El fin de las corridas de toros en Cataluña

ALEARDO F. LARÍA (*)

El Parlament de Cataluña ha puesto fin a las corridas de toros. A partir del 1º de enero de 2012 no habrá más corridas de toros en esta Comunidad Autónoma. La decisión ha sido considerada por algunos medios y dirigentes políticos como una manifestación más de la confrontación identitaria que mantienen los catalanes con el Estado español luego de la declaración de inconstitucionalidad parcial del Estatut. Para otros, se trata de una resolución en el marco de un Estado de derecho, que no debieran instrumentalizarla los partidos que se reclaman nacionalistas. Lo cierto es que estamos ante un conflicto transversal que se inserta en otro conflicto político de fondo. El presidente del Partido Popular, en la oposición, Mariano Rajoy, ha anunciado una iniciativa dirigida al Congreso “en defensa de la libertad, para que la fiesta de los toros sea declarada de interés general y cultural”. Lo curioso es que un viejo dirigente socialista como Alfonso Guerra alienta también la idea de estudiar si las cortes podrían adoptar alguna medida que anule la decisión tomada. Para Guerra, “que se prohíban actividades privadas por razones identitarias refleja el drama de la elite política catalana, que sólo actúa negando la existencia de España”. Si reposamos por un momento la mirada en el conflicto cultural, los argumentos esgrimidos por los defensores de las corridas de toros se han centrado alrededor de la palabra “libertad”. Para el filósofo Fernando Savater, el papel de un Parlamento no es establecer pautas de comportamiento moral para sus ciudadanos. Un Parlamento laico, no teocrático, debe institucionalizar un marco legal para que convivan diversas morales y cada cual pueda ir al cielo o al infierno por el camino que prefiera. Para Savater la prohibición de los toros reinventa el Santo Oficio de la Inquisición, con lo cual se mantiene dentro de la tradición de la España más castiza y ortodoxa. El otro argumento fuerte esgrimido por los defensores de la “fiesta nacional” se refiere al modo en que deben ser tratados los animales, En este sentido, Savater afirma que “no es maltrato obtener huevos de las gallinas, jamones del cerdo, velocidad del caballo y bravura del toro”. Todos los animales que viven en simbiosis con el hombre son frutos del designio humano y deben ser tratados de acuerdo con el fin para el que fueron criados. De modo que tratar bien a un toro de lidia consiste precisamente en lidiarlo, de igual modo que echar al agua hirviendo una langosta viva no desconsuela a nuestro paladar. El argumento de los abolicionistas discurre alrededor de la palabra “crueldad”. Para el filósofo Jesús Mosterín, “cruel viene del latín crudelis, que a su vez procede de cruor (sangre derramada). Crudelis es el sanguinario, el que hiere hasta verter sangre, o el que se complace viendo cómo la sangre brota de las heridas”. De este modo nos recuerda que crueles eran los espectadores del circo romano, que se complacían viendo derramar la sangre de animales y gladiadores. También eran crueles las torturas, quemas y ejecuciones públicas de brujas y herejes y las peleas de gallos, perros y osos, así como los destripamientos de toros arrojados al campo del Moro. Para la catedrática de Ética, Adela Cortina, el derecho de los animales a la existencia, a la libertad, a no sufrir malos tratos y a morir sin dolor está reconocido en la Declaración Universal de los Derechos del Animal de 1977. ¿Por qué otorgamos a los animales el derecho a no sufrir ni ser torturados? Existen muchas respuestas según las distintas posiciones filosóficas. Para Adela Cortina la vida es un valor que importa respetar y nos movemos en un mundo de seres valiosos a los que no debemos maltratar. En la actualidad se ha consolidado una cultura de creciente respeto a los animales, de modo que montar un espectáculo alrededor de maltratar a un animal, por salvaje que sea, no es ya aceptable. Como señala Jesús Mosterín, “los amigos de la libertad siempre hemos estado en contra del abuso, el maltrato y la tortura de criaturas inocentes. En ningún país con tradición liberal se ha hecho de la crueldad y la tortura pública un espectáculo festivo. Ya los antiguos atenienses, fundadores de la democracia, se mantuvieron al margen de los espectáculos sangrientos de la plebe romana. Hay que reivindicar la inteligencia, la decencia y la compasión frente a la chabacanería y el encarnizamiento de los crueles y los violentos”. (*) Abogado y periodista


ALEARDO F. LARÍA (*)

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