicas, contenidas en un cuerpo preparado para lo que hace. Esto es: como manda la historia de su puesto, el volante central nunca descolla por su gambeta o su juevo sutil, sino en el pase, la pausa y el dominio absoluto de todos los secretos tácticos que puede esconder este deporte.

«Es, sin duda alguna, el mejor jugador del campeonato, me en

cante». La opinión de César Menotti no es para despreciar, en especial tratándose de un hombre cuyo paladar no es fácil de satisfacer.

Desde Lima, Mascherano coincide con su actualidad: «Sí es verdad, estoy pasando un gran momento. Gracias a Dios cuando a uno le toca jugar con grandes individualidades como las que tiene Argentina todo se hace más fácil. Cualquiera que entra, su rendimiento es muy parejo».

Para Mascherano, la clave del triunfo ante Colombia fue la furia del equipo en la marca: «A Colombia la presionamos por todos lados y no los dejamos salir y eso determinó que la pelota siempre estuviera en nuestro poder. Creo que físicamente estuvimos muy bien, más allá de que el cansancio se empieza a sentir por la seguidilla de partidos. Pero las ganas y el corazón que demostramos supera todo eso. Ahora lo único que quiero es salir campeón, no me importa que el rival sea Brasil o Uruguay. Ya estamos en la final pero nos conformamos con eso, lo que queremos es ganarla». (AR)

 

La importancia de llamarse Sorín

Es, sin duda alguno, uno de los caciques espirituales del grupo, esa clase de hombres que privilegian, desde la actitud en la cancha y también desde el discurso, lo colectivo por sobre lo individual, la salvación conjunta al desafío particular.

Juan Pablo Sorín volvió a anotar. Lo hizo de cabeza, por sopresa, como ya lo había hecho antes ante Alemania pre-vio al Mundial de Japón 2002.

El mérito, está claro, es mayúsculo: se trata de un jugador que apeneas supera el metro 70 de estatura y que, sin embargo, montado a su astucia, su coraje y su fuerza mental, se ha convertido en un especialista en al arte de cabecear.

Y acaso allí resida la clave: como Passarella en su momento, Sorín es un desborde de ambición, de energía en erupción atrapada en un cuerpo que parece desafiar, por su pequeñez, las leyes de la física. Cuando salta, está claro, no sólo lo empujan sus músculos, sino esa conmovedora fe que mueve a los iluminados.

Nota asociada: Tevez, el fútbol con los pies y el corazón  

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