El espectro de la violencia

El «escrache» del que fue blanco el jefe del bloque de diputados kirchneristas, Agustín Rossi, por parte de un grupo de productores rurales furibundos que le arrojaron huevos, tomates y estiércol, sembró alarma en todo el país porque se teme que proliferen incidentes de este tipo en los meses próximos. Por motivos evidentes, están caldeados los ánimos no sólo de los ruralistas sino también de muchos otros que sienten que el gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y su marido ubicuo está más interesado en premiar a sus simpatizantes y castigar a sus adversarios, que en servir al conjunto en una etapa que con toda seguridad será muy difícil. Por lo demás, no es ningún secreto que durante años el gobierno kirchnerista haya tolerado los intentos de intimidar a presuntos opositores e incluso a sectores sociales enteros y que sólo haya cambiado de opinión al enterarse de que sus propios representantes comenzaban a ser víctimas de la misma metodología. Además de permitir que piqueteros encapuchados armados de palos se adueñaran de las calles y plazas de la Capital Federal, el gobierno se resistió a ordenarle a la policía intervenir cuando bandas supuestamente izquierdistas organizaron «escraches» contra individuos vinculados con el régimen militar de treinta años atrás, además, claro está, de intentar congraciarse con quienes mantenían bloqueadas las rutas de acceso a Uruguay, declarando que militaban en favor de una «causa nacional». Y, como si esto no fuera suficiente, tanto el ex presidente Néstor Kirchner como su esposa, la presidenta Cristina, no vacilaron en calificar a los productores rurales de «golpistas» y «oligarcas», y acusaron a los porteños que participaron de cacerolazos en apoyo al campo de oponerse a la «política de derechos humanos» oficial.

Así las cosas, el gobierno no tiene derecho a sentirse sorprendido porque el clima de violencia latente que tanto contribuyó a crear se haya vuelto en su contra. Con los índices de popularidad en el suelo, es de prever que aun antes de entrar el país en la fase culminante de la campaña electoral legislativa, propendan a multiplicarse episodios tan ingratos como el protagonizado involuntariamente por el diputado Rossi. Algunos involucrarán a los Kirchner. Como es notorio, la presidenta ya se ve obligada a tomar muchas precauciones antes de arriesgarse celebrando actos en las zonas rurales del país, e incluso sus visitas a Santa Cruz requieren un planeamiento previo meticuloso para reducir la posibilidad de que motiven incidentes desagradables. Según se informa, en diversas ocasiones se suspendieron viajes de Cristina a lugares en zonas conflictivas por miedo a lo que podría suceder. Durante las fases iniciales de la gestión de Néstor Kirchner, él mismo se encargó de atizar la conflictividad porque calculaba -sin equivocarse- que en un país aún traumatizado por el colapso económico le serviría para «construir poder», pero sólo era una cuestión de tiempo antes de que el clima político cambiara lo suficiente para que dicha estrategia le supusiera más costos que beneficios. Por cierto, a esta altura nadie pensaría que la bronca que se ha difundido por el país brinde ventajas al gobierno nacional. Por el contrario, hoy en día constituye su flanco más débil.

Que un grupo de ruralistas autoconvocados se haya ensañado con Rossi y su hermano, que también es un diputado nacional, hasta tal punto que los hayan atacado físicamente es, desde luego, lamentable, pero esto no quiere decir que sea totalmente incomprensible su actitud. Como dijo en un comunicado la Federación Agraria, «el gobierno exaspera el ánimo de los productores». Lo ha hecho de mil maneras, insultándolos gratuitamente, hablando de ponerlos «de rodillas», negándose a celebrar reuniones serias con los dirigentes del campo, trabando las exportaciones de carnes y granos, y reaccionando con una demora irresponsable frente a la peor sequía, en más de medio siglo, que ha provocado una caída catastrófica de la cosecha. Al adoptar una postura vengativa ante los productores rurales, los Kirchner virtualmente aseguraron que algunos se sintieran con derecho a recurrir a métodos patentados por oficialistas como Luis D´Elía, un personaje cuya conducta sumamente agresiva no suele motivar reparos por parte del gobierno.


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