El flaco favor de los economistas a la democracia

Si bien la ilusión positivista de la ciencia proporcionando todo el saber necesario para un buen gobierno se diluyó con el tiempo, no obsta a que ciertas disciplinas “científicas” deban hacer un aporte confiable a la calidad de la toma de decisiones en una democracia.

Hay un plano de la vida política en el cual las tomas de posición tienen un fundamento ético, al que nada tiene que decir el conocimiento técnico o científico. Si legalizar el aborto o las drogas, si se acepta la pena de muerte, o con cuánto hay que castigar a un homicida, por ejemplo, son cuestiones que se apoyan en valores y creencias que, si bien pueden ser sometidas a reflexión, no encuentran en ninguna disciplina apoyatura con valores de verdad o cierta certeza.

En otros terrenos, en cambio, se supone que las ciencias deben contribuir con su saber a la discusión política, aportando fundamentos ciertos, sobre los cuales pueda el ciudadano común examinar la realidad, evaluar políticas de gobierno y tomar decisiones racionales. La calidad de la democracia depende en gran medida de la comprensión de los asuntos relevantes que tenga el ciudadano que elige.

Entre esas “ciencias”, la más importante sin duda es la economía, debido a que los problemas económicos están siempre en el centro de la discusión política.

Desafortunadamente la ciencia económica contribuye mucho más a la confusión y desconcierto que a la clarificación e iluminación de los problemas. Escuchando a los diferentes economistas, fuera de que no se molestan en hablar en un lenguaje accesible al común, resulta evidente que nos ofrecen un muestrario de teorías antagónicas altamente dependientes de las diferentes ideologías antes que algún saber cierto sobre el cual afirmarse para sostener una discusión racional.

Que si la emisión produce inflación o no, que si consumo o inversión, si proteccionismo o librecambismo, que si se puede o no convivir con déficit fiscal, que si los ajustes son buenos o malos, que si hay que hablar o no de productividad, que si la competitividad se logra bajando costos laborales o con dólar alto, que si la presión impositiva impacta o no sobre el crecimiento, que si primero crecimiento o distribución, todas y cada una de las variables macroeconómicas relevantes encuentran entre los economistas una opinión y su exacta contraria, además de la amplia gama de las que circulan por el medio.

En primer lugar cabe preguntarse si merece el nombre de ciencia una disciplina que carece de todo acuerdo básico universalmente aceptados por los miembros de la comunidad académica.

Pero mas allá de esto, no parece discutible que semejante “oferta de conocimiento” solo puede producir confusión en el ciudadano que busca en los especialistas respuestas que le permitan tomar decisiones racionales, basadas en mínimas certezas. Imposibilitado el ciudadano de encontrar apoyaturas confiables para sus decisiones, se produce el peor enemigo de la calidad democrática: la decisión por la confianza en el líder o por las variantes que más le prometen o que dicen aquello que se quiere escuchar. Sin algún suelo firme, el debate racional de los temas se torna imposible y no deja más opción que la decisión por los sentimientos o los prejuicios.

Los debates académicos entre economistas pueden ser muy interesantes, y son básicamente inocuos. Puro juego de vanidades y virtuosismos técnicos y oratorios que no sirven de nada, aunque tampoco producen efectos negativos. Pero la exposición al público de los radicales desacuerdos de los economistas, produce un devastador efecto en la sociedad, a la que solo aportan confusión y un profundo escepticismo.

La excusa que suele dar por lo menos una parte de los economistas, es la de que la economía es una disciplina cuyos supuestos dependen de concepciones políticas e ideológicas. Puede ser, pero esto no es más que un reconocimiento de que lo que ofrecen es ideología y no conocimiento, o mejor dicho que ofrecen ideología disfrazada de conocimiento, sin más valor entonces que la opinión de cualquier ciudadano que no haya pasado por los templos que otorgan un título.

Ya que los economistas no pueden proporcionar lo que la sociedad necesita y reclama de ellos, mucho mejor sería que se declararan simples propagandistas de ideas políticas y concepciones ideológicas y dejen de hablar desde un principio de autoridad del que carecen, simplemente porque ellos mismos no son capaces de reconocer ningún principio de autoridad derivado de la disciplina a la que pomposamente llaman ciencia.

Los debates académicos entre economistas pueden ser muy interesantes. Puro juego de vanidades y virtuosismos técnicos y oratorios que no sirven de nada.

Entre esas “ciencias”, la más importante sin duda es la economía, debido a que los problemas económicos están siempre en el centro de la discusión política.

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Los debates académicos entre economistas pueden ser muy interesantes. Puro juego de vanidades y virtuosismos técnicos y oratorios que no sirven de nada.
Entre esas “ciencias”, la más importante sin duda es la economía, debido a que los problemas económicos están siempre en el centro de la discusión política.

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