El ejército del conocimiento
Por Ricardo Brinzoni (*)
Desde tiempos inmemoriales se ha venido discutiendo cuál es la educación que debe impartirse a un ejército para obtener los resultados que de él se esperan. Siempre fue menester atender las exigencias políticas del presente y los posibles futuros, la constante disputa entre «la espada y el escudo» -capacitarse para atacar o defenderse-, la falsa dicotomía entre el coraje en el combate y la inteligencia en la estrategia y -también- las tentaciones quedantistas de quienes ven en el pasado el tiempo mejor frente a la inconsciencia refundacional de quienes consideran que es nefasto todo lo existente.
De nada sirve, en los albores del siglo XXI, formar soldados troperos como ayer cuando el porvenir requiere hombres y mujeres capaces de resolver una diversificación cada vez mayor de conflictos. La evolución tecnológica, la velocidad con la que afloran imprevistos y el surgimiento de nuevos desafíos en el ámbito de la defensa nacional tornan imprescindible la preparación de tropas polivalentes, osadas e inteligentes apoyadas en valores éticos sólidos y en resistencia física a las tensiones y al esfuerzo.
Hay que vencer la falsa disyuntiva entre el adiestramiento técnico para erigir profesionales para el combate y el liderazgo táctico o la formación intelectual que permite comprender los adelantos e idear programas de investigación y desarrollo, amalgamados con los esfuerzos nacionales tanto públicos como privados para generar fuerzas militares idóneas para la sociedad en evolución constante.
La esencia del progreso es, indudablemente, el conocimiento. Por ello, ante la multiplicidad de misiones que las democracias modernas imponen a sus ejércitos, urge cultivar, desde los menores niveles, el juicio crítico, la independencia de criterio y la capacidad de razonar y discernir frente a nuevos y maleables escenarios.
Terminando los ochenta, la modernidad aconsejaba considerar a la educación como un factor estratégico y prioritario para el ejército de una Argentina insertada en el mundo. Así lo hicimos. Basta observar cómo la reforma educativa encarada quince años atrás permitió la transición de un ejército de conscripción -donde el conocimiento se limitaba a una élite-, a un ejército profesional en el que la capacitación -abierta a la totalidad de sus miembros- favoreció la interpretación de nuevos paradigmas, haciendo de la cultura del esfuerzo en el aprendizaje un hábito de vida, sin olvidar por ello valores y tradiciones.
Para contar con un verdadero ejército del conocimiento, se innovaron los aspectos intrínsecos de la formación profesional, se flexibilizaron los planes de carrera y se impulsaron los estudios de grado, en consonancia con los criterios prioritarios en la República desde 1984.
Así fue cómo el Ejército se adaptó al sistema educativo nacional siendo auditado, regularmente, por las pertinentes autoridades civiles, satisfechas, hacia finales del 2002, con los resultados obtenidos. Dicha transformación generó un ejército prácticamente bilingüe (como el de Chile, Brasil y los europeos) dotado, a su vez, de oficiales y suboficiales con títulos universitarios y terciarios destacados por su excelencia que posibilitaron, por añadidura, ser mejores instructores de soldados, ahora voluntarios.
En definitiva, la reestructuración iniciada y mantenida por el Ejército hasta el 2003 demostró que la modernización no es sino un cambio de mentalidad factible de alcanzar cuando el líder, con ideas y objetivos claros, se pone al frente del esfuerzo común.
Las limitaciones presupuestarias fueron escollos, pero no impedimentos para mejorar la calidad de nuestros soldados, habilitándoles caminos para que cada uno de ellos, si tiene méritos, pueda ser general e insistir en la excelencia operacional y en el progreso de potencialidades para emplear nuevos medios e interactuar con ejércitos más desarrollados, lo que hicimos con éxito.
A través del «ejército del conocimiento» aumentó la capacidad de sus integrantes para desempeñarse como eficaces peones de la política exterior, enorgulleciendo a sus conciudadanos. En esas filas existen hombres y mujeres que, además de instruir a voluntarios y reservas, están prestos a servir a toda la Nación. En suma, se gestaron guerreros, educadores y diplomáticos diestros para cumplir con las funciones actuales y futuras de los ejércitos, insertándose a su vez en universidades y academias nacionales y potenciando la acción conjunta desde la eficiencia específica.
Cuando hay claridad en las metas, convicción en los líderes, continuidad en las políticas institucionales junto con un progresivo ajuste de instrumentos y esfuerzos, pueden derribarse la mediocridad y el gatopardismo que se disfraza de falsa tradición y costumbrismo o se enmascara en circunstanciales partidismos políticos.
Finalmente, es fácil entender que, así como el cirujano es quien mejor puede enseñar cuándo y cómo emplear el bisturí, son los mismos militares quienes, siguiendo las orientaciones de lo que debe constituir una política de Estado, pueden y deben formar soldados capaces de cumplir con las exigencias republicanas en el marco de una democracia firmemente consolidada.
Pretender, prioritariamente, roles de desarrollo territorial y tenientes exclusivamente troperos es regresar a pasados que la República ha superado.
Por cierto, y en lo inmediato, es significativamente más económico. Pero también es dar lugar a que nos recuerden: «Si la educación les parece cara, prueben con la ignorancia».
(*) Ex jefe del Estado Mayor General del Ejército
Desde tiempos inmemoriales se ha venido discutiendo cuál es la educación que debe impartirse a un ejército para obtener los resultados que de él se esperan. Siempre fue menester atender las exigencias políticas del presente y los posibles futuros, la constante disputa entre "la espada y el escudo" -capacitarse para atacar o defenderse-, la falsa dicotomía entre el coraje en el combate y la inteligencia en la estrategia y -también- las tentaciones quedantistas de quienes ven en el pasado el tiempo mejor frente a la inconsciencia refundacional de quienes consideran que es nefasto todo lo existente.
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