El foro del Brasil y la izquierda responsable

Por Andrés Oppenheimer

Contrariamente a lo que muchos piensan, las marchas de más de 60.000 activistas antiglobalización en Porto Alegre este fin de semana -muchos de ellos portando banderas de Irak, Cuba y Venezuela- podrían ser un símbolo de una tendencia mundial antilibre mercado que está en retirada, en lugar de una que está creciendo.

Según la visión generalizada, el multitudinario Foro Social Mundial realizado en Porto Alegre es apenas el más reciente indicio de un giro hacia la izquierda y contra el «neoliberalismo»» en América Latina, que ya se puso de manifiesto con la elección de presidentes izquierdistas en el Brasil y Ecuador, e importantes avances de la izquierda en Bolivia y Perú.

Pero hay otra lectura de la realidad, no menos basada en los hechos que la anterior: la ortodoxia económica mostrada por los presidentes izquierdistas Luiz Inácio Lula da Silva, del Brasil, y Lucio Gutiérrez, de Ecuador, en sus primeras semanas de gobierno -quizás influenciada por la desastrosa gestión de Hugo Chávez en Venezuela- podría indicar el nacimiento de una izquierda responsable en la región.

¿Estoy siendo demasiado optimista? Puede ser. Pero si vemos las medidas económicas tomadas por Lula y Gutiérrez la semana pasada, uno no puede dejar de concluir que los puntos principales del Consenso de Washington -las recetas de disciplina fiscal y apertura económica recomendadas por economistas norteamericanos y de las instituciones financieras internacionales hace más de una década- terminaron siendo aceptados por quienes eran sus más acérrimos críticos.

Lula, que hasta hace poco pedía suspender los pagos de la deuda externa y no negociar con el Fondo Monetario Internacional (FMI), está tomando medidas que contradicen totalmente la retórica de sus seguidores de la izquierda jurásica. No sólo promete pagar la deuda externa y negociar con el FMI, sino que la semana pasada aumentó los intereses al 25.5 por ciento para dar señales inequívocas a los mercados de que no permitirá un brote inflacionario.

Asimismo, está adoptando reformas en el sistema de pensiones y en las leyes laborales que Wall Street aplaude.

«Lula ha entregado su política económica a Wall Street, y su política exterior al Partido de los Trabajadores»», dice Moisés Naim, el director de la revista Foreign Policy, de Washington. Y quizás ni siquiera esto último es cierto: tras un accidentado comienzo en el que apoyó de lleno al presidente autoritario de Venezuela, Lula adoptó una visión menos parcializada de la crisis venezolana.

El ex presidente mexicano Ernesto Zedillo llegó a decir hace pocos días que el nuevo presidente del Brasil podría llegar a convertirse en «el más efectivo verdugo»» del populismo en América Latina. Da Silva ha demostrado «valentía y lucidez para postular políticas a las que hace algún tiempo se opuso vigorosamente»», escribió Zedillo en el periódico Reforma.

En Ecuador, Gutiérrez, un ex coronel golpista que hace tres años derrocó a un presidente al que acusó de seguir políticas «neoliberales»», acaba de anunciar una serie de medidas de austeridad que incluyen un aumento del 39 por ciento de los precios de la gasolina y grandes recortes en el gasto público.

Todo parece indicar que Lula y Gutiérrez van a asemejarse más al presidente socialista chileno Ricardo Lagos que a Chávez o Fidel Castro.

¿Qué pasó, entonces, con las peroratas de Lula y Gutiérrez contra eso que llaman el «neoliberalismo»»?

Quizás hayan aprendido algo de los catastróficos resultados del gobierno de Chávez. Con sus discursos incendiarios, el presidente venezolano ha hecho caer un siete por ciento la economía de su país durante el año pasado, creando casi tres millones de nuevos pobres a pesar del aumento de los ingresos petroleros de Venezuela.

O quizás Da Silva y Gutiérrez hayan finalmente entendido que mientras hay varios ejemplos de países exitosos que han abierto sus economías, como Irlanda, España, Chile y hasta China, no hay un solo ejemplo de un país cerrado a la globalización que haya crecido en la última década. Cuba, por ejemplo, tiene uno de los ingresos per cápita más bajos de América Latina.

O puede ser que Lula y Gutiérrez se hayan enterado de que China, con sus políticas de apertura a las inversiones extranjeras, se está convirtiendo en la mayor amenaza para las exportaciones de América Latina y que la región no tiene otra alternativa que convertirse en más competitiva en el mercado global si quiere crecer en el futuro.

Es posible que se deba a una combinación de todos estos factores. Pero si Lula y Gutiérrez logran mantener políticas económicas que no ahuyenten el capital y al mismo tiempo pueden empezar a reducir la pobreza, se convertirán en símbolos de una nueva izquierda responsable, con mucho más futuro que la izquierda adolescente de Porto Alegre.


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