El fin de un modelo
La política del Real hizo agua, pero el presidente la defiende. Solari y Beckham, ejemplos opuestos.
“El equipo no está en crisis y mucho menos el modelo. Es más, desde el año 2000 hemos construido algo espectacular”. Si hay algo que unifica a los dirigentes de todo el mundo es la elástica capacidad que tienen para interpretar los acontecimientos. Son ellos quienes mejor parecen apropiarse de ese adagio que Locke lanzó con la precisión de un látigo: “Si la realidad se contradice con lo que pienso, lo siento por la realidad”. Autor de la frase del inicio, el presidente del Real Madrid, Fiorentino Pérez, está convencido de que el fracaso de su equipo -el más ruidoso de la historia del club- no lo es tal. Más aún, en una puesta en escena vacía del mínimo gesto autocrítico, aseguró que su estilo de incorporaciones -a golpes de chequera y acciones de marketing- fue la adecuada. Tampoco, claro está, se olvidó de encontrar un chivo expiatorio siempre tentador para los políticos: dijo que la prensa -o sea, el enemigo externo- le había hechos las cosas imposibles a su equipo. Lo cierto es que el Real Madrid está a punto de cumplir dos años sin siquiera ganar una copa de verano. En ese lapso, al margen de renovarle contrato a sus súper cracks, incorporó a las dos grandes figuras de la selección inglesa -David Beckham y Michael Owen-, a uno de los mejores defensores del planeta, Walter Samuel, y a un perro guardián como Thomas Gravensen, para, al fin, convertir a su equipo en la más fabulosa maquinaria de fútbol y negocios de la historia del deporte. Lo segundo se cumplió con creces, pero el estrépito de la ruina de lo primero amenaza con socavarlo. Porque lo que no dijo Pérez y no dice nadie en el Madrid -a esta altura parece un ejercicio de pereza intelectual- es que el equipo asiste, perplejo y sin poder hacer nada, al irrevocable envejecimiento de sus grandes cracks. Tanto Figo como Zidane y Roberto Carlos comenzaron a transitar el crepúsculo de sus carreras, fatiga que, acaso por metástasis, contagió al resto de las estrellas del club, quienes tuvieron una temporada para el olvido. Raúl y Owen fueron dos delanteros fríos y lejanos, Ronaldo se vio envuelto en una relación histérica con el público y con los distintos entrenadores. El único que parece salvarse del incendio es un argentino, Santiago Solari. “Desde hace más o menos un año -escribió en El País el periodista Diego Torres-, en el ambiente futbolero de Madrid, Solari se ha convertido en una especie de ídolo alternativo. Allí donde Beckham pierde la pelota, Solari hace una gambeta. Allí donde Zidane se fatiga, Solari echa una carrera. Allí donde Figo falla el tiro, Solari remata a gol. Para una afición que da síntomas de hartazgo galáctico, el rosarino, se ha convertido en una especie de símbolo contestatario. El nexo con una época perdida de futbolistas que eran sólo futbolistas”. Solari parece estar en las antípodas de Beckham. Lo del británico de pegada exquisita y gravitación imprecisa sintetiza las contradicciones de un modelo acabado. El lunes 14 de marzo, al día siguiente de que su equipo perdiera con el modesto Getafe por 2 a 1 y quedara a 11 puntos del Barça, el rubio -de indiferente actuación- voló a Londres para, auspiciado por Adidas, inaugurar una escuela de fútbol. La presentación de la escuela parecía una excusa. Siempre sonriente, Beckham estrenó modelo de ropa deportiva para la ocasión: un conjunto “retro” con colores vivos que, en el agraciado inglés, lucían como lucen unas buena gafas en Brad Pitt. También Adidas aprovechó para estrenar botines, documentados con precisión por las fotografías que, de inmediato, recorrieron el mundo. Paradigma del metrosexual, Beckham no se sacó el anillo de diamantes de más de 4 centímetros que decoraba su mano izquierda. Como explica el filósofo Tomás Abraham a “Río Negro”, “Beckham rinde aunque no toque más de cuatro pelotas por partido, porque el dinero entra por su cara, por su imagen, por su sex appeal, por los millones que le entran a la institución por la venta de accesorios con su estampa en los países asiáticos. Hoy los jugadores también deben tener encanto. Los cientos de millones de espectadores del fútbol planetario son estetas exigentes”. Algo, de todas formas, parece estar desajustado. Uno es la leyenda que respira, el artista a quien su obra devoró la vida. El otro es la era del vacío en el fútbol.
Pablo Perantuono
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